No os voy a descubrir América. Y sé que hay muchas corrientes pedagógicas y filosofías de la crianza que rechazan categóricamente el condicionamiento por recompensa. Pero llegados a un punto, toca simplificar. Y todos sabemos, niños y adultos, que haciendo lo correcto tenemos más posibilidades de recoger frutos de nuestro agrado, mientras que de abandonarnos a la holgazanería podemos ver nuestros objetivos y deseos alejarse hacia un horizonte inalcanzable.

Pues del mismo modo que yo sé que podré disfrutar de mi ansiada cerveza del viernes por la tarde sólo si cumplo con mis objetivos laborales de la semana, mis hijos han aprendido que la mejor vida es aquella que les espera, a la vuelta de la esquina, cuando han terminado de hacer, de buena gana y sin mucho ruido, todas sus obligaciones, ya sean escolares o domésticas.
Las negociaciones sobre si hacer la tarea del fin de semana el viernes o el domingo pasaron a mejor vida cuando cambié el enfoque de esa "libertad de elección". Ellos podrán decidir cuándo hacerla, pero sabiendo que no será hasta que la tengan terminada y de manera correcta, cuando puedan empezar a disfrutar del jolgorio y libre albedrío del fin de semana. Y qué pena que ese estado de despreocupación y alegría se limite a unas horas, ¿no? cuando podría comenzar, perfectamente, a las seis de la tarde del viernes y durar hasta, pongamos, la ducha del domingo.
Igual entre semana. Me planto. Me niego a obligar a nadie a sentarse o a terminar nada. Mi control y tutoría queda relegado a la negativa de dejarles atravesar la puerta de casa, coger una muñeca, un puzzle o un álbum, hasta que no hayan realizado todos sus quehaceres pendientes, así como dejado lista la mochila para el día siguiente.
¿Existe algo mejor que pueda regalarles que la felicidad de una mente tranquila y la satisfacción de cumplir con sus obligaciones? Y no hablo sólo del bien que les hace esta costumbre en su presente, sino también a un largo plazo. A base de repetir este "no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy", mi norma se convertirá en su costumbre, y serán personas más organizadas, responsables y satisfechas, con una mente ordenada y una capacidad de trabajo y compromiso que les permitirá, muy probablemente, llegar mucho más lejos de dónde podrían llegar si me limitará a decirles que tienen que hacer algo, y ya, porque sí.

Con esta técnica a veces he conseguido que incluso aprovechen huecos entre asignaturas para hacer la tarea de casa. Saben que, de traerla hecha ya, no sólo recibirán el mejor de mis halagos sino que disfrutarán de una tarde entera para ellos.
Primero lo primero, suena muy obvio, pero ¿cuántos empezamos siendo flexibles y terminamos perdiéndole el respeto a las jerarquías? Os animo a ponerlo en práctica de manera inamovible durante dos semanas, veréis cómo pronto la de mandar a hacer la tarea, será una obligación de la que os habréis liberado.