“Los niños ven a los perros como hermanos, no como mascotas”: descubre en exclusiva por qué
Los perritos nos entregan su corazón, pero los niños saben devolvérselo casi con el mismo nivel de amor. Para explicar porqué los perros nos hacen tanto bien y porqué ayudan en el desarrollo de los niños, David Ordóñez Pérez publica Vivir Feliz con mi perro. Te descubrimos en exclusiva uno de los capítulos.
¿Hay relación más fiel y real en la vida que la que se establece entre persona y perro? La ciencia ha demostrado a lo largo de los años porqué es verdad ese dicho de que ‘el perro es el mejor amigo del hombre’. Y ahora, David Ordóñez Pérez, experto en educación canina y en relación entre perros y personas, también deja claro porqué todos los niños deberían vivir con un niño en casa: “El crecimiento y desarrollo de un niño es muy emocionante. Que pueda hacerlo junto a un perro es, francamente, maravilloso”, explica en su nueva obra.

perros y niños
En el libro Vivir feliz con mi perro, de la editorial Pinolia, Ordóñez indaga más a fondo en cómo la relación con los perros nos hace más humanos y mejores personas. Basándose, por un lado en la evidencia científica y, en otro, en las experiencias que ha vivido en primera persona como educador canino y como compañero de varios perritos.
Una de las cosas que más sorprende a David en sus años de carrera es la relación que han establecido sus hijas, Julia y Alicia, con sus dos perritas, Dune y Breva. Asegura, basándose en la ciencia (y en alguna que otra escena que él mismo ha presenciado), que sus hijas consideran hermanas a sus perras, no mascotas. Pero también explica cómo estos animales las han ayudado a lo largo de su desarrollo infantil.
Las mejores amigas de Julia y Alicia
Recuerdo perfectamente la tarde que Dune conoció a nuestra hija Julia: fue a los dos días de su nacimiento. Durante nuestra estancia en el hospital, la perra se había quedado en casa de mis padres. En ese tiempo, en una de mis salidas para pasar por casa —y gracias a la complicidad de la enfermera que nos atendió en el paritorio— pude llevarle a Dune la sábana con la que arrullamos por primera vez a la bebé. Esa prenda olía fuertemente a Julia, pero también a Sonia y a mí. Se la dejé con el objetivo de que ella entendiese que aquel olor sería, a partir de ahora, un olor familiar y continuo en casa. Al día siguiente, mis padres me dijeron que Dune no se había separado de esa sábana en todo el tiempo, oliéndola intensamente y con frecuencia. Esto era algo que había leído en diferentes manuales y que mis formadores en educación canina recomendaban como una técnica a emplear cuando un bebé se incorpora a la familia. Era la ocasión perfecta para ver si esto tendría algún efecto.
El día que salimos del hospital, pasé a recogerla y juntos llegamos a casa. Todavía en la escalera del edificio, recuerdo como ella empezó a olfatear de una manera que para mí era novedosa. Nunca antes le había visto usar su nariz de esa forma, ni siquiera en la calle o en el campo donde acudíamos con frecuencia a pasear. Sonia y yo estábamos nerviosos por muchos motivos: éramos dos padres primerizos que teníamos aún mucho que aprender sobre la crianza de una hija, pero también estábamos inquietos por saber cómo acogería Dune a la nueva criatura. Además, a mí se me suponía cierto conocimiento en el tema… A fin de cuentas, era un profesional de la educación canina y ya había realizado trabajos reales sobre cómo adecuar el hogar y habituar al perro ante la llegada de un bebé. ¡Pero era mi primer bebé, y mi propia perra! Con nervios, abrí la puerta y ella continuó con su olfateo intenso hasta que llegó al sofá del salón donde estaba Sonia con Julia en brazos. Dune se acercó y reconoció con su hocico negro y húmedo tanto a la madre como a la hija. Lo hizo con efusividad mientras yo, nervioso, esbozaba reiterados «muy bien». Finalmente, decidió seguir investigando hasta que, pasados unos minutos, se calmó a nuestros pies. En ese momento, todos suspiramos…
Dune llegó a nuestras vidas con apenas tres meses, en uno de los eneros más fríos que se recuerdan por el sur en las últimas décadas. Había nevado en Jaén, y justo comenzaba un año muy importante para mí porque en apenas unas semanas empezaría a trabajar como educador canino para una empresa importante del sector. Esta simpática golden retriever vive con nosotros desde 2010, época en la que aún, mi pareja y yo, no pensábamos tener hijos. Tres años después, con el nacimiento de Julia, aprendimos lo maravillosa que puede ser la vida de una niña junto a un perro. Y no solo para ella, sino también para nosotros y para Alicia, nuestra otra hija que vendría dos años después. Durante mucho tiempo había estudiado los beneficios que los animales y, particularmente los perros, podían tener sobre los niños. Pero una cosa era haberlo estudiado y otra, bien distinta, vivirlo en primera persona.
A partir de ese momento tan especial, las anécdotas y las experiencias que implicaban a Julia primero y a Alicia más adelante se sucedieron casi a diario. Aquellos tiempos fueron muy intensos en muchos sentidos: nuevo trabajo, acababa de fundar mi empresa, había nueva vida en casa y una perra que siempre estaba ahí acompañándonos en cada momento. Personalmente, esto último era algo que a mí me daba seguridad y tranquilidad en medio de todo aquello. A medida que aumentaban las capacidades físicas y comunicativas de la niña, vimos cómo desarrollaba un especial interés por interactuar con Dune. Comenzó a intentar tocar a la perra, aún sin nada de equilibrio en su cuerpo, la miraba constantemente e intentaba acariciar o coger cualquier parte del cuerpo que le quedase cerca. Yo estaba entusiasmado con todo aquello porque veía cumplido mi sueño familiar y porque veía, tal y como decía el doctor Krowatschek en su obra Los niños necesitan animales de compañía , que un perro supone una motivación especial para los infantes aún en edades tempranas. Ahí decía que ningún niño debería crecer sin la compañía de un perro, argumentando que este proporciona unos beneficios a nivel psicosocial muy difíciles de alcanzar con la única interacción con los humanos. Yo estoy totalmente de acuerdo con su afirmación y os explicaré por qué.
En ese tiempo, rememoraba la obra Biofilia, en la que se desarrolla la hipótesis que indica que los seres humanos estamos predeterminados para responder ante la vida, humana o no. Y no solo eso, sino que también nos mostramos predispuestos a cuidar y promocionar bienestar a los seres vivos que nos rodean, lo que genera una sensación de placer o confort en nosotros . Era fantástico ver esto con mi propia hija. Efectivamente, había una especie de atracción natural que no se podía parar y que, aunque no tenía las herramientas para poder medirlo de una manera objetiva, yo consideraba que esa relación especial que estaban entablando Dune y Julia era beneficiosa para ambas. Pasábamos mucho tiempo juntos: nuestra perra aprendió que, si se quedaba cerca del lugar donde comía la niña, podría beneficiarse de una lluvia de alimentos ricos y variados, lo que incrementó su ya tendencia natural a mantenerse cerca de Julia. Y, en ese tiempo en el que los bebés empiezan a emitir sus primeras palabras, sucedió algo inesperado.
Una tarde, me preparaba para salir a dar un paseo con Dune y Julia. Como iba solo, puse a la niña en una mochila portabebés pegada a mi pecho. Mientras preparaba lo necesario para salir, escuché como la niña dijo algo parecido a «une». Yo me quedé perplejo, casi no me dio tiempo a reaccionar, pero creí haber entendido eso. Aún no había dicho ni «mamá», ni «papá», un pequeño honor que nos disputábamos Sonia y yo con cierta esperanza de ser el primero. Salimos y, al regresar a casa, le dije a mi pareja lo que había sucedido. Ella, con cierta sorna, me dijo que eso era imposible, que estaba obsesionado con la relación de la perra y la niña, y que mi cerebro me podría haber jugado una mala pasada intentando escuchar lo que quería. Tal vez, como decía Sonia, mis deseos y mis lecturas sobre las interacciones humano-animal me estaban haciendo ver (o escuchar) algo que no existía.
Sin embargo, unos días después, se repitió la escena y el guion. Esta vez fue más clara, y esta vez estaba Sonia delante para escucharlo. No había duda: nuestra hija no había dirigido sus primeras palabras al mundo a su padre o a su madre, si no a la perra. En mi caso, tuve una sensación contradictoria: de satisfacción por considerar que aquello que me apasionaba sobre las relaciones entre perros y humanos se materializaba de una manera casi poética. Pero, por otra parte, me sentía ciertamente decepcionado, ya que un padre siempre espera que el estreno de un hijo en el lenguaje oral sea dirigido a uno mismo. Dune nos ganó la partida, y eso que ella seguramente no tenía ninguna intención en participar. Esto me hizo reflexionar aún más sobre el sentido que tenía para una niña tan pequeña aquella relación con nuestra querida perra. Por aquel entonces no sabía que, años más tarde, sería mi propia hija la que me daría la respuesta a esa pregunta, para gozo de mis buenos amigos e investigadores Marcos Díaz Videla y Paula Calvo.
Pero no nos adelantemos a los hechos. Julia siguió su desarrollo en todos los aspectos. Como todos los niños, cada día había algo nuevo en su crecimiento que nos llamaba la atención. Y he aquí que, en otra de las fases más importantes, de nuevo apareció Dune para «echarnos una pata». Supongo que, en esta ocasión, tampoco fue algo voluntario por su parte. Cerca del año, Julia comenzó a gatear. Para favorecer el gateo y la exploración, dispusimos una habitación con un suelo gomado para que ella pudiese entrenarse. En él había multitud de juguetes, cojines, muñecos, pelotas y, entre todo este mar de objetos, nuestra perra, que se tumbaba en una esquina a observar los primeros escarceos de la pequeña humana. A los pocos días, nos dimos cuenta de que el juego favorito de nuestra hija era conseguir llegar hasta Dune e interactuar con ella. Así que, una vez que la alcanzaba, iniciamos un juego en el que movíamos a Dune a otra parte alejada del suelo ¡y vuelta a empezar!
Así podíamos estar largos ratos en los que Julia perseguía a nuestra perra. Primero gateando con cierta dificultad; luego más ligera y así hasta que, un buen día, decidió apoyar sus dos manos en la cabeza de Dune y ponerse sobre sus dos pies. Aquello mereció muchos vídeos que fui mandando al grupo familiar para que pudiesen ver cómo nuestra hija había comenzado a levantarse sobre sí misma y lo había hecho apoyándose en Dune. Evidentemente, por si algún lector lo está pensando, no dejaba que en ningún caso la niña pudiera hacerle daño a la perra con sus movimientos o con sus apoyos. De nuevo, la experiencia superaba mis expectativas. En 2007 se publicó un estudio por la Universidad Estatal de Nueva York en el que Nancy Gee y su equipo de colaboradores determinaron que los niños en edad preescolar que se enfrentaban a una tarea de motricidad gruesa acompañados por un perro realizaban dicha tarea más rápido y con mayor efectividad que el grupo de niños que lo realizaban sin la compañía del perro . Ahora, gracias a los nuevos estudios como el desarrollado por investigadores de la Universidad de Perth en Australia, sabemos que esas conductas de juego realizadas en el hogar y durante los paseos en niños preescolares junto a sus perros no solo ayudan a su desarrollo psicomotor, sino que también promueven las conductas prosociales de la población infantil en edades tempranas .
Evidentemente estas anécdotas, que vivía prácticamente a diario junto a Julia y Dune, no hicieron más que incrementar mi interés por estudiar los beneficios que se estaban dando delante de mí cada día, y a cada rato en los que niña y perra interactuaban. Fue ahí cuando descubrí algunos estudios sobre cómo un perro puede influir en la salud de los niños, como el desarrollado por investigadores del Departamento de Pediatría del Hospital Universitario de Kuopio, en Finlandia, donde determinaron que los niños menores de un año y expuestos con frecuencia a la relación con perros y/o gatos tenían una significativa menor incidencia de enfermedades del tracto respiratorio, así como infecciones de oído, que el resto de población infantil . Esto hizo que, en el entorno más cercano, preguntase con cierta frecuencia a mis conocidos y amigos con hijos pequeños sobre la frecuencia de estas enfermedades sus hijos menores de un año. Y, efectivamente, entre aquellos que convivían con un perro había una menor incidencia de este tipo de dolencias frecuentes en niños frente a los hijos de familias que no tenían relación con ningún perro o gato en casa. Es evidente que a esto no le podíamos dar rango de estudio científico, pero a mí me servía para seguir reforzando mi idea de la conveniencia de unir el desarrollo de un niño al de un perro.
Pero, como es normal, mi hija también enfermó en alguna ocasión en esos primeros años de vida por enfermedades comunes en la etapa infantil. Quien es padre o madre habrá experimentado ese sentimiento mezcla de impotencia, miedo e inseguridad que genera la enfermedad de un niño que aún no sabe hablar y que no puede explicarte qué le duele o cómo se siente. Así andábamos en una de esas noches en las que Julia estaba pasando por un proceso vírico, como luego nos confirmó su pediatra: fiebre por encima de 38 º, diarrea, algún vómito y un evidente malestar que exteriorizaba llorando continuamente sin poder dormirse. Sonia y yo debatíamos si acudir al servicio pediátrico de urgencias para que pudiesen atenderla porque nada, ni nadie, podía consolarla. La fiebre parecía mantenerse a raya con el paracetamol, pero no conseguíamos que descansase desde hacía bastantes horas. Estábamos los tres en nuestra cama y lo último que se nos ocurrió, dado que siempre estaba cerca de Dune, fue subirla a ella a la cama y ver qué podía pasar. Y lo que sucedió fue algo maravilloso: la perra se tumbó a nuestros pies y, cuando Julia se percató de su presencia, gateó hasta ella, se tumbó sobre su costado y, poco a poco, fue dejando de llorar y tranquilizándose hasta que finalmente se quedó dormida… Creo que ha sido uno de los momentos más emotivos que me han ocurrido en mi vida.
Aquellos más escépticos pensarán que la niña simplemente se durmió porque el cansancio le pudo y porque el paracetamol hizo su trabajo. No lo niego, pues no tengo evidencias para demostrar que aquello que sucedió fue a causa o por efecto de la presencia de Dune. Sin embargo, y sobre todo en el ámbito de la atención hospitalaria, han proliferado diferentes estudios que nos indican que quizá sí que pudo tener algo que ver debido a los beneficios de las interacciones entre perros y niños que están pasando por algún proceso de enfermedad. Así, en una revisión sistemática realizada recientemente por investigadores de la Escuela de Enfermería de la Universidad Sun Yat-Sen de China se encontró que la interacción de animales en contextos hospitalarios ayudaba a reducir la percepción del dolor y la presión sanguínea . Del mismo modo, existen estudios anteriores recogidos por Snipelisky y Burton que inciden en esos beneficios fisiológicos e indican que, la interacción de niños y perros en contextos hospitalarios tiene diferentes beneficios, tales como el aumento de las interacciones sociales y la reducción de la ansiedad, la reducción de sentimientos negativos durante el período de hospitalización o la reducción del miedo en estos pacientes pediátricos . Con esto, aún hoy sigo pensando que fue la presencia de Dune la que consiguió consolar a nuestra hija aquella noche.
Toda esta relación y vínculo tan especial que se venía forjando durante años me alentó a buscar la respuesta sobre cuál era la percepción que Julia tenía sobre Dune: ¿la consideraría como una «hermana»? ¿Sería para ella un animal especial? ¿Cómo sentía ella esa relación? Aquellas preguntas fueron desveladas una tarde en la que fui a recoger a Julia al colegio. Ella estaba en el último curso de infantil y ese día, casi sin mediar otra palabra, me dijo: «papá, yo quiero una mascota». Evidentemente, esto me sorprendió. Quise confirmar lo que había escuchado y le contesté con una pregunta: «¿seguro que quieres una mascota? Ya tenemos una». El concepto mascota no es algo que me guste especialmente utilizar, pero no era lo que me importaba en ese momento. Ella me replicó que sí, que quería tener una en casa. Insistí y le dije a Julia que nosotros ya teníamos a Dune, y que ella era una mascota (a más que me pesara esa denominación). Su respuesta, sencillamente, me dejó maravillado: «papá, es que yo quiero un perro…». Tardé unos segundos en pensar qué responder, porque Julia no pensaba que convivía con una mascota, ¡ni siquiera pensaba que convivía con un perro! Una vez más, mi hija me ponía frente a una realidad de las relaciones humano-perro que se salía del concepto clásico de «mascota» o «animal de compañía», porque era evidente que Dune para ella era algo… alguien diferente. Una más de nuestra familia, quizá una hermana, pero con cuatro patas y con mucho pelo.
Quise ahondar en este asunto y así fue como, tiempo después, descubrí el concepto de familia multiespecie que empezó a utilizarse en 2004 por Faraco, quien definía este tipo de familias como aquellas que se autodenominan constituidas por personas y animales . Desde un plano puramente especista en el que el ser humano otorga más valor a la propia especie que al resto, esto supone un salto en el código de programación, un agujero negro en vista de los sistemas de clasificación tradicionales de especies animales. ¿Es posible formar una familia compuesta no solo por seres humanos, sino también por otras especies animales no humanas? Según el dr. Marcos Díaz Videla, esto no es solo posible, sino que además es frecuente . Marcos es un psicólogo y antrozoólogo argentino que ha estudiado las relaciones humano-perro en profundidad. Tanto él como la también antrozoóloga, dra. Paula Calvo, están convencidos y han desarrollado diferentes formaciones sobre ello considerando la importancia del rol que el perro juega dentro de cada familia. En su opinión, estudiar las relaciones internas que se dan entre los miembros de una familia, y conocer qué papel juegan los no humanos en dichas relaciones, constituye una información tremendamente útil para poder establecer las pautas y dinámicas de una convivencia adecuada en el hogar . Del mismo modo, tal y como vimos en capítulos anteriores, la familiaridad o parentesco es uno los pilares definidos por Katcher dentro del vínculo humano-animal. Efectivamente, Julia consideraba a Dune alguien más dentro de nuestra familia, alguien que no tenía el valor de una mascota, que implica posesión, ni tan siquiera lo que definiría naturalmente al animal, un perro. Era (y es), sencillamente, una más en casa.
Lo anterior nos indica la importancia que el papel de un perro puede llegar a desempeñar dentro de un núcleo familiar. Y, particularmente, en las relaciones que establecen con los niños y viceversa. Según el estudio realizado por la Cátedra Animales y Salud de la Universidad Autónoma de Barcelona, los niños perciben diferentes beneficios en su relación con los animales de compañía. Así, la práctica totalidad de los menores entrevistados consideraban que su animal les reportaba: compañía (99 %), alegría (94 %), diversión y entretenimiento (93 %) y cariño (92 %). Del mismo modo, se registraron beneficios en cuanto a que la convivencia hace más responsables a los niños (67 %), al aprendizaje relacionado con no solo a recibir cariño, sino también a darlo (62 %), a tratar bien a los demás (59 %) o a respetar al diferente (55 %) . Estos datos constatan los grandes beneficios que la mera convivencia con un animal de compañía como perro o gato pueden generar en un niño. A día de hoy, se presta mucha importancia a cuestiones relacionadas con las habilidades socioemocionales, tanto en el ámbito escolar como en el familiar. Tener un compañero que te proporciona algunos elementos básicos que están en la base de esas habilidades como el cariño, la compañía, la empatía y el reconocimiento de la diferencia es, por sí mismo, un valor añadido a la presencia de perros y gatos en el desarrollo de las generaciones futuras en nuestra sociedad. Un mérito que rara vez solemos reconocerles.
Si os estáis preguntando si tengo alguna historia relacionada con mis hijas y mis perras para hablar sobre todo esto… sí, la hay. Pero para ello me gustaría presentaros antes a nuestra otra perra, Breva: es una border collie nacida en la primavera de 2021. A diferencia de Dune, que ya estaba cuando mis dos hijas vinieron al mundo, Breva llegó a nuestras vidas casi por casualidad y con las niñas más crecidas y conscientes de todo lo que les rodeaba. Yo llevaba un tiempo buscando una nueva compañera para trabajar conmigo, pero también para acompañar a Dune. Y ahí apareció Rasta, una perra que me enamoró durante el curso de guía canino en intervención asistida con perros que imparto en la Universidad Internacional de Andalucía. Me encantó su carácter tranquilo y sociable con las personas. Se mantenía muy estable incluso en contextos que a otros perros les podían resultar altamente estresantes. Además, la propia raza me llamaba mucho la atención por sus cualidades en cuanto al aprendizaje y su capacidad de trabajo junto a las personas. Un día, Xiomara —que es quien llevó a esta perra al curso— nos envió la foto de la camada que había tenido la hermana de Rasta, Xena. Le pregunté si el carácter de Xena era parecido al de Rasta. Pregunté por el padre, los abuelos… La verdad es que hice tantas preguntas que agradezco enormemente su paciencia. Lo mejor de todo fue que todas las respuestas que recibí me cuadraban con lo que yo buscaba, que no era más que una perra sociable y con un alto instinto de trabajo junto a las personas. Enseguida vi la oportunidad de poder integrar a uno de esos cachorros en nuestras vidas. Fueron tres meses de intercambiar fotos, vídeos, llamadas, visitas a Cuenca para conocer a la camada… hasta que, por fin, Breva llegó a nuestras vidas.
Y con ella, descubrimos una nueva faceta en la relación que Alicia, nuestra hija menor, desarrolló con la perra recién llegada. Ella no había sido tan activa en el contacto con Dune como lo había sido Julia en su momento. En cierta manera, creo que Alicia consideraba que Dune era alguien más cercana a su hermana mayor. Sin embargo, con la llegada de Breva, creo que Alicia recorrió el mismo camino que Julia con Dune, pero de una manera acelerada. Cada noche, y casi desde el primer día, ella me pedía que Breva fuese a saludarla con un beso de buenas noches a su cama. Y, al despertarse, la llamaba para repetir el ritual de saludo. Me sorprendió esto porque no lo había hecho antes con nuestra otra perra. Sin embargo, pronto empezó a desarrollar conductas que mostraban un mayor apego y contacto físico frecuente: mientras leía, veía la televisión, comía o, simplemente, estaba descansando. Una tarde, Alicia estaba algo disgustada porque había discutido con su hermana. En otras ocasiones, si esto sucedía, ella solía buscar refugio en su cama, abrazando un peluche u otro muñeco. Sin embargo, en aquella ocasión Alicia decidió que su refugio emocional ya no sería aquella muñeca de trapo de rubias trenzas. Al rato de lo sucedido, fui a su dormitorio para ver cómo se encontraba y la vi tumbada en la alfombra de la habitación acariciando a Breva que tenía la cabeza reposando en sus piernas. Le pregunté cómo se sentía y me respondió, sencillamente: «más tranquila».
Ya había visto esto antes con Julia y Dune, pero era la primera vez que lo observaba con Alicia. Pensé que ella era menos cinófila: no a todo el mundo le tienen que gustar los perros con la intensidad que le gustaban a Julia. Pero aquella situación me hizo pensar que lo que realmente sucedía era que Alicia no había encontrado a «su» perra… hasta que llegó Breva a casa. Diferentes estudios, como el realizado por Sandra Lookabaugh-Triebenbacher de la Universidad de Carolina del Este, inciden en el efecto moderador que la interacción del perro tiene sobre la salud emocional de los niños . Así, se describen beneficios derivados del soporte emocional y el potencial confidente que un perro puede aportar a un niño, tal y como encontraron James Serpell y Paul . De hecho, se describen experiencias tanto en estos estudios como en el realizado por la Cátedra Animales y Salud que indican que los niños confían secretos y buscan el refugio emocional en los perros antes que en las personas que se encuentran en su entorno . Es más que probable, tal y como describió Bryant en los años noventa del siglo pasado, que los perros cumplan con cuatro factores sobre los que se sustentan estos beneficios: la reciprocidad en el cuidado y la prestación del cariño, el afecto continuo percibido por el menor, la mejora del sentimiento de bienestar propio y su influencia en la formación del autoconcepto del niño, y la exclusividad de la relación que implica dicho formato de confidencialidad . Precisamente, esto es lo que creo que Alicia encontró en su nueva relación con Breva.
Pero, como en toda vida de un niño, esos momentos de enfado y tristeza suponen solo una parte mínima de sus vivencias en las que el juego y el aprendizaje están presentes en mayor medida en su experiencia diaria. Específicamente, el juego simbólico: aquel que desarrollan los niños intentando imitar o entrenarse en las situaciones de la vida adulta, como jugar a la consulta médica, a cocinar, a dar clase… Estas actividades son muy importantes en el desarrollo de habilidades y destrezas a nivel cognitivo, social, emocional y en las capacidades psicomotrices del niño. En casa, esto lo vemos a diario en el juego que establecen nuestras hijas entre ellas, pero también entre ellas y nuestras perras. Una mañana de domingo en la que estaba aprovechando para hacer alguna tarea doméstica, me percaté de que Alicia estaba hablando sola. Me fui acercando al lugar donde estaba y conseguí escuchar mejor. No hablaba sola, le hablaba a una de nuestras perras. Al entrar a la habitación que tenemos habilitada como estudio, encontré a Alicia y Breva juntas. Sentadas en el suelo una enfrente de la otra. Justo detrás de mi hija, una pizarra que tenemos para que ellas jueguen y dibujen. Y escrito en ella: 1 + 2 = 3. La situación me despertó cierta curiosidad, así que le pregunté a Alicia sobre lo que estaban haciendo. Ella me dijo que, como Breva era una perra pequeña y estaba aprendiendo, ella le estaba ayudando con las sumas. A lo que añadió que ya casi «se lo sabía». Sin duda, era un perfecto ejemplo de juego simbólico en el que Alicia y Breva eran las protagonistas.
Este tipo de retroalimentación en el aprendizaje fue estudiado por Agneta Svensson de la Universidad de Gotemburgo en Suecia. En su investigación, Svensson encuentra que este tipo de interacciones conducen a nuevas experiencias y un mayor conocimiento sobre el comportamiento social, además de aportar sensación de bienestar al niño . Otros beneficios derivados del contacto con los perros en etapa escolar también han sido estudiados por la ciencia. Así, Mika Maruyama, de la Universidad de Portland, describe en su investigación publicada en 2010 que los niños que establecían un vínculo más fuerte con sus animales de compañía podían desarrollar niveles más altos en el aspecto cognitivo-social. En dicho estudio también se pone de manifiesto la influencia de los padres en la orientación sobre el cuidado hacia los animales que conviven en casa. Aquellos niños que reciben estas competencias muestran habilidades más avanzadas para pensar y resolver problemas de manera flexible . Por su parte, Megan Geerdts, de la Universidad de Carolina del Norte, investigó la influencia en el aprendizaje sobre la biología de los animales, siendo más competentes en el aprendizaje y reduciendo la visión antropocéntrica de los niños que convivían con perro frente a quienes no convivían con un animal de compañía . Estas diferencias también son descritas en un estudio clásico en las relaciones perro-niño desarrollado por la Universidad Estatal de Kansas liderado por Robert Poresky, en el que los niños en etapa preescolar que convivían con un perro en casa obtenían mejores puntajes sobre las cualidades de desarrollo infantil en relación a su edad tales como la toma de decisiones por sí mismos y la autosuficiencia .
En estos últimos 9 años he podido observar cómo nuestras perras e hijas eran protagonistas de historias y anécdotas en las que yo me he sentido como un espectador privilegiado. El crecimiento y desarrollo de un niño es muy emocionante. Que pueda hacerlo junto a un perro es, francamente, maravilloso. La propia experiencia vivida en este tiempo en mi familia me reafirma en esa idea. No obstante, para alguien como yo, que cree en la ciencia y en la investigación como medio para demostrar la causalidad y relación entre diferentes fenómenos en la naturaleza, es reconfortante saber que, además de lo vivido, existe una amplia base científica que confirma aquello que hemos visto con nuestros propios ojos. En cualquier caso, la relación entre perros y niños supone un auténtico campo de estudio en el que se debe seguir profundizando para documentar de manera objetiva aquello que la subjetividad nos muestra como algo, sencillamente, genial.