Quizá te suene: niño o niña con mocos. No hay forma de que se le vaya esa congestión que le acompaña durante muchos tramos del curso. Y la abuela, puede que el abuelo, sentencia: “No le des leche, que le produce flemas”. Este es uno de los mitos más arraigados en nuestra cultura alimentaria, especialmente en la infancia, y no es el único. En realidad, ocurre con múltiples cuestiones de la crianza: ya lo avisó Lucía Mi Pediatra en su último libro, donde desmonta mitos como que los virus entran por los pies. En el caso de la alimentación infantil, son muchos los falsos mitos que damos por ciertos al alimentar a nuestros hijos e hijas: el nutricionista de moda, Pablo Ojeda, los desmonta en base a la evidencia científica.
Desde el pánico a mezclar fruta con lácteos hasta excluir alimentos "por si acaso". Muchas decisiones en torno a la alimentación infantil no nacen de la evidencia, sino de lo que siempre se ha dicho. Este argumento, que de científico tiene poco, suele estar muy vigente en la crianza: si eres padre o madre, te habrán dicho no pocas veces eso de que “antes lo hacíamos así y mira que bien has salido” y te habrán dado cien remedios caseros. No me digas que nunca te han dicho lo de poner una cebolla en la mesilla para quitar la tos y la congestión…
Pediatras, enfermeros pediátricos, psicólogos infantiles y también nutricionistas, cada uno en su negociado, se pasan el día desmontando mitos relativos a la crianza sustentados la mayoría en ese efecto boca a boca, en darlos por buenos generación tras generación. Lo hace, por ejemplo, Pablo Ojeda, dietista nutricionista, en El manual de la compra inteligente (editorial Pinolia) junto a la periodista Salomé García, donde dedican espacio a los bulos alimentarios que aún hoy condicionan lo que metemos (o dejamos fuera) en la mochila del cole, el desayuno de casa o la merienda del parque, incluso a lo que ponemos en el menú semanal, el gran superpoder de la alimentación familiar, según el propio Pablo Ojeda.
Y es que cuando hablamos de alimentación infantil, están en juego cosas muy serias, como la relación que los peques desarrollan con la comida, los miedos que heredan y la flexibilidad o rigidez que marcan su vínculo con los alimentos en etapas futuras. Educar con ciencia, no con miedo, es el mejor ingrediente para una crianza consciente.

¿Qué dice la ciencia sobre leche y mucosidad?
Uno de los ejemplos más significativos que analiza el nutricionista Pablo Ojeda en su libro es el del supuesto vínculo entre el consumo de leche y la generación de mucosidad. La creencia de que los lácteos “espesan los mocos” ha sido objeto de varias investigaciones científicas que no han hallado pruebas concluyentes que la respalden.
Esto dice el nutricionista de moda al respecto: “Uno de los mitos más conocidos en torno al consumo de leche en las primeras etapas de la vida está relacionado con la producción de mocos. Sin embargo, lo cierto es que no existen evidencias científicas que sostengan la relación entre los mocos y el consumo de leche”, se lee en las páginas de El manual de la compra inteligente, el libro escrito por Pablo Ojeda.
Por ejemplo, una de las revisiones más completas sobre el tema, publicada en Archives of Disease in Childhood, no encontró relación entre la ingesta de leche y un aumento en la producción de moco. Otro estudio en Journal of the American College of Nutrition, centrado en niños asmáticos —grupo especialmente sensible a este tema—, tampoco observó ninguna asociación entre lácteos y síntomas respiratorios agravados.
Lo que sí señala Ojeda es el valor nutricional de la leche, poniendo en valor su impacto nutricional positivo en los niños: fuente de proteínas completas, rica en calcio (esencial en el crecimiento para la salud de los huesos), fósforo, zinc y vitaminas A, D y del grupo B. Por lo tanto, excluir este alimento de forma preventiva, sin diagnóstico médico, puede suponer una pérdida injustificada en la dieta infantil.

El problema de eliminar alimentos sin criterio profesional
Pablo Ojeda va más allá de la leche en su libro. Señala una tendencia creciente en redes y ciertos discursos mediáticos: eliminar alimentos de la dieta sin base científica. Desde demonizar el gluten sin celiaquía diagnosticada hasta huir del azúcar como si cualquier dosis fuera tóxica. Y lo más preocupante: trasladar ese miedo a lo que comen nuestros hijos e hijas.
“Todas las semanas me encuentro con pacientes que han desarrollado una relación patológica con la comida por creer que podrían adelgazar comiendo solo un alimento que es buenísimo”, dice el nutricionista, que pone como ejemplo la dieta de la piña. A veces, por desinformación. Otras, por moda. En todos los casos, con el riesgo añadido de generar una relación ansiosa o culpable con la comida, que puede derivar incluso en trastornos de la conducta alimentaria.
Pablo Ojeda insiste: “En esto de la nutrición no hay buenos ni malos, esto no me canso de repetirlo. La nutrición es la suma de todo lo que comemos y en su justa proporción todo tiene un lugar”.
Por eso, aconseja evitar “sacralizar o demonizar ciertos alimentos, o determinados nutrientes (por ejemplo, los hidratos de carbono o las grasas)”, y no hacerlo extensivo a la alimentación infantil de los hijos e hijas porque “solo lleva a una tener relación conflictiva con la alimentación que puede llevar a trastornos de la conducta alimentaria tan graves como la anorexia (dejar de comer) o la ortorexia (llevar al extremo la decisión de comer solo lo que es muy saludable y nada más)”, concluye.

¿Cómo afecta esto a la infancia?
Cuando retiramos alimentos sin motivo objetivo, lanzamos un mensaje directo: “Esto es malo para ti”. Pero si esa idea no tiene base, estamos limitando la diversidad del menú infantil sin necesidad, creando confusión y miedo injustificado.
Además, al simplificar el discurso (“esto engorda”, “esto da mocos”), estamos perdiendo la oportunidad de explicar a los niños lo que realmente importa: qué aporta cada alimento, cómo se combina con otros y por qué la variedad es clave.
El enfoque que propone Pablo Ojeda pasa por educar en información rigurosa, no en prohibiciones vacías. Y también por ser ejemplo: si nos ven temer a ciertos alimentos o hacer afirmaciones alarmistas sin datos, probablemente repitan ese patrón en el futuro.
Es algo muy parecido a lo que propone el nutricionista con la imposición de alimentos: "Imponer un plato habiendo alternativas es un primer paso para desarrollar una relación conflictiva con la comida”, dice Pablo Ojeda.

¿Cómo aplicar esto en casa?
No se tratas de insistir todo el día a los hijos en que coman cosas sanas porque "las odiarán a muerte", advierte el pediatra Carlos González, sino de inculcar de forma natural hábitos positivos. Con estos consejos y hábitos de sencilla aplicación puedes garantizar una mejor alimentación de toda la familia:
- Ante la duda, consulta con un profesional de la nutrición, no con Google ni con la inteligencia artificial.
- Si no hay diagnóstico de intolerancia o alergia, no retires alimentos por modas.
- Habla de los alimentos con curiosidad y neutralidad, no como enemigos.
- Revisa tus propios prejuicios alimentarios: muchos vienen de generaciones anteriores.
Los hábitos que les enseñamos ahora serán la base de su relación con la comida en la adolescencia y la vida adulta.
Referencias
- Ojeda, P., & García, S. El manual de la compra inteligente. Cómo llenar tu nevera y no tus caderas. Editorial Pinolia, 2022.
- Balfour-Lynn, I. M. Milk, mucus and myths. Archives of Disease in Childhood, 104(1), 91–93, 2019. DOI: 10.1136/archdischild-2018-314896
- Wüthrich, B., Schmid, A., Walther, B., & Sieber, R. Milk consumption does not lead to mucus production or occurrence of asthma. Journal of the American College of Nutrition, 24 (6 Suppl), 547S–555S, 2005. DOI: 10.1080/07315724.2005.10719503.
