La fiebre suele ser un síntoma común, y con mayor frecuencia, se convierte en una característica tremendamente habitual de una infección vírica. Y lejos de verlo como un problema, en realidad se convierte en una señal “positiva” de que el cuerpo se encuentra combatiendo alguna infección o afección. Es más, en el caso de los niños, no siempre es necesario administrar un fármaco que ayude a reducirla, en especial cuando el pequeño no se siente mal, duerme bien, está de buen humor y está bebiendo suficientes líquidos con normalidad.
Y a diferencia de lo que muchas mamás y papás tienden a pensar erróneamente, la fiebre no es en sí una enfermedad, sino un síntoma más, como por ejemplo podría ser el caso de la congestión nasal o la tos.
También es esencial tener siempre presente que la temperatura que tenga el niño no es en realidad una señal o una indicación de qué tan enfermo se encuentra. Por ejemplo, puede tener una fiebre baja con una enfermedad potencialmente mortal, o una fiebre muy elevada y tratarse de una enfermedad leve.
De hecho, la fiebre suele ser un síntoma que, en muchas ocasiones, se acompaña de otros signos, como irritabilidad, dolor de cabeza, problemas para dormir, cansancio y disminución de la actividad, poco apetito, temblores, dolores musculares y transpiración, entre otros.
No obstante, sí existen una serie de síntomas que podrían convertirse en una señal clara de que el niño quizá necesite atención médica urgente (en lugar de únicamente atender al valor de su temperatura), como por ejemplo no comer ni beber nada, síntomas asociados a la deshidratación, se siente letárgico, o presenta dificultades para respirar o llorar con normalidad, y por mucho que hagamos no conseguimos consolarlo.
¿Y cuándo se considera que un niño tiene fiebre?

En lo que respecta a los adultos, es cierto que la temperatura normal tiende a variar entre 36.2 C y 37.5 C. Sin embargo, en el caso de los niños, sobre todo entre los más pequeños, la temperatura normal suele ser ligeramente más alta, por lo que la mayoría de los pediatras consideran que, en los niños, una temperatura de 38.3 C es fiebre y entre 37ºC y 38ºC febrícula.
Por suerte, en la mayoría de las ocasiones la fiebre empezará a bajar en unos pocos días, a medida que la infección o la condición que la haya causado comience a resolverse. Eso sí, es necesario tener en cuenta que es absolutamente normal que la temperatura tienda a aumentar por la tarde-noche, y mantenerse más o menos elevada a lo largo de la noche, para luego disminuir un poco.
Pero no ocurre lo mismo cuando, de repente, observamos la presencia de una fiebre prolongada, que no disminuye o no desaparece con el paso de los días. ¿Por qué ocurre y qué deberíamos hacer en casa? ¿Cuándo acudir al médico?
El niño con fiebre persistente
En esta ocasión la pregunta principal sería cómo debería definirse “persistente” o “prolongado”. En la mayoría de las situaciones, cuando la fiebre dura menos de 5 días y todos los demás síntomas no son preocupantes, lo más común es que la temperatura elevada se deba a una determinada enfermedad que el niño esté pasando.

Sin embargo, cuando la fiebre dura más allá de 10 días, y sobre todo cuando surgen nuevos síntomas, sí podría ser una señal de que estaría ocurriendo una complicación. En los niños, sin embargo, la mayoría de las veces tiende a deberse a enfermedades tratables o auto limitadas, y en raras ocasiones se convierte en motivo de urgencia.
En realidad, lo que se prolonga y persiste no es la fiebre, sino la enfermedad que está ocasionando la aparición de este síntoma. Así, en realidad tiende a ser más correcto hablar de enfermedad prolongada con fiebre, la cual se caracterizará por ser una condición en la que la duración de la fiebre excede de lo esperado para el proceso que en teoría lo está causando. O, bien, la presencia de fiebre como manifestación de una enfermedad, la cual posteriormente persiste como febrícula, o como un problema percibido únicamente por el niño o por los padres.
En cualquier caso, una fiebre prolongada es aquella que dura más de lo habitual. Por ejemplo, más de los 7 a 10 días que se suele esperar ante la supuesta presencia de una infección vírica simple. Mientras que la conocida como fiebre de origen desconocido a menudo es definida como una fiebre que dura tres semanas o más, sin una razón médica conocida.
¿Cuáles son las causas de la fiebre prolongada en niños?

Las causas principalmente suelen ser por enfermedades infecciosas y no infecciosas. A continuación te mencionamos cuáles son las más comunes:
Enfermedades de origen infeccioso
- Infecciones víricas de repetición. Posiblemente se trata de la causa más frecuente, especialmente entre niños pequeños, en especial cuando se trata de infecciones respiratorias de vías superiores.
- Infección ORL. Suele ser causada por una sinusitis, una otitis media aguda, adenitis cervical o un absceso pediamigdalino.
- Mononucleosis infecciosa. Ya sea causada por el virus de Epstein-Barr (VEB), citomegalovirus (CMV) o toxoplasmosis, la meningoencefalitis viral u otras etiologías específicas, como una infección por hepatitis B u otras hepatitis, la Bartonella (o enfermedad por arañazo de gato), la Salmonella, el paludismo o la tuberculosis suelen ser otras causas infecciosas relacionadas.
Causas no infecciosas
- Enfermedad de Kawasaki. Se produce especialmente en formas atípicas en lactantes.
- Artritis idiopática juvenil. Suele tener un comienzo sistémico, aunque la sarcoidosis, especialmente en niños pequeños, puede debutar de forma similar.
- Lupus eritematoso sistémico.
- Enfermedad inflamatoria intestinal. Se trata de una causa muy poco frecuente en niños, aunque cuando surge, el 90 por ciento de los casos es debido a la enfermedad de Crohn.
- Cáncer. Determinadas neoplasias, como las leucemias o los linfomas. Eso sí, suponen menos del 10 por ciento de los casos.
¿Cómo tratar la fiebre prolongada en los niños?
Es imprescindible apuntar de forma regular cuál es la temperatura del niño, así como la relación temporal existente -o no- con otros síntomas. Antes de administrar cualquier tratamiento, es esencial llevar a cabo un examen físico detallado, lo que podría ayudar a la hora de proporcionar más pistas. Por ejemplo, el pediatra generalmente buscará erupciones cutáneas, úlceras bucales, inflamación de los ganglios linfáticos o síntomas clásicos de algunas enfermedades pediátricas, como podría ser el caso de la enfermedad de Kawasaki.
No obstante, después de varias semanas en las que el niño todavía continúe con fiebre, se llevarán a cabo más pruebas, lo que podría incluir la realización de una ecografía abdominal, o una tomografía computarizada con la finalidad de buscar la presencia de algún absceso oculto. Pruebas de anticuerpos, pruebas de la función tiroidea o cultivos de heces podrían ser también útiles.