¿Y si el primer paso para hacerse amigo de alguien no fuera mirar a los ojos, sino captar su olor? ¿Y si ese gesto aparentemente invisible, instintivo, fuera una brújula emocional para saber con quién conectar? La ciencia lleva años estudiando cómo se forman los vínculos humanos, y ahora un nuevo estudio lanza una pista cuanto menos interesante: el olfato podría tener mucho más que ver con la confianza de lo que imaginábamos.
El trabajo, publicado en la revista Scientific Reports, parte de una premisa poco habitual: no basta con lo que vemos o escuchamos al conocer a alguien. Nuestros sentidos, incluido el olfato, están procesando señales que podrían ser clave para decidir si una persona nos cae bien… incluso antes de que hable.
Aunque la investigación se centró en jóvenes adultas en un evento tipo speed-friending, los hallazgos tienen resonancia en la infancia. No en vano, los bebés reconocen a sus cuidadores por el olor antes que por la vista, y en edades escolares, los primeros vínculos de amistad también podrían estar influidos por señales sensoriales más sutiles de lo que creemos.
De igual forma que otro estudio reciente que descubrió cómo gestiona el cerebro la generosidad, este estudio abre una puerta fascinante a cómo se forma la confianza… desde la nariz.

Un estudio con camisetas, olores y conexiones instantáneas
El experimento en el que se basan las conclusiones sobre el olfato y la amistad se desarrolló con 40 mujeres entre 18 y 30 años, que participaron en una serie de encuentros rápidos para conocer a otras personas. Antes de esos encuentros, las participantes olieron camisetas usadas por las demás (sí, como lo lees), impregnadas con lo que se denomina “olor diplomático”: es decir, no el sudor puro, sino el aroma real del día a día, incluyendo perfumes, geles de baño y cremas corporales.
A partir de ese olor, las participantes en el estudio tenían que valorar el “potencial de amistad” con esa persona. Luego venía el encuentro cara a cara y, más tarde, volvían a oler las camisetas. Lo interesante fue que las valoraciones basadas solo en el olor, sin haber visto aún a la persona, predecían con gran precisión las decisiones posteriores tras hablar en persona. Además, después de esa charla, la percepción del olor, que cambia con los años, también se modificaba según cómo hubiese ido el encuentro. Si la interacción era buena, el olor parecía más agradable.
Este hallazgo conecta directamente con la capacidad de asociar olores con experiencias emocionales, algo demostrado ya en contextos como el vínculo madre-bebé o incluso el apego a la pareja (cuando dormimos con su camiseta, por ejemplo). El estudio demuestra que estas asociaciones también se activan en relaciones nuevas y no románticas, como la amistad, y ya sabemos el peso y el impacto que la amistad tiene en el desarrollo de los niños y niñas a medida que crecen en la infancia.

La infancia, la crianza y los vínculos invisibles
Aunque el experimento no se realizó con niños y niñas, como decíamos, los resultados permiten extrapolar ideas muy interesantes para el mundo de la crianza y la educación.
Para empezar, refuerza lo que ya intuimos muchos padres: el olor no es solo algo físico, sino emocional. Cuando un bebé se calma al oler la piel de su madre o cuando un niño o niña busca su peluche favorito, está recurriendo a asociaciones olfativas vinculadas con la seguridad.
El estudio aporta una visión rompedora sobre cómo se forjan las conexiones humanas. Lejos de la idea de que todo se decide con palabras o gestos, este trabajo sitúa al olfato en el centro de la escena social, como un sistema de radar que usamos sin darnos cuenta para navegar por el mundo de las relaciones.

Este tipo de hallazgos sugiere que el olfato podría jugar un papel también en la socialización temprana, cuando los niños empiezan a interactuar con otros. Aunque en esos primeros encuentros no se den cuenta, pueden estar recogiendo señales olfativas que influyen en con quién quieren jugar, o a quién consideran “amigo”. No se trata de que un niño o niña huela al otro de forma explícita, sino de que su cerebro procesa, sin darse cuenta, lo que le transmite el olor del otro: familiaridad, agrado, calma… o todo lo contrario.
En la infancia, donde todo es aún más sensorial y menos verbal, este sentido podría ser aún más determinante. No solo para el apego temprano, sino para elegir compañeros de juego, sentirse a gusto en un grupo o generar confianza en un adulto nuevo. Es un recordatorio de que nuestros hijos también "leen" a los demás con la nariz.
Además, el estudio también puede tener implicaciones en el entorno educativo. ¿Podemos pensar en el olor como un componente del “clima emocional” de una clase o una casa? Incluso abre preguntas sobre el uso de perfumes o productos de higiene en niños pequeños: ¿hasta qué punto influyen en cómo se perciben entre ellos y ellas?
Es un terreno aún poco explorado, de ahí que se amontonen las preguntas sin respuesta, pero no cabe duda de que se trata de un hallazgo fascinante de cara a futuros estudios.
Referencias
- J. M. Gaby, G. Gunaydin, V. Zayas. The interactive role of odor associations in friendship preferences. Scientific Reports, 2025. DOI: 10.1038/s41598-025-94350-1