Al nacer se vuelve autónomo y tiene que respirar, alimentarse y regular su temperatura por sí mismo. Si el parto ha sido a término y está sano, se adapta perfectamente a las nuevas condiciones.
El elemento que determina los primeros nueve meses de un ser humano es el agua. El futuro bebé empieza a moverse en el líquido amniótico tan solo diez semanas después de la concepción, cuando su tamaño no supera los dos centímetros de longitud.
Dentro del saco amniótico el embrión experimenta la ligera suavidad del agua, y flota sin los límites que impone la gravedad. En esta cápsula hermética el futuro bebé disfruta de una temperatura constante de 37 grados, independientemente de que su madre esté tumbada al sol en la playa o dando un paseo por la nieve.
Una vez llegado al mundo, el bebé percibe por primera vez el efecto del aire en su piel. ¡La «funda» que daba este calorcito tan acogedor desaparece de repente!
Para disminuir el impacto, después de descansar unos segundos sobre el pecho de mamá, la matrona lo envuelve en toallas precalentadas, le cubre la cabeza con un gorrito y lo pone otra vez sobre el pecho de la madre. Si es posible, esperará un tiempo antes de desnudarle de nuevo. Y es que el recién nacido necesita aproximadamente una hora para que su piel pueda sentir el contacto del aire sin que le resulte molesto.
Un espacio ilimitado
En las últimas semanas de embarazo el feto ya no puede moverse libremente porque ocupa casi todo el espacio intrauterino. Tiene las piernas dobladas y la cabeza colocada en la apertura de la cadera a la espera del parto, está igual que un pollito dentro de la cáscara de un huevo.
Para él la estrechez no es una experiencia agobiante, sino un modo de estar calentito y una manera de sentirse protegido. Todas las partes de su cuerpo están en contacto con las paredes del útero.
Cuando nace, el bebé dispone de repente de mucho espacio. Abre los brazos y no toca en ninguna parte. Extiende las piernas y no encuentra la firme resistencia habitual que le orientaba hasta un momento antes. Y los huesos de la cadera de mamá han sido sustituidos por el vacío más absoluto. La nueva libertad puede confundir e irritar al bebé.
La mejor manera de tranquilizarle es cogerle firmemente en los brazos (sin duda el mejor consuelo) o envolverle en una toalla, chal o mantita. Muchos bebés también se tranquilizan cuando les ponen un gorro fino. Este efecto no se debe tanto al calorcito y confort que el gorro pueda proporcionarles, sino al hecho de sentir la cabeza apoyada en algún sitio. Algunos bebés buscan esa sensación tan desesperadamente que ellos solos reptan en su cuna hacia arriba hasta tocar la almohada acolchada que la rodea y sentir esta limitación tan tranquilizadora.
Tardan aproximadamente seis semanas en dejar de añorar esta sensación de tener la cabeza firmemente apoyada en algo.
Respirar en vez de recibir oxígeno
En el útero materno el bebé no utiliza los pulmones porque el cordón umbilical le abastece de oxígeno. La sangre con niveles altos de oxígeno fluye a través de la vena umbilical hacia su corazón y desde allí se distribuye a todo su cuerpo. Después, la sangre no oxigenada vuelve a través de la arteria umbilical a la placenta, dónde se eliminan los productos de desecho y se oxigena de nuevo.
El nivel de saturación de oxígeno se mantiene constante, el futuro bebé nunca tiene sensación de ahogo.
Cuando su cabecita atraviesa el canal del parto y su nariz y boca están liberadas, el recién nacido inspira por primera vez en su vida. En este mismo instante los pulmones se ensanchan y se encargan de enriquecer la sangre con oxígeno.
Respirar con regularidad es un arte que el bebé aún tiene que practicar. Por eso cuando duerme se pueden observar períodos en los que la respiración es casi imperceptible y otros en los que hace una inspiración muy profunda para recabar oxígeno.
Hambre en vez de bufé libre
En el vientre materno el feto recibe constantemente todo lo que necesita. Cuando la gestación entra en la recta final, él bebe líquido amniótico y lo elimina, así ensaya las sensaciones que produce tener el estómago lleno y tenerlo vacío.
La experiencia de sentir hambre todavía no figura en el repertorio de sus aprendizajes porque en el útero la oferta alimentaria es constante, no hay retrasos ni interrupciones. Incluso mientras duerme, el corazón materno sigue enviando sustancias nutritivas a través de la placenta y del cordón umbilical. Y lo mismo ocurre al revés: aunque la madre esté durmiendo, el feto sacia sus necesidades a medida que van surgiendo.
Tras el parto, el recién nacido se siente como un deportista que acaba de realizar un gran esfuerzo, lo que más necesita es descansar, seguramente podría esperar un tiempo para comer.
Sin embargo, es importante que le den el pecho por primera vez en el paritorio, porque en las dos primeras horas de vida el reflejo de succión es muy fuerte. Si se pone a mamar, aprende a confiar en el mundo («mi mamá sigue estando conmigo y me alimenta»).
Primeros roces y caricias
Entre la duodécima y la decimosexta semana (tercer mes de embarazo) el feto desarrolla el tacto. Lo primero que percibe a través de este sentido es el roce de sus manitas y sus rodillas con las paredes de la bolsa amniótica. A partir de la vigésima semana se chupa el pulgar y se toca las mejillas. Esos estímulos despiertan las terminaciones nerviosas que hay alrededor de la boca, que él entrena para facilitar la succión cuando nazca.
Pero por más conectado que el bebé esté con su madre durante la gestación, su piel no ha conocido el roce de los estímulos externos (guantes, manos, ropa...).
La madre no olvidará nunca la sensación de acariciar por primera vez a su bebé, y muchas matronas y médicos están convencidos de que también el recién nacido recordará los primeros contactos. Por esa razón le tocan solo lo imprescindible, siempre que no necesite atención urgente (el primer examen puede retrasarse unas horas).
Esperan a que haya recibido caricias amorosas antes hacerle los primeros exámenes médicos. Así el bebé tiene tiempo de reconocer el lenguaje de la piel de los seres queridos para orientarse y saber: ¡esta es mamá que sujeta con su mano mi cabeza! ¡Esa mano es de papá!
Ruidos en vez del sonido del corazón de mamá
El desarrollo de la capacidad auditiva termina aproximadamente en el quinto mes del embarazo. Desde muy pronto el futuro bebé recibe estímulos sonoros: el murmullo de la sangre al fluir por las grandes arterias y venas, el gluglú del estómago, el sonido de los movimientos intestinales, el retumbar rítmico de los latidos del corazón de la madre.
Los sonidos que proceden del exterior quedan atenuados por el líquido amniótico y por la banda sonora que se escucha en el interior del útero. Incluso cuando la madre está durmiendo durante la noche, el feto siente suaves vibraciones que los movimientos del corazón producen en el líquido amniótico. Cuando mamá sube las escaleras o se da un paseo él se mece dentro de su cunita intrauterina.
Una de las primeras impresiones del recién nacido consiste en constatar que el mundo es muy ruidoso: hay voces que gritan, puertas que se cierran de golpe, sirenas alarmantes...
El recién nacido percibe todo este barullo de repente sin ningún filtro y, a ratos, sin previo aviso, se hace un silencio profundo. Esta experiencia novedosa puede llegar a causarle miedo, ya que está acostumbrado a escuchar sonidos permanentemente. Por eso a los recién nacidos les encanta dormir tumbados en el pecho de papá o mamá y volver a escuchar los latidos constantes del corazón. Si todo ha ido bien y el recién nacido no tiene problemas, descansa durante las horas siguientes al parto sobre el pecho de mamá. Al principio prefieren sentir la 'intranquilidad' de la vida familiar a la soledad silenciosa de una habitación cerrada.