Caducidad de los yogures infantiles: todo lo que debes saber
El yogur es un alimento común en la alimentación infantil, pero ¿qué podemos hacer cuando nos encontramos con que se ha pasado de fecha?.
Si sueles comprar bastantes yogures, y tienes la nevera abarrotada, es muy común que en algún que otro momento te encuentres con algún yogur cuya fecha de consumo ha acabado por pasarse. Y, lo más habitual, es plantearnos la posibilidad de si puede tomarse o no, sobre todo con seguridad. Por lo que abrimos la tapa, lo olemos, lo removemos un poco… Y, en la mayoría de las ocasiones, lo más común es que podamos consumirlo sin problemas.
Especialmente si tienes niños en casa, no hay duda que el yogur es un alimento tremendamente nutritivo y saludable, especialmente recomendado en la alimentación infantil, porque se convierte en una forma sencilla y fácil de obtener cantidades interesantes no solo de calcio, sino de proteínas, probióticos y grasas, además de otros nutrientes esenciales (como vitaminas y minerales).
Se trata, de hecho, de uno de los primeros alimentos que se puede dar al bebé cuando se comienza a comer alimentos sólidos. No en vano, de acuerdo a las principales recomendaciones pediátricas, un bebé puede comer yogur natural a los 6 meses de edad. Eso sí, es necesario seguir los mismos consejos que habitualmente se siguen cuando el pequeño prueba un alimento por primera vez.
¿Qué indica la fecha de consumo de un yogur?
A diferencia de otros alimentos cuyo consumo pasado de fecha sí podría suponer un riesgo para la salud, en el caso de los yogures, la fecha que encontramos habitualmente en la tapa del mismo no se trata de una fecha de caducidad, sino de consumo preferente.
De hecho, la norma de calidad para el yogur se basaba en el Real Decreto 179/2003, de 14 febrero, en el que se obligaba al establecimiento de una fecha de caducidad de 28 días desde el momento de su elaboración.

Delicioso yogur
Sin embargo, con la publicación del Real Decreto 271/2014, de 11 de abril, finalmente se sustituyó la fecha de caducidad del yogur por la de consumo preferente. Esta fecha es fijada por el propio fabricante, de acuerdo a protocolos tanto de calidad como de seguridad.
Por aquel entonces, la medida se incluía dentro de la campaña bautizada con el nombre de “Más alimentos, menos desperdicio”, que pretendía, para 2025, reducir a la mitad la mayor parte de la comida que se acaba tirando a la basura.
¿Y cuáles son las diferencias que existen entre la fecha de caducidad y la de consumo preferente?:
- Fecha de caducidad. Se trata de una fecha que encontramos especialmente en alimentos que, desde un punto de vista microbiológico, son considerados como muy perecederos, de manera que pasados de fecha su consumo no es considerado como seguro. Suele ser lo común en alimentos como la carne o el pescado fresco, productos que, como probablemente sepas, poseen una vida útil muy corta, y que requieren además de refrigeración para su mejor conservación.
- Fecha de consumo preferente. Se trata de una fecha a partir de la cual el consumidor sabe que, una vez cumplida, el producto puede comenzar a perder ciertas características o propiedades organolépticas, no solo aroma o textura, sino sabor e, incluso, algunas de sus cualidades nutritivas.
¿Se puede comer un yogur cuando está pasado de fecha?

Yogur pasado de fecha
La mayoría de los yogures que encontramos en el supermercado son elaborados a partir de leche fresca pasteurizada, lo que significa que luego de pasar por el proceso de fermentación natural (necesario para que el yogur se forme como tal), convirtiéndose así en un producto ácido.
Así, la combinación existente entre la temperatura y la acidez del producto hace que el crecimiento de microorganismos perjudiciales para la salud sea complicada, y no tienda a producirse. Aunque una conservación inadecuada sí puede acabar alterando algunas de sus cualidades organolépticas.
De esta forma, cuando un yogur se ha pasado de fecha no significa que su consumo suponga un riesgo para la salud, sino que su sabor, aroma o textura han podido cambiar un poco. Pero puede consumirse con tranquilidad, siempre y cuando no presente algunas características cuyo consumo sería finalmente poco aconsejable, como una apariencia o color anormal, un olor muy fuerte o un gusto muy ácido.
Por tanto, al final es el consumidor el último en tomar la decisión de si tomarlo o no.