La relación de las altas capacidades intelectuales y la felicidad no es tan particular como a veces puede parecer de todo lo que se dice y escribe sobre estas dos variables. Las altas capacidades, en la infancia y la edad adulta, es indiferente, solo tienen un aspecto en común. Uno solo: son una neurodivergencia; esto es, el cerebro funciona y trabaja de una forma distinta al del grueso de la población.
En esta única condición común y exclusiva al 10% de los seres humanos que la ciencia estima que tienen altas capacidades —el porcentaje de las personas detectadas es muy inferior todavía a esta estimación—. No lo es la sobreexcitabilidad, la hipersensibilidad, el sentido de la justicia o el interés por temas trascendentales como la muerte desde edades muy tempranas. Solo son características vinculadas a las altas capacidades, pero no exclusivas de esta condición, y tampoco se da en todas las personas que las tienen.
Tampoco el alto rendimiento académico porque ya hemos visto en numerosas piezas con testimonios de expertos en la materia que esto no siquiera se da en un porcentaje altísimo de la población con altas capacidades. Y ni mucho menos implica que una persona vaya a ser o no feliz. Es decir, las altas capacidades influyen en la felicidad como lo puede hacer cualquier otra condición, característica y circunstancia que rodea a un ser humano.

La reflexión de la experta Silvia Fernández Lozano
Silvia Fernández Lozano es una de las especialistas en altas capacidades y desarrollo del talento cuya faceta divulgativa en redes sociales seguimos con atención quienes nos interesa esta cuestión.
En uno de sus últimos posts, la experta, que también convive en casa con las altas capacidades, se refiere a la felicidad y las altas capacidades. Más bien, al miedo que puede generar esta neurodivergencia en las familias en relación a la felicidad futura de su hijo o hija. Ella lo tiene muy claro, es tajante: “te equivocas si crees que este es un miedo exclusivo de los padres con niños de altas capacidades. Es un miedo mundial, independientemente de la capacidad”, dice.
A partir de esta base, Silvia Fernández Lozano comparte su visión personal sobre esta relación entre felicidad y altas capacidades y lo que ella espera para sus hijos. “Creo que cuando perseguimos la felicidad como un ideal nunca la vamos a encontrar. No es real. Si la felicidad es la ausencia de dolor, dime quién no tiene en su vida alguna parcela que se tambalee”, reflexiona.
La especialista en altas capacidades (ella también las tiene) no espera que sus hijas sean felices “porque, aunque queda precioso, es ficticio”. Les desea, eso sí, resiliencia. “Que, a pesar de cada una de las tormentas sepan bailar cualquier tormenta. Que a pesar de que la vida tenga ambas caras de la moneda, no se queden con la más amarga y sepan exprimir lo bueno que tienen y hay en ella”, apunta. “Yo no espero que mis hijas sean FELICES porque aunque queda. Qué la sientan dentro en cada pequeño momento que vivan”, añade.
Silvia Fernández Lozano termina, además, su interesante reflexión sobre la felicidad y los miedos recordando una vez más que esto no es exclusivo de los padres, madres y peques con altas capacidades. Por si hubiera alguna duda al respecto: “como ves, esto no es algo exclusivo de nuestros niños. La ALTA CAPACIDAD no lleva implícito el hecho de sufrir aunque pueda haber momentos que tengan un poquito más predisposición por sus características pero está demostrado que la capacidad no es indicativo de la no felicidad, en absoluto”, argumenta al respecto.
La especialista concluye su reflexión compartida con un consejo: “quítate este miedo y hazle fuerte en esas diferencias para que sepa bailar con ellas. En cada persona esas diferencias serán distintas, pero nadie está exento de ellas. Detrás de esta frase y sentimiento, hay un miedo que subyace que es tu propio miedo a no saber gestionar lo que tienes en casa y que esto tenga consecuencias”, concluye.