Los padres sufrimos por nuestros hijos, no lo podemos evitar, si les vemos llorar queremos que terminen cuanto antes porque si se calman dejamos de sufrir por ellos, pero, ¿de dónde sacamos que los niños están mal cuando lloran? Llorar es comunicar un malestar pero no siempre es estar mal. Los bebés se comunican a través del llanto y sólo si sus cuidadores principales o figuras de apego son sensibles a sus señales e interpretan de forma correcta lo que necesitan, se sentirán seguros y satisfechos al mismo tiempo que crearán un apego seguro con nosotros. Gracias a que lloran, tenemos la oportunidad de mostrarnos sensibles.

Cuando un niño o niña llora, siempre pasa algo aunque no siempre sea grave. Independientemente del motivo, siempre tiene que ser atendido. Hay necesidades que pueden esperar, su salud no se ve afectada si tardamos un poco en darle de comer o en cambiarle el pañal, pero el niño tiene que sentir que está protegido con nosotros y a veces nos ponemos tan nerviosos con el llanto que les atendemos deprisa para que dejen de llorar.
Es mejor atenderle con calma aunque llore un poco manifestando su malestar que atenderle deprisa transmitiendo nuestra ansiedad para que deje de llorar, porque para estar bien las prisas nunca son buenas.
Cuando los bebés crecen, aunque tengan lenguaje siguen expresando muchas emociones displacenteras a través del llanto, las palabras las pueden usar para describir lo sucedido y si les ayudamos a narrar los detalles sus niveles de cortisol irán bajando.
Cuando hacemos este ejercicio de nombrar y describir, en lugar de calmarlos con un “no llores, no pasa nada, no es para tanto” enviamos un mensaje de acogida, comprensión y empatía, “veo lo que te pasa por lo tanto existe lo que sientes”.
Un simple “veo” cambie el significado de lo que el niño siente y aprenderá a legitimar lo que ha sentido, a no ocultarlo como si fuera algo malo y a no avergonzarse como si fuera algo que no puede sentir por su edad “los niños grandes no lloran”. ¡ A cuántos adultos les recetaría llorar tres veces al día!
El bebé que cuando lloraba era atendido de forma sensible, afectiva y respetuosa, que cuando era niño y su curiosidad le llevaba a explorar más allá de los límites que le ponían se caía, no escuchaba “eso te pasa por no hacerme caso” y que ante las frustraciones de la adolescencia, no recibía críticas ni reproches… se puede convertir en un adulto que se trata a sí mismo con amabilidad, se permite sentir y expresar porque ahora es él quien se escucha. Pongamos algunos ejemplos:
- Ante el estrés del trabajo, en lugar de decirte “debería estar agradecida, otros no tienen trabajo y están peor que yo”, reconduce el pensamiento de la siguiente manera, “sí es cierto que el trabajo me supera cuando se acerca el viernes y veo que no he cumplido los objetivos, tengo que buscar la manera de organizarme de otra manera…”.
- Ante la mala comunicación con la pareja, en lugar de pensar “dicen que a los diez años de casado surgen las primeras crisis de pareja”, reconduce el pensamiento de la siguiente manera,“voy a aprovechar las vacaciones para descansar, desconectar y buscaré momentos para hablar de nuestro distanciamiento…”.
- Ante las rabietas de la hija de 3 años, en lugar de pensar “¿a quién habrá salido? esta hija hace conmigo lo que quiere…” reconduce el pensamiento de la siguiente manera, “voy a buscar ayuda para entender bien esta etapa, quizás algo de lo que estoy haciendo no le está ayudando porque yo tampoco me siento bien ignorándola cuando llora…”.
Si os dais cuenta, la manera de reconducir cada pensamiento con el que niega lo que siente e impone cómo se tiene que sentir, “No me puedo sentir mal, debo ser agradecida” es desde una actitud proactiva, “voy a hacer algo para generar un cambio, hablar con mi pareja del problema o buscar ayuda para gestionar mejor las rabietas”. Pero esta transformación, sólo es posible cuando hemos sido atendidos en nuestro dolor mientras nuestro cerebro se estaba desarrollando, de tal forma que ahora quien hace ese acompañamiento emocional es uno mismo.
Si tienes la costumbre de decir “no pasa nada” y quieres empezar a practicar “veo lo que te ha pasado” puedes utilizar las siguientes frases y adaptarlas a tu situación personal. Te pongo tres situaciones:

Situación nº1: Tu hijo llora porque ha suspendido una asignatura que se le da muy mal, a ti te parte el alma verlo llorar porque le has ayudado a estudiar y tiene tantas dificultades académicas que quieres animarle, así que le dices, “no pasa nada hijo, lo importante es que te has esforzado y que yo te he visto trabajar…”. Es mejor decirle, “con lo que te has esforzado para este examen, entiendo que estés tan desanimado, ayer viniste convencido de que lo sacabas adelante…” .
Situación nº2: Tu hija está en un deporte colectivo que compite a un nivel exigente, le gusta, lo disfruta y su entrenador espera mucho de ella. Hoy no lo ha dado todo, se ha lesionado y llora más por no poder jugar que por el dolor que siente. En lugar de decirle, “hija, no pasa nada, cuando te recuperes a por todas otra vez…” puedes decirle “hija, con el tiempo que llevas esperando este partido y te lesionas en la primera parte, sé que para ti es importante jugar con tu equipo…”.
Situación nº3: Este ejemplo es muy habitual, el niño de dos años corre mientras escucha “no corras que te vas a caer” y como era de esperar, se cae. Sangre no tiene pero se ha manchado con la tierra, su madre le quiere calmar, “no pasa nada, sólo es sucio…” pero él quería llegar corriendo al otro lado, así que lo mejor será que se calme y animarle a correr otra vez, “hijo, sé que para ti era importante cruzar corriendo, como llevas mal calzado y hay muchas piedritas, te doy mi mano y corremos juntos…”.
Para seguir aprendiendo, os pongo esta entrevista que le hice a Pedro García Aguado.