Ser Padres

Cuando viaja sin papás, llama pidiendo volver a casa: ¿qué hago?

Su primer viaje sin nosotros, a un campamento, a esquiar... Y a los dos días, llama para decirnos que quiere volver. ¿Tenemos que ir por él?

"¡Que no, que quiero que vengas a por mí, que esto es un rollo!". Cuando los padres escuchamos algo así al otro lado del teléfono, no sabemos muy bien a qué atenernos. "¿Salimos zumbando a recoger a nuestro atribulado hijo?"; "¿Esperamos a que se le pase?"; "¿Y si no se le pasa?".

Ante todo, calma: muchos niños pasan por ello, sobre todo los primerizos, y hasta los veteranos pueden tener un día tonto y echar de menos su casita, como E.T.

Aprender a separarse lleva su tiempo

El momento de la despedida suele ser una imagen recurrente para el niño durante todo el viaje. Si le damos la impresión de estar muy preocupados, pensará, asustado, que le esperan terribles peligros.

Es normal que todos estemos un pelín tristes; no hay por qué ocultarlo. Digámosle que a nosotros también nos apena separarnos de él, pero que estamos seguros de que se lo pasará en grande.

Darle mil consejos justo antes de marchar no servirá de nada, salvo para ponerle nervioso ("¿Me acordaré de todo?"). Es mejor hacer los preparativos con él y, si es necesario, anotar en una libreta las ideas que le pueden ser útiles.

La llegada al campamento es siempre un poco caótica: mochilas por aquí, niños despistados... En algunos centros aprovechan ese rato para realizar alguna actividad lúdica con el fin de romper el hielo de los primeros momentos.

Los dos primeros días son los más difíciles. Aún no conoce bien el lugar ni a sus compis, y es cuando más echa de menos a los padres (la comida es diferente, extrañan la cama, Rufo no viene a despertarle a lametazos cada mañana...). Los más mimosos se ponen enfermos de nostalgia y quieren volver a casa a toda costa. Pero los monitores están prevenidos y se sacan de la manga un montón de juegos... y cariño y comprensión para ayudarles a superar el bache.

Algunos niños son más susceptibles que otros de tener morriña: timidez, dificultad para hacer amigos, situaciones difíciles en casa o momentos de cambio (un divorcio reciente, un cambio de casa o de colegio...). También los chicos que padecen alguna enfermedad crónica (asma) o un problema médico eventual (enuresis) necesitan más atención que otros y se sienten inseguros cuando no están los papás a mano. Hay que pedir la colaboración de los monitores y explicarles (si fuera el caso) los cuidados especiales que nuestro hijo necesitará durante esos días.

Visitar el campamento con antelación contribuirá a que, al aterrizar, no se encuentre con tantas novedades. Hablar con él sobre sus expectativas (ayudándole a ajustarlas a la realidad) y explicarle que lo normal es que al principio nos echemos todos de menos contribuirá, sin duda, a que afronte mejor el cambio.

Los papás, al habla

La mayoría de los centros tienen sus propias normas sobre llamadas telefónicas y visitas. Lo ideal es tener una persona de contacto (el monitor o alguien que se encargue de esa función) que mantenga informados a los padres siempre que lo necesiten y les aconseje sobre el momento adecuado para llamar. Por lo común, cada centro establece unas horas o días de la semana concretos. Fuera de este periodo no se admiten llamadas, salvo si el niño lo solicita o se trata de algo urgente.

El objetivo de estas restricciones no es otro que favorecer la correcta adaptación de los chicos. «Durante los primeros días están haciendo un gran esfuerzo de integración: conoce un medio distinto a la ciudad, hace amistad con otros niños, se adapta a la rutina de las actividades del campamento... Una visita o una llamada desde casa en ese momento puede interrumpir el proceso y precipitarle a la nostalgia de su vida cotidiana», explica Elena Carballal, coordinadora del Campamento de Greenpeace.

No le contagiemos nuestra ‘neura’

Si queremos compartir con él cada momento, podemos pedirle que nos escriba contándonos todo lo que hace o que haga un diario para leerlo juntos cuando vuelva a casa.

Muchas veces somos los propios papás los que tenemos morriña: si dormirá bien, si no se olvidará de la medicina, si pasará demasiado tiempo solo... Es muy importante confiar en los monitores (y en el chico o la chica) y aprender a manejar nuestros temores para no transmitírselos.

En las llamadas de auxilio, hay que saber interpretar entre líneas. Frases como "La comida es asquerosa" o "Los niños de aquí son todos idiotas" son típicas en estos casos. Ofrecerle soluciones es mejor que mostrarle nuestra preocupación: sugerirle que comparta sus sentimientos con los monitores, mostrarle el lado positivo de las cosas ("En casa no puedes montar en bici todos los días") o recordarle anteriores triunfos ("¿Te acuerdas de aquella vez que estuviste un fin de semana entero en casa de los tíos? Al final te lo pasaste muy bien").

Seguro que regresa a casa contando que se lo ha pasado bomba. Escuchémosle con atención y tomemos nota: ¡el próximo año querrá volver!

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