¿Estás hiper protegiendo a tus hijos? 3 señales de que te estás pasando de la raya

Cuidar a tu hijo es una cosa, sobreprotegerlo otra. Descubre las pequeñas pistas que indican que podrías estar haciéndole más daño que bien.
Padre sosteniendo a su hija

Hoy, más que nunca, nos preocupa el bienestar infantil. De hecho, nos preocupa tanto que es fácil caer en conductas sobreprotectoras. Sin embargo, no podemos amparar por siempre a nuestros hijos. La protección excesiva solo conduce a la dependencia y la inmadurez. Por ese motivo, debemos ser capaces de detectar los signos que indican que nos estamos pasando tres pueblos, aunque tengamos la mejor de las intenciones.

La hiperprotección, lejos de ayudar a los niños, les creará problemas en muchas áreas de su vida. - Josh Willink - Pexels

Los signos más ignorados que indican que estás criando a tu hijo en una burbuja

La hiperprotección es el intento de los padres de gestionar cada detalle de la vida de sus hijos. Va más allá de las preocupaciones normales y los límites saludables para mantener a los niños seguros: implica estar pendientes de ellos constantemente para asegurarse de que tomen buenas decisiones, no sufran ningún tipo de malestar emocional y evitar que afronten las consecuencias de sus comportamientos.

Y aunque lo hagan movidos por un buen propósito, una educación hiperprotectora conduce a niveles más elevados de ansiedad de separación en los niños, una disminución de su percepción de autoeficacia e incluso aumenta el riesgo de sufrir acoso escolar pues tienen menos habilidades sociales, como comprobó un estudio de la Universidad de Cambridge. ¿Cómo detenerte antes de que sea demasiado tarde? Solo tienes que prestar atención a tu comportamiento.

1. Hiperdisponibilidad

Nos han bombardeado tanto con los peligros de la negligencia emocional y los daños que causa en la infancia que muchos progenitores han saltado al extremo opuesto: la híper disponibilidad. Por supuesto, es fundamental que los padres estén atentos a las necesidades de sus hijos y dispuestos a satisfacerlas, pero no tienen que convertirse en su medio de entretenimiento y comodín contra el aburrimiento.

Si te estás sometiendo a una gran presión porque crees que debes hacer feliz a tu hijo a toda costa e impedir que se aburra o sientes que siempre tienes que estar disponible para satisfacer cualquier capricho, es probable que te estés obsesionando. La función principal de los padres no es hacer felices a los niños todo el tiempo, sino prepararlos para la vida. Y a menudo eso implica dejar que se aburran, se equivoquen, decepcionen, frustren e intenten resolver por sí solos los problemas.

2. Expectativas altas y exigencias bajas, una mala mezcla

La hiperprotección también se debe a la incapacidad de los padres para tolerar que sus hijos se equivoquen o lo pasen mal. - Kampus Production – Pexels

Nos han repetido hasta el cansancio que tener unas expectativas demasiado elevadas añade una presión innecesaria sobre los niños. Es cierto. Pero también es cierto que marcan el camino e incluso pueden ser motivadoras. El problema, como todo en la vida, proviene del desequilibrio.

Los padres hiperprotectores alimentan unas expectativas altas sobre los resultados de sus hijos, pero al mismo tiempo mantienen un nivel de exigencia bajo. Es decir, esperan que sus pequeños lleguen lejos, pero no esperan que lo hagan solos.

Como resultado, a menudo intervienen para ayudarlos. Vuelven a intervenir… E intervienen nuevamente, aunque sea innecesario. Estos progenitores resuelven problemas que sus hijos podrían solucionar por su cuenta. En su afán por allanarles el camino, terminan limitando sus oportunidades para aprender y desarrollar sus habilidades.

Muchos padres hiperprotectores se vuelven muy exigentes con los profesores y colegios, por ejemplo. Esperan que modifiquen sus reglamentos o cambien sus acciones solo para garantizar que sus hijos no tengan dificultades. Ese “intervencionismo” es un intento compensatorio para lograr que los niños alcancen determinados logros o hitos, pero sin el esfuerzo que conlleva.

El problema es que, al ahorrarles la fatiga del camino, también desparecen los aprendizajes. Por consiguiente, no es inusual que esos pequeños se queden rezagados en su desarrollo emocional y social, en comparación con sus coetáneos, y no sean capaces de alcanzar un nivel de autonomía adecuado para su edad.

3. Control milimétrico y supervisión excesiva

Los niños necesitan reglas y límites para descubrir el mundo con seguridad. No cabe dudas. Pero la hiperprotección va un paso más allá. Estos padres piensan que solo existe una manera “correcta” de hacer las cosas, por lo que no dejan espacio para que sus hijos exploren o se equivoquen. Al microgestionar y supervisar cada paso que dan, limitan sus oportunidades para aprender.

Tampoco les permiten tomar decisiones, ni siquiera las más mínimas, como escoger qué ropa llevarán o elegir su mochila para el cole. Estos padres “vuelan” constantemente sobre las cabezas de sus hijos para evitar que den un paso en falso y puedan sentirse mal por ello.

De hecho, si discutes con frecuencia con los maestros, cuidadores o entrenadores por las reglas o la forma en que tratan a tu hijo, es probable que estés aplicando una educación hiperprotectora. Obviamente, eso no significa dar carta blanca a los malos tratos, pero los niños se benefician de las relaciones con personas que tienen roles diferentes en su vida porque los ayuda a desarrollar sus habilidades sociales y comunicativas. Intentar controlar desde las rutinas de tu hijo hasta su relación con los demás, simplemente no es razonable.

Si alguno de estos comportamientos te ha resultado familiar, quizá sea momento de hacer examen de conciencia. La hiperpaternidad no se debe únicamente al deseo natural de proteger a los niños y facilitarles el camino, también sienta sus bases en la incapacidad de los padres para soportar que sus hijos se equivoquen o lo pasen mal. Sin embargo, pretender que los niños no afronten obstáculos en su camino no es una expectativa viable ni recomendable.

Cuando los padres asumen la responsabilidad de hacer felices a sus hijos a toda costa con actitudes hiperprotectoras, pueden terminar lastrando su autonomía y, lejos de ayudarlos, les crearán problemas en muchas áreas de su vida. Por tanto, valora si no te estarás pasando de la raya. La mejor manera de descubrirlo consiste en preguntarte antes de actuar: ¿puede hacerlo solo? Si es así, deja que siga adelante. Y si no, ayúdalo, pero no lo hagas en su lugar.

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