De todos los males leves que pueden sufrir unos padres en su condición como tal, a mi parecer, el no dormir se lleva la palma. Es muy duro, no sé si suena tremendista, pero yo lo he sufrido en sus más extremas circunstancias: me he visto una temporada de una serie en una sola noche de un tirón porque el ritmo circadiano de uno de mis hijos estaba totalmente traspuesto, he hecho compras en Zara por una cuantía superior a mi saldo por la necesidad, a las 4 am, de premiar mi resiliencia tras cuatro horas despierta, he pedido al destino a gritos que si me tenía guardado un euromillón, me lo cambiara por un niño que durmiera. En fin, he llegado a cuotas altísimas de desesperación por la falta de sueño.
Estas circunstancias me han llevado a investigar entre las mil y una alternativas que internet ofrece para mejorar la calidad del sueño de tu hijo, casi todas de pago, casi ninguna fiable. Y ahora, siendo ya ellos más mayores, teniendo ya el sueño más establecido, pero con algún coleteo de su tendencia a fastidiarme las noches, he dado con una técnica que ojalá hubiera descubierto en aquellas noches de desvelo desesperado: la luz roja.
En un principio, leí sobre ella en una cuenta de Instagram sobre salud, pero para adultos, que señalaba a la luz roja como una gran herramienta para mejorar la calidad del sueño. En seguida teclee "¿se puede usar la luz roja en niños?" (Sí, a Google es al único al que me atrevo a preguntarle sin maquillar mi ignorancia). Y para mi sorpresa, ¡se podía!
Así lo confirma Sofia Axelrod, neurocientífica especializada en el sueño, actualmente ayudante de Michael Young, el premio Nobel que descubrió los ciclos del sueño en 2017 y autora del libro ¿Cómo duermen los bebés? (Urano). Axelrod, asegura que una de las herramientas más efectivas para regular el sueño de nuestros hijos es instalar una luz roja en su cuarto.

La luz es fundamental para regular nuestros biorritmos. Hay que tener en cuenta que son "unas células especializadas en nuestros ojos la que le dicen a nuestro cerebro qué hora es", explica la doctora Axelrod. Así, "por la mañana, la luz del sol tiene una mayor proporción de luz azul, mientras que por la tarde la proporción de azul disminuye y la cantidad de rojo aumenta, culminando en la puesta de sol, que está casi desprovista de luz azul y baña el mundo de tonos rosados, naranjas y rojos", especifica.
Por ello, recomienda suprimir la exposición a luz azul una vez se haya hecho de noche, porque esta aumenta el estado de alerta, elevando los niveles de cortisol y serotonina y suprimiendo la melatonina (la hormona del sueño).

La doctora aconseja en su libro reemplazar las bombillas normales por bombillas rojas para usarlas a la hora de dormir y cuando el bebé se despierte por la noche para no entorpecer su sueño.Y avala sus afirmaciones no sólo con los estudios científicos realizados, sino también con su propia experiencia con su primera hija, Leah: "se adaptó casi inmediatamente al 'modo nocturno' y parecía que su organismo entendía (gracias a las altas concentraciones de melatonina debidas a la ausencia de luz azul) que por la noche tenía que dormir".
Otras recomendaciones de Axelrod son: no usar el móvil delante del niño en horario nocturno, o de ser necesario hacerlo con un filtro para luz azul, utilizar cinta adhesiva para cubrir, por ejemplo, el despertador digital o instalar en cortinas opacas que impidan la entrada de luz matutina antes de que el niño se despierte, desmintiendo así la creencia de que la luz tenue natural no afecta al sueño.
A mí me han resultado efectivas todas estas recomendaciones tal aplicarlas con mis hijos, teniendo el más pequeño dos años. Incluso se me ha presentado la luz roja como un halo de esperanza para plantearme tener un cuarto ahora que tengo la lleva mágica para el sueño profundo. Pero, ¿me arriesgo a comprobar si también funciona con recién nacidos? ¿o me comeré otros dos años de Netflix por la gracia de Axelrod?
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