No hay consejos ni trucos infalibles en la crianza; de lo contrario no sería el reto de la magnitud que es. Pero hay detalles que pueden ayudar. A nosotros nos pasa en casa con este hábito que hemos asimilado como alternativa a no estar todo el día diciendo que “no”, que por cierto es algo que suele echar más leña al fuego si las peques están nerviosas o “encabezonadas” en algo.
No hacemos nada, en realidad, que no aconseje cualquier psicólogo o docente especializado en la infancia. Especialmente los primeros, que son expertos en el funcionamiento del cerebro de los más peques de la casa, insisten a menudo en que el “no” por respuesta, ya sea tajante y jerárquico, o con una argumentación detrás, no suele tener consecuencias muy positivas. Más bien todo lo contrario.
Nosotros mismos, en casa, lo hemos comprobado. Si una de las dos niñas quiere algo a toda costa y no lo puede hacer o tener, el “no” suele ser el motivo por el cual su enfado escala de nivel. Incluso, en la más pequeña, que tiene cuatro años y mucho carácter, la consecuencia puede ser el descontrol emocional. Una rabieta consciente, que es distinta a las de los dos años, pero rabieta al fin y al cabo. Con sus llantos, gritos y, en algunos casos, golpes. La mayor, en cambio, tiene ya otra regulación emocional, pero si quiere hacer algo y cree estar en su derecho o capacidad, peleará por conseguirlo. Casi siempre rebatiendo nuestros argumentos. Es lo que tiene educar tratando de potenciar la asertividad y la autonomía, que no te lo ponen fácil a medida que crecen. Defienden su posición, y hacen bien.

En cualquier caso, más allá de cómo sea cada niño o niña en estas edades, lo que pocos papás y mamás negarán es que hay días en este tramo de la crianza en el que parece que solo sabemos decir “no”. Y puede que a vuestros hijos e hijas no les siente mal, ni genere consecuencias negativas; es posible que lo acaten y listo. Pero no me digáis que no os afecta personalmente a vosotros y vosotras sentir que la palabra “no” es lo que tenéis todo el día en la punta de la lengua. Es agotador y, por momentos, triste.
Evidentemente, hay situaciones en las que no pueden hacer o tener determinadas cosas. Y en algunas no habrá otra que decir que “no”, que además es lo primero que nos sale. Es natural y entendible. Pero es posible reducir el número de veces que damos esta respuesta negativa con un sencillo hábito que cuesta asimilar pero que es muy eficaz. Al menos lo es en nuestra casa. Se trata, simplemente, de enfocar la respuesta dando una alternativa.
Y para ello, lo único que debemos hacer es, en primer lugar, legitimar su deseo o necesidad. “Entiendo que…” pasa a ser el comienzo de la respuesta en la mayoría de estas situaciones, que no es lo mismo que empezar por un tajante “no”, palabra que ya ellos asocian a algo que les cabrea o disgusta. Lógicamente. A nosotros, como adultos, tampoco nos suelen gustar los no por respuesta.
Una vez legitimamos (a veces lo hacemos mejor y otras peor; nadie es perfecto), pasamos a proponerles una alternativa. Puede ocurrir, por ejemplo, con la ropa. O bien nos anticipamos y les damos dos o tres opciones para que elijan y evitarnos así el no, o buscamos una opción alternativa acorde a lo que les puede gustar que tampoco sea la que a nosotros nos gustaría que se pusieran ese día. Puede pasar con los juguetes o planes de ocio y, en menor medida, con las comidas. Si no les apetece manzana y hay dos o tres frutas más disponibles, por qué no ofrecerles esa alternativa en vez de ser inflexibles, ¿no?

La alternativa, cuando le coges “el gusto” y eres capaz de asimilar este tipo de respuesta, sirve para casi todo. También en la calle. Al final, eso sí, te darás cuenta de que estás en una especie de negociación permanente con ellos y ellas. A nosotros, desde luego, esto nos parece mucho más sano y positivo que establecer una relación muy jerarquizada, pero es cuestión de estilos de crianza. Desde luego, no voy a engañarte: también puede resultar agotador (sobre todo si conseguís que con un solo “no” hagan lo que queréis y os sentís bien con ello). Ahora bien, uno recarga las pilas cuando está convencido de que este hábito es el que nos lleva a todos por el camino correcto.