El sentido del olfato se empieza a desarrollar muy pronto dentro del útero, como pasa con el del gusto, por ejemplo. Hacia la décima semana de gestación, se habrán formado ya los receptores que el pequeño utilizará para detectar cada olor que le llegue.
Todavía dentro del útero empezará a familiarizarse con algún olor que tenga en ese entorno tan reducido en el que crece y se forma. Es el caso del líquido amniótico, que emite un aroma similar al de la leche materna. Además, lleva también olores distintos en función de lo que come la mamá, así que algo le va llegando al feto durante todo el embarazo.
De este modo, una vez fuera de la tripa de su madre, el recién nacido tiene ya el sentido del olfato muy sensibilizado. No ocurre como con la vista, que tardará tiempo en desarrollarse. Pero el olfato, que se procesa en la parte del cerebro que controla la memoria, es fundamental para su supervivencia. Por un lado, porque reconoce el olor de sus padres, con los que se siente seguro, y por otro lado, porque su alimentación depende de ello ya que que es el aroma de la leche materna el que le guía hasta el pecho de su madre para empezar a mamar. Al estar centralizado en la misma parte del cerebro como decíamos, el bebé recuerda el olor, algo que nos ocurre ya durante toda la vida.
El olor de mamá
Al mes de vida, gracias a la memoria y a lo desarrollado que está el olfato, ya se guía mucho de los olores conocidos. Por este motivo los expertos recomiendan a los padres de un recién nacido que no utilicen perfume, por ejemplo. Si lo hacen, pueden confundir a su pequeño, que se podría sentir inseguro al no reconocer el olor de su mamá o de su papá.
A medida que crece, también evolucionan otros sentidos como la vista, y el bebé también está mucho más familiarizado con lo que le rodea, de ahí que ya no dependa tanto del olfato, aunque sigue siendo un sentido fundamental para él. De hecho, ante cualquier desconocido o que no le guste, llorará o se mostrará nervioso.
Momento clave: la alimentación complementaria
Pasarán los meses con cierta estabilidad hasta que llegue el primer punto de inflexión en su vida, la alimentación complementaria. A su sexto mes de vida, su olfato se abre a nuevos olores, que junto al sentido del gusto será fundamental para que vaya aceptando los alimentos que sus padres le vayan introduciendo. Es decisivo el gusto, pero si le gusta el olor, ayuda a que al menos lo pruebe.
Poco a poco, a medida que memoriza los olores de las distintas comidas, puede mostrarse reticente a nuevos platos porque ya sabe cómo huele lo que le gusta, y también cómo se ve y cómo sabe. De todos modos, aunque maneje a estas alturas su olfato con soltura y se apoye en él para todo lo que hace, este sentido se seguirá desarrollando, más o menos, hasta los ocho años de edad.