La impaciencia es una de las emociones más comunes en los niños, y también una de las más desafiantes para los padres. Aunque es completamente natural que los pequeños tengan dificultades para esperar, especialmente en un mundo que fomenta la gratificación inmediata, la impaciencia a veces se convierte en un obstáculo si no se maneja adecuadamente. Carmen Castaña, la protagonista de este cuento, también puede llegar a ser muy impaciente y querer resolver las cosas de inmediato.
Érase una vez, en un lugar muy peculiar y muy lejos de cualquier sitio que conocemos, un reino oculto, muy curioso y conocido solo por unos pocos:
El lugar del “Casi”.
Allí las casas están casi construidas, los cuadros casi pintados, los pasteles casi horneados… y los relojes, por supuesto, casi dan la hora.
Los árboles están casi en flor y los libros de la biblioteca tienen portadas precisas pero terminan en la página veintisiete. ¡Siempre!
En el lugar del “Casi” sus habitantes están muy ocupados… casi siempre. Corren, empiezan cosas, se entusiasman con todo… pero rara vez terminan nada.
La alcaldesa del reino, la señora doña Prisa, es una mujer con zapatos desparejados, lápiz de labios sin terminar de aplicar y frases que dejaba… sin acabar.
—¡Aquí no perdemos el tiempo con detalles! —decía doña Prisa, mientras firmaba decretos a medias —. ¡Lo importante es seguir, seguir, sin mirar atrás!
Un día, los habitantes del lugar del “Casi” recibieron una noticia emocionante:
Habían encontrado a una niña perfecta para vivir allí. Era inteligente, brillante, con mil ideas por minuto… Y sobre todo: impaciente.
Se llamaba Carmen Castaña, y vivía donde las cosas tardan, los bizcochos deben enfriarse, las plantas no florecen en un día y los deberes no se hacen con solo pensarlo.
Carmen, a veces era impaciente. En eso se parecía a Pino, el amigo de su hermana pequeña Grecia. Carmen era tan perfeccionista que cuando algo no le salía a la primera se desesperaba. Aunque era una niña muy inteligente y curiosa, a veces su impaciencia le ganaba la partida.
Por eso, cuando recibió una carta en un sobre casi cerrado y escrita con tinta que casi no se leía, no dudo:
Querida Carmen Castaña,
Sabemos que eres como nosotros: brillante e impaciente.
Por eso, te invitamos a vivir con nosotros en el Lugar del “Casi”. ¡Aquí no hay que esperar nunca por nada! ¡Te encantará!
Atentamente, la alcaldesa Doña Prisa
Carmen estaba fascinada por la invitación. Pensaba que el lugar del “Casi” sería el sitio ideal para alguien como ella, tan inteligente y curiosa. Además, no había que esperar cuando se quería conseguir algo.
Carmen siguió las coordenadas y llegó al lugar del “Casi”. Todo era rápido, sin esfuerzos ni esperas. Tal como le habían dicho.
—¡Qué guay! —exclamó Carmen —.¿Puedo tocar el piano?
—Claro que sí —respondió un músico —.Tienen todas las teclas menos las últimas tres.
—¿Y puedo pintar? —preguntó Carmen, que le encantaba pintar con sus lápices mágicos.
—¡Por supuesto! —dijo un artista —.Solo que aquí los dibujos nunca se pueden acabar.

Entonces Carmen se dio cuenta de que algo raro ocurría en el lugar del “Casi”.
Cuando quería escuchar una canción entera, no podía porque no la habían terminado.
Cuando intentaba terminar una manualidad, no había tijeras que cortaran bien.
Cuando quería charlar sobre astronomía o libros, nadie la escuchaba hasta el final.
Todo el mundo empezaba algo, pero nadie terminaba nada.
Cuando Carmen sabía la respuesta correcta a una pregunta en clase, se desesperaba cuando otros niños tardaban en contestar o el profesor se tomaba mucho tiempo para explicar algo que ella ya sabía de más. Cuando Carmen empezaba un experimento científico, quería que todo saliera perfecto desde el principio, pero cuando no resulta como lo había imaginado, se frustraba y lo abandonaba, queriendo empezar de nuevo en lugar de perfeccionar lo que ya tiene.
Pero cuando llego al lugar del “Casi” se dio cuenta de que ese no era su lugar y decidió volver a casa. A su vuelta, decidió esperar a que su merienda se enfriara antes de probarla y también decidió no querer saberlo todo al instante. Si alguna vez algún amigo le preguntaba por aquel lugar o la volvían a invitar, ella preferiría quedarse en lugar del “momento justo”.

¿Por qué los niños son impacientes?
La impaciencia en los niños no es solo un “mal comportamiento” o una falta de disciplina. El cerebro de los niños, especialmente en los más pequeños, aún está en desarrollo. La capacidad de autocontrol y de retrasar la gratificación se fortalece a medida que maduran, pero en los primeros años de vida los niños aún no tienen el control suficiente para gestionar la espera. Además, vivimos en una era donde todo parece estar disponible al instante. La tecnología y la inmediatez de las redes sociales alimentan la necesidad de obtener resultados rápidos. Para los niños, que están empezando a formar su comprensión del mundo, este entorno puede resultarles confuso e incluso frustrante.
Las emociones pueden llegar a ser contagiosas, si los padres o cuidadores se muestran impacientes o frustrados con frecuencia, es probable que los pequeños adopten comportamientos similares. El ejemplo de los adultos puede influir enormemente en el comportamiento de los niños.

Algunas consecuencias de la impaciencia no gestionada
Si bien un poco de impaciencia es normal, cuando se convierte en un patrón, puede traer consigo algunas dificultades.
Los niños impacientes pueden sentirse frustrados por no poder lograr lo que desean inmediatamente. Esta frustración constante puede afectar su autoconfianza y autoestima. Si no aprenden a esperar y a planificar, se vuelven más impulsivos y la falta de paciencia puede llegar a generar conflictos en las interacciones con otros niños y adultos. Un niño que no sabe esperar su turno, que se frustra rápidamente cuando algo no va como quiere, puede tener ciertas dificultades en situaciones cotidianas.
Entonces, ¿cómo ayudar a los niños a ser más pacientes?
Hay trucos para enseñar a los niños a ser pacientes. Aunque la impaciencia es algo natural, los padres son los primeros modelos a seguir de sus hijos. Si ven que tú puedes ser paciente y calmado, ellos aprenderán a imitar ese comportamiento. A los niños les ayuda a saber qué esperar y cuándo. Si algo va a tardar en llegar o en suceder, explícaselo de manera sencilla. Darles pequeñas responsabilidades, como ayudar con tareas domésticas o toma de decisiones sencillas, les enseña que no todo se resuelve de inmediato. A medida que los niños crecen, permitirles elegir entre opciones para algo que quieran hacer les ayuda a prender a gestionar su impaciencia, ya que se sienten partícipes en el proceso. Y, por supuesto, no subestimes el poder del refuerzo positivo: puedes ofrecerles pequeños premios o elogios cuando esperan pacientemente por algo. La paciencia, como cualquier habilidad, se entrena con práctica… y mucho cariño.