Ser Padres

El bebé no necesita estimulación sino estímulos

Está claro: la mejor edad para aprender es la infancia, pero las corrientes más modernas descartan que haya que someter al bebé a un entrenamiento, ahora consideran que hay que ofrecerle estímulos.

Los últimos descubrimientos en neurociencia han dejado al descubierto algo que de alguna forma ya sabíamos: tenemos un cerebro muy plástico con miles de posibilidades sin explorar y la mejor edad para aprender es la infancia. Los primeros meses y años de vida de los niños, considerados durante mucho tiempo como un periodo estéril para el aprendizaje (por ello el niño podía pasarse el día jugando) han pasado a valorarse como la base de su posterior desarrollo físico, emocional e intelectual.
De forma abierta o sutil esto lleva a muchos padres a preguntarse si no estarán desperdiciando las capacidades de sus bebés e hijos, si necesitan algún tipo de estimulación especial para aprovechar las posibilidades latentes o simplemente para sobrevivir en una sociedad competitiva.
La palabra estimulación se ha colado en nuestra vida generando bastante confusión. Y es importante despejarla con respuestas que, a veces, nos sorprenderán. ¿Necesita nuestro hijo estimulación para aprovechar su potencial? ¿Qué podemos ofrecerle para un desarrollo óptimo?

Algunos estímulos son fundamentales

La vida es en sí una experiencia estimulante: la luz del sol que nos deslumbra y calienta, los olores que nos asaltan, sonidos que se superponen, texturas que nos visten, animales que se acercan, el viento o las manos de mamá que nos acarician. Vivimos en un universo de estímulos cambiantes que el bebé y el niño necesita y nosotros, los padres, somos lo que permitimos o favorecemos el acceso a ellos.

¿Qué diferencia hay, entonces, entre ofrecer estímulos y estimular?

La diferencia está en la idea que subyace a cada acción. En el primer caso ofrecemos al bebé y el niño la oportunidad de estar en contacto con determinados estímulos pero él decide qué toma, qué deja y cómo se relaciona con ello; es protagonista de su proceso. Sin embargo cuando nos planteamos que el desarrollo de nuestro hijo depende de nuestra estimulación entendemos que somos nosotros los que tenemos que hacer algo, el acento está en nuestras acciones (no las suyas) e implica desconfianza en la capacidad del niño de desplegar su potencial: le imponemos los estímulos, esperamos que repita lo que le nosotros queremos o que se pliegue a la manipulación física y lo convertimos en pasivo respecto a su desarrollo.

¿Deberíamos entonces quedarnos quietos, somos prescindibles?

En absoluto. Nuestro papel es fundamental. Tanto por lo que le ofrecemos (él sólo puede elegir de entre lo que ofrecemos) como por nuestra actitud. La falta de estímulos o deprivación sensorial  es tan problemática como el exceso; hay que ofrecerle variedad y calidad.

¿Cuáles son los estímulos adecuados?

Nosotros somos su mejor y principal estímulo, al menos durante los tres primeros años. Está demostrado que los niños se desarrollan en perfecta interconexión con los adultos que los cuidan. A menudo dedicamos mucho tiempo a buscar fuera cosas para entretenerlos, ignorando nuestras increíbles posibilidades como fuente de estímulos.
La otra gran fuente de estímulos son el ambiente y los objetos, que permiten (o dificultan) su desarrollo físico, emocional e intelectual. Cada ambiente ofrece unas posibilidades y unos límites. Que nuestro bebé gatee o no, por ejemplo, no depende de la suerte ni de que le hagamos " ejercicios" para el gateo, pero sí de que dispongamos del espacio adecuado para ello. ¿Podemos convertir nuestra casa (o al menos una parte) en un lugar que ofrezca los retos que nuestro hijo necesita experimentar en función de su edad?

¿Podemos pasarnos con los estímulos?

Pues sí. Y, de hecho, lo hacemos. "Hoy los niños están sobreexpuestos a estímulos y hay que ayudarles a disminuirlos", afirma el psicólogo Daniel Rosso. Hay estudios que relacionan la hiperactividad y los problemas de conducta, las dificultades para concentrarse o la depresión, cada vez más comunes entre los más pequeños, con el exceso de estímulos (o estímulos inadecuados).
"Podemos cambiar el concepto de estimular por el de compartir", señala el psicólogo Daniel Rosso. "O acompañar", apunta la musicoterapeuta Arantxa Castañeda.
Acompañar y compartir. Somos los acompañantes de nuestro hijo en este tramo de su vida en el que aún no es autónomo, vamos a compartir con ellos lo que sabemos (y a redescubrir de su mano lo que olvidamos). ¿Qué tipo de acompañante nos gustaría tener al lado en el hipotético caso de que llegáramos a un planeta desconocido en el que no pudiéramos, en principio, movernos de forma autónoma? ¿Querríamos un acompañante que nos tuviera todo el día encerrados debido a nuestra falta de autonomía? ¿Uno que siguiera haciendo su vida, sin contar con nuestra presencia? ¿Uno que no nos dejara ni respirar? ¿Uno que se prestara a mostrarnos con entusiasmo su planeta, que nos permitiera explorarlo mientras él garantiza nuestra seguridad? Elijamos el acompañante que nos gustaría tener, el que queremos ser y pasemos a explorar con nuestros hijos el estimulante mundo que se abre frente a sus ojos.
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