Tengo dos hijos superdotados y esta es mi experiencia con las altas capacidades

Tengo dos hijos superdotados, es la experiencia más personal de una madre con dos niños que tienen una inteligencia superior a la media.
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Teresa Rodríguez es la feliz mamá de Juan y Raúl. Nunca pensó que sus dos hijos serían superdotados pero así es, ella ha ido aprendiendo día a día como conseguir que por encima de todo y más allá de sus altas capacidades, sus hijos sean felices.

Una tarde, cuando Teresa estaba bañando a Juan, su hijo mayor, le preguntó si quería que le trajera un pececito de goma con el que solía jugar. Juan contestó: "No, Tibu no, el otro, el azul".  Teresa se sorprendió. Nadie había enseñado a su hijo los colores aún, pero cuando ella volvió con un pez de goma azul, Juan sonrió y dijo: "¡Ese!"

Era posible que Juan hubiera acertado de casualidad, así que para comprobarlo, sus padres cogieron algunos de los coches y camiones de juguete que encantaban a su hijo y le preguntaron: "¿De qué color es la hormigonera?". "Verde", dijo Juan. "¿Y este coche?", preguntaron escogiendo otro vehículo. "Rojo", contestó él como si nada. "¿Y este camión, de qué color es?". Juan levantó la vista hacia él y respondió: "Morado", y siguió jugando a lo suyo.

Todas sus respuestas eran correctas. Nada fuera de lo normal de no ser por la edad de Juan que tenía solo 15 meses. No era la primera vez que había dado muestras de que su aprendizaje y desarrollo iba a la velocidad del rayo. 

No solo hablaba con su lengua de trapo antes del año sino que cuando dijo por primera vez una frase de cinco palabras, Juan no había soplado aún la vela de su primer cumpleaños.  Sus padres respondieron a aquel acontecimiento con una sonrisa de sorpresa, pero no le dieron más vueltas.

Las sospechas se hicieron realidad

Sin embargo, cuando comenzó a señalar los logos de distintas marcas de coche y a nombrarlos correctamente sin que nadie le hubiera enseñado a hacerlo, Teresa empezó a sospechar que su hijo, que aún no tenía año y medio, no era como los demás. 

"A su padre le gustaban mucho los coches y veía con él revistas de motor, pero nunca había hecho el ejercicio de enseñarle la forma de los logos de las distintas marcas y decirle cómo se llamaban", cuenta Teresa, "esa relación la hizo él solo, igual que la de los colores"

Por aquel entonces, ni ella ni su marido pensaban en sobredotación, pero sí eran conscientes de que su hijo aprendía muy rápido. Cuando lo comparaban con otros niños de su edad era evidente que Juan maduraba más deprisa

Y no pensaron que tuviera nada de malo hasta que comprobaron que salirse de la media podía pasar factura. "Tenía sus propios mecanismos de resolución de problemas, y a veces daba soluciones diferentes a la común en clase. Por ejemplo, le ponían unas viñetas para que describiera la historia que tenía delante, y él no contaba la misma que los demás niños, sino otra. Para la profesora eso era un fallo, así que él venía a casa con un disgusto tremendo", cuenta su madre.

Mientras había estado medio aprendiendo medio jugando, todo fue bien. La dificultad comenzó cuando tuvo que estar sentado seis horas en una silla porque Juan "tardaba muy poco en comprender las explicaciones del profesor y no entendía por qué repetía tantas veces lo mismo. Decía que pasaba mucho tiempo en el cole para lo que hacía". Al final el niño salía del colegio enfadado.

Fue entonces cuando empezó a pensar en cómo ayudarle. "A partir de los tres años puedes pedir a los equipos de orientación de la Comunidad de Madrid una valoración, pero esperé a Primaria porque hasta entonces en clase básicamente juegan, y eso no crea mayores problemas".

Un niño que necesita ayuda

Según explica Teresa, los colegios concertados y privados no tienen obligación de solicitar la valoración al equipo de orientación de la Comunidad Atónoma a petición de los padres. "En los colegios públicos sí están por la labor, pero en los concertados y los privados es probable que te encuentres con puertas cerradas. En mi caso, no me quedó más remedio que pedir la valoración a un profesional privado". Una vez presentada en el colegio ya pidieron al equipo de orientación que acudiera. El resultado fue que Juan estaba muy por encima del coeficiente intelectual de 130, que es a partir del que se considera que una persona tiene altas capacidades.

Entró en el programa de enriquecimiento de la Comunidad de Madrid al que "los niños como él van 16 sábados al año para recibir clases extra", cuenta pero esto aunque ayudó no cubría todas las necesidades de Juan, "el problema es que ese apoyo es insuficiente. Salía de clase enfadado. Aunque en el cole se portaba bien, en casa soltaba toda su frustración. Me decían que le llevara a extraescolares para que liberara adrenalina, así que lo apunté a música y a natación, pero hasta que no le expliqué qué le ocurría no aprendió a lidiar con su frustración. Desde entonces comenzó a ser paciente".

Esa explicación consistió en describir cómo actuaba su cerebro de forma muy gráfica. "Le dije que hay cerebros que van a 180, otros a 120 y otros a 200. ‘Lo que ocurre es que tu cerebro sobrepasa la velocidad permitida’", le dije, "pero la mayoría de los cerebros van a menor velocidad, por eso tienes que entender que en clase el profesor necesita repetir sus explicaciones varias veces para que todos lo comprendan"

“Saber que sus cerebros van a una velocidad más alta les ha servido para tener más paciencia”, reconoce Teresa cuando habla de que precisamente era eso lo que le ponía muy nervioso: no entendía que cuando los compañeros preguntaban tenía que escuchar diez veces las mismas explicaciones. 

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No es malo ir a otra velocidad

A pesar de que Juan aprendió a manejar esa frustración, no todo marchaba sobre ruedas. Teresa veía que su hijo perdía interés en las materias porque no tenía estímulos, y por eso pidió en su colegio medidas para que aprendiera a esforzarse. "Podían flexibilizar su currículum educativo ampliando asignaturas en su matrícula, pero los colegios no tienen medios, es un follón, y ese es el verdadero problema", asegura. 

Es en 3º de Primaria cuando se plantea adelantarle de curso, una opción que el Ministerio de Educación permite una vez que se comprueba que el alumno tiene los objetivos del curso asimilados. "Me dicen que no es posible. En cuarto lo intento de nuevo, y como no obtengo respuesta, acabo cambiándolo a un colegio público donde a final de curso vuelven a hacerle la valoración y se propone la flexibilización, de forma que pasa a quinto haciendo matemáticas y lengua de sexto, para después entrar directamente en primero de la ESO sin pasar por sexto".

Desde entonces, Juan es un niño más feliz. Y aunque mantiene a los amigos de su edad, con los que sigue pasándolo en grande, también ha encontrado amistad entre sus compañeros de clase actuales. 

"Le gusta mucho aprender, y aprende más de los mayores que de los de su edad, pero se relaciona con todos. Tengo la suerte de que es muy sociable, así que ahora tiene a los amigos que dejó en cuarto, los que enganchó en sexto y los que conoció en primero de la ESO."

A veces se asocia la sobredotación al aislamiento, y no siempre es así. En España la escolarización es obligatoria a partir de los seis años; en otros países de Europa, como Suecia o Dinamarca, es obligatoria la educación, no la escolarización. 

"En Italia no tienes por qué mantener al niño de altas capacidades matriculado en un colegio. Le llevas al examen, hace los contenidos y va al nivel que le corresponde. El problema de un sistema educativo tan poco flexible como el nuestro es que a niños como Juan no les obligas a esforzarse, y con el tiempo muchos se convierten en perezosos, por lo que el sistema educativo acaba perjudicando a tu hijo", dice esta madre de dos niños con altas capacidades

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El reto de tener una inteligencia superior

Cuenta Teresa que en muchas ocasiones piensa qué hubiera pasado si su hijo no tuviera altas capacidades. "Creo que las cosas hubieran sido más sencillas porque se hubiera acoplado más fácilmente al sistema. ¿Si lo hubiera preferido? Probablemente sí porque tener un hijo con sobredotación es un reto", confiesa. 

Por eso sintió cierto alivio cuando conoció a otras madres y padres que se encontraban en su situación. "Buscando por internet di con AEST, la Asociación Española de Altas Capacidades y Talentos, y fue un gran apoyo. Te desahogas, ves que hay otros muchos niños como tu hijo que se han encontrado con las mismas trabas en los colegios y comprendes mejor algunas de sus reacciones, además de que te informan acerca de cómo tratar este tema, que yo creo que habría que normalizar para que dejáramos de verlos como ratones de biblioteca que no se relacionan con los demás porque esa no es la realidad. En España hay muchísimos niños de altas capacidades, el problema es que muy pocos están diagnosticados", explica Teresa.

Ahora su hijo Raúl, cinco años menor que Juan, acude también al programa de la Comunidad de Madrid para niños con altas capacidades. 

"Con él ha sido todo más fácil porque ya conocía los pasos a seguir, pero cuando te ocurre por primera vez puedes sentirte muy perdida. El problema que te puedes encontrar si no sabes que tu hijo tiene sobredotación es no obtener respuestas a muchas de sus actitudes. Por eso creo que si sospechas que tu hijo tiene una inteligencia por encima de la media, es mucho mejor saberlo para poder apoyarlo. Normalmente, cuando un padre ve que su hijo tiene un aprendizaje muy rápido es porque realmente su inteligencia está por encima de la media. Y siempre será mejor recibir un informe en el que te digan que tu hijo tiene un coeficiente intelectual normal que quedarte con la duda", asegura ella a partir de su propia experiencia.

¿Cómo podrían tener niños como Juan y Raúl las cosas más fáciles? Teresa cree que la respuesta no es complicada porque para esta madre "lo fundamental sería que se flexibilizara el sistema educativo y que la Administración hiciera la valoración cuando un niño entra en Primaria, como hacen en muchos países de la Unión Europea", comenta.

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