Así determina tu clase social si educas para el bienestar presente o el éxito futuro: este estudio revela dos formas muy distintas de entender la salud infantil

Un nuevo estudio sociológico revela cómo los estilos de vida saludables en la infancia no son solo cuestión de hábitos, sino de identidad, clase social y futuro.
Revelan cómo los padres moldean la salud y el futuro de sus hijos sin saberlo
Revelan cómo los padres moldean la salud y el futuro de sus hijos sin saberlo. Foto: Istock/Christian Pérez

En muchas familias de clase media y alta, preparar el desayuno, limitar las pantallas o apuntar a los hijos a actividades extracurriculares no son decisiones al azar. Según un nuevo estudio sociológico, esas elecciones forman parte de un estilo de vida saludable infantil que va mucho más allá de comer frutas o hacer ejercicio: son parte de un entramado cultural, social y emocional que perpetúa las desigualdades entre generaciones sin que la mayoría de las familias sean conscientes de ello.

El estudio, liderado por la socióloga Stefanie Mollborn y publicado en la revista Journal of Health and Social Behavior, se basa en una extensa investigación cualitativa: entrevistas, grupos focales y observaciones en el hogar con familias de clase media y media-alta en dos comunidades del oeste de Estados Unidos. A partir de esta rica base empírica, los investigadores identificaron un fenómeno que podría estar pasando desapercibido incluso para los propios padres: cómo construyen un “estilo de vida saludable” para sus hijos, moldeando no solo su salud, sino también su identidad, su forma de ver el mundo… y sus oportunidades futuras.

Más que una rutina: una narrativa de clase

Lo interesante de esta investigación es que no se queda en el análisis superficial de hábitos como la alimentación o la actividad física. El equipo encontró que estos comportamientos se entrelazan con narrativas familiares, normas comunitarias y expresiones de identidad tanto de los padres como de los propios niños. En otras palabras: detrás de cada decisión sobre el horario de sueño o el tipo de merienda, hay una historia sobre qué significa ser “un buen padre” o “una niña saludable”.

Por ejemplo, las familias de clase media-alta suelen diseñar rutinas altamente estructuradas donde prima el rendimiento a futuro: destacan el ejercicio, el control del peso, la alimentación orgánica y la reducción del tiempo frente a pantallas. Estas decisiones no son meramente funcionales; reflejan la identidad de los padres como responsables, informados y comprometidos con el éxito de sus hijos.

En cambio, las familias de clase media priorizan con más frecuencia el bienestar presente del niño y suelen dar mayor margen a que los pequeños expresen sus preferencias. Esto no implica una menor preocupación por la salud, sino un enfoque diferente que también está profundamente influido por el contexto social, las creencias familiares y los recursos disponibles.

Revelan el secreto invisible con el que los padres moldean el futuro de sus hijos
Revelan el secreto invisible con el que los padres moldean el futuro de sus hijos. Foto: Istock/Christian Pérez

Una coreografía invisible entre padres, niños y comunidad

Una de las claves del estudio es que estos estilos de vida saludables no se construyen en solitario. Padres, hijos, escuelas y comunidades actúan juntos —aunque de forma no siempre consciente— para producir una forma local y específica de “vida saludable”. Por ejemplo, los investigadores observaron cómo algunas familias elegían vivir cerca de escuelas concretas o ajustaban sus horarios laborales para poder preparar desayunos equilibrados o acompañar a los hijos a entrenamientos.

También vieron cómo, incluso entre familias con niveles socioeconómicos similares, había diferencias notables según los valores locales o las presiones sociales del entorno. En ciertos vecindarios, por ejemplo, llevar snacks hechos en casa o participar en clubs deportivos era casi una norma implícita para ser aceptado.

Además, los propios niños no son simples receptores pasivos. Aunque el estudio se centró en la franja de 9 a 11 años, los investigadores vieron cómo los menores expresaban preferencias, resistencias y hasta reinterpretaciones de los estilos de vida que sus padres trataban de inculcarles. En algunos casos, estas tensiones generaban conflictos familiares; en otros, una adaptación creativa que reforzaba el vínculo entre padres e hijos.

Salud como símbolo de estatus

Una de las conclusiones más reveladoras del estudio es que la salud, en estos contextos, funciona también como marcador de clase social. Es decir, no se trata solo de prevenir enfermedades o fomentar el bienestar, sino de demostrar —con el cuerpo, los hábitos y las rutinas— que una familia pertenece a un determinado estrato social.

Esto se ve, por ejemplo, en el tipo de alimentos que se consumen, en las rutinas de ejercicio, en la forma en que se habla de la salud emocional o en la preocupación por el rendimiento académico. Todo ello forma parte de un relato que los padres construyen sobre sí mismos y sus hijos, y que busca proyectar un futuro exitoso.

Este uso simbólico de la salud puede tener efectos ambivalentes. Por un lado, promueve hábitos positivos y fortalece vínculos familiares. Pero por otro, también puede generar presiones innecesarias, sentimientos de culpa y, sobre todo, reproducir desigualdades. Las familias con menos recursos o con estilos de vida diferentes pueden sentirse juzgadas o excluidas, y sus hijos pueden recibir señales —explícitas o implícitas— de que su forma de vivir “no es la correcta”.

Los estilos alimentarios familiares reflejan mucho más que preferencias nutricionales: comunican valores, aspiraciones y, a menudo, la pertenencia a una clase social
Los estilos alimentarios familiares reflejan mucho más que preferencias nutricionales: comunican valores, aspiraciones y, a menudo, la pertenencia a una clase social. Foto: Istock

¿Qué implicaciones tiene esto para las políticas públicas?

Los investigadores advierten que muchas intervenciones diseñadas para mejorar la salud infantil —por ejemplo, campañas escolares contra la obesidad o programas de alimentación saludable— pueden fracasar si no tienen en cuenta estas dimensiones culturales y sociales. No se trata solo de cambiar comportamientos individuales, sino de comprender los marcos de significado en los que se inscriben.

Así, cualquier política que pretenda fomentar hábitos saludables debería considerar no solo qué hacen las familias, sino por qué lo hacen, qué valores están en juego y cómo se integran las voces de los propios niños. Solo así se podrá diseñar una estrategia realmente inclusiva y efectiva.

Lo que nadie te dijo sobre ser un “padre saludable”

El estudio de Mollborn y sus colegas ofrece una mirada compleja y profundamente humana sobre la crianza en la sociedad contemporánea. Nos invita a repensar nuestras prácticas cotidianas no desde la culpa o el perfeccionismo, sino desde la conciencia de que criar no es solo cuidar, sino también transmitir —a veces sin querer— una visión del mundo.

Entender cómo se construyen los estilos de vida saludables puede ayudarnos no solo a criar hijos más sanos, sino también a construir una sociedad más justa. Y eso, en tiempos de creciente desigualdad, no es poca cosa.

Referencias

  • Stefanie Mollborn et al, Children's Health Lifestyles and the Perpetuation of Inequalities, Journal of Health and Social Behavior (2024). DOI: 10.1177/00221465241255946

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