Lo ideal es que el bebé venga al mundo cuando él decida, pero a veces, por razones de salud de la madre o su hijo, es necesario adelantar su nacimiento provocando el parto. Una lectora de Hueva, Esther Falero, cuenta cómo le indujeron su parto y lo que fue sucediendo durante todo el proceso hasta que tuvo a su hijo Mario en sus brazos.
Cuando Esther Falero, una lectora de Huelva, acudió a revisión diez días antes de salir de cuentas, todo parecía ir bien. Sin embargo, su ginecóloga no pensó lo mismo. “Me dijo que me fuera al hospital para que, con los monitores, los especialistas valorasen cuándo iban a provocarme el parto: si ese mismo día o la mañana siguiente. Me quedé en shock y aunque ella me intentaba explicar que había muy poco líquido en la bolsa y que era muy peligroso para mi hijo, no era capaz de entender lo que me estaba contando. Todo estaba bien y, de repente, ¿me tenían que provocar el parto? Y lo peor es que había ido sin mi pareja. Así que ahí estaba yo, paralizada sin saber qué hacer: si llamarle, si ir a casa a por la bolsa, si ir directamente a la clínica…”, explica.
Siempre prima el bienestar de la madre y el bebé
Según explica la doctora Patricia Barbero, ginecóloga del Hospital 12 de Octubre de Madrid, “la pérdida de líquido amniótico (¿cómo identificarlo?) es uno de los motivos más habituales para provocar el parto en los embarazos de bajo riesgo, junto con la gestación prolongada (por qué inducir el parto a partir de la semana 41- 42ª), aunque existen muchas otras indicaciones maternas (hipertensión, colestasis del embarazo, empeoramiento de enfermedades crónicas previas) o fetales (retraso del crecimiento, patologías o pérdida de bienestar fetal…)”.
Cuando aparecen estos problemas, los médicos pueden verse obligados a actuar incluso en caso de prematuridad, “pero siempre que es posible intentamos demorar la inducción del parto a las 37 semanas de edad gestacional, en las que el feto ya se considera a término”, aclara la doctora. En resumen, los especialistas optan por provocar el parto cuando los riesgos de seguir adelante con el embarazo son mayores que los beneficios.

Un empujón al útero
Esther salió de la consulta apesadumbrada, presumiendo que no iba a tener el parto soñado, porque su hijo nacería antes de tiempo. “Aún no conocía los grandes avances médicos y la excelente preparación de los profesionales”, reflexiona.
Su pareja fue a recogerla a la consulta y se fueron directos al hospital. “En el tiempo que tardé en llegar y hasta que me atendieron (he de decir que fue todo muy rápido), solo pensaba en qué iba a pasar y me tocaba la barriga, una y otra vez, a modo de despedida de mi embarazo”, cuenta.
“Estuve media hora en monitores, donde comprobaron que todo iba bien, y de ahí a la consulta de ginecología”, continúa relatando la lectora de Ser Padres. “El médico me comentó que mi útero se había borrado un poquito, que no estaba mal. Me preguntó si había tenido contracciones y le contesté que solo algunas molestias, como las de la menstruación. Después, animó a mi pareja a solucionar el papeleo del ingreso, mientras a mí me ponían un tampón de prostaglandina para que mi útero se pusiera más blandito. Me advirtieron que esta medida podía provocarme contracciones y que hasta el día siguiente no me pondrían el goteo de oxitocina para inducir el parto, aunque finalmente no fue necesario esperar tanto”, agrega.
Las condiciones del cuello uterino condicionan si es necesario madurarlo antes. Según explica la doctora Patricia Barbero, “es necesario hacerlo si no está fino y delgado (borrado), blando, centrado en la vagina, y si no hay dilatación (que se mide de 1 a 10 centímetros)”. De ser así, el especialista puede optar por administrar prostaglandinas sintéticas en forma oral o vaginal (directamente en el cuello del útero por medio de un gel o de una especie de tampón, como en el caso de Esther).
La maduración puede tardar hasta 24 horas y a veces es necesario usar también dispositivos intracervicales (una especie de balones), que ejercen presión en el cuello para dilatarlo y borrarlo.

En busca de las contracciones
Esther ingresó a las tres de la tarde y tres horas después ya sentía unos fuertes dolores, así que la llevaron de nuevo a monitores donde el matrón le confirmó que ya había dilatado tres centímetros, con contracciones muy seguidas.
“A las siete me trasladaron al paritorio y allí me rompieron la bolsa. Las contracciones aumentaron tanto en intensidad, que supliqué algo para el dolor. Por desgracia, no podían darme nada porque mi bebé, Mario, estaba un poquito acelerado y un analgésico podría provocar que naciera algo aletargado. Además, me dijeron que si no podía expulsarlo por mí misma, me harían cesárea. No quería pensar en nada, solo quería que hiciesen lo que fuera para que naciese bien y no sufriese”, recuerda Esther.
Ante la sorpresa de la matrona, la dilatación de Esther avanzó tanto que menos de una hora después, Esther y su pareja podían abrazar a Mario. “Nació por vía vaginal, no tuve puntos ni episiotomía, solo pequeños desgarros externos", cuenta.
Ahora bien, un parto provocado no siempre avanza igual de rápido y a veces es necesaria una ayuda extra. “Si no hay contracciones y el bebé debe nacer, solemos administrar oxitocina (una hormona sintética que las desencadena) disuelta en suero por vía intravenosa. Mientras dura la inducción, la mujer está monitorizada para vigilar el bienestar del feto", señala Patricia Barbero.
Si las contracciones de parto son escasas e irregulares, se puede aumentar su intensidad rompiendo las membranas de la bolsa de aguas (amniorrexis artificial). Para ello, el ginecólogo o la matrona introducen a través del cuello del útero un instrumento alargado que termina en un gancho llamado lanceta.
Todas estas medidas se realizan en el hospital cuando la madre ingresa para dar a luz, pero a partir de la semana 39ª de gestación, en las visitas de control, si lo consideran necesario, la matrona (o el ginecólogo) pueden sugerir la maniobra de Hamilton, que consiste en despegar las membranas amnióticas en la zona del cérvix mediante un tacto vaginal. Así se logra que la mujer libere de manera espontánea prostaglandinas, lo que puede provocar el parto en horas o pocos días. De esta forma se disminuye la necesidad de inducirlo con oxitocina sintética.

No siempre es posible
Existen casos en los que el parto vaginal está contraindicado y, por tanto, no se puede inducir y hay que recurrir a la cesárea: las alteraciones de la posición fetal como la situación transversa (el feto está atravesado en el abdomen materno), la placenta previa (que tapa el cuello uterino), infecciones por virus del herpes genital (que podrían transmitirse al feto durante el parto)…
En ocasiones hay que finalizar el embarazo por complicaciones de la madre o del feto. Por ejemplo, cuando se habla de circular de cordón: cuando el cordón se enrolla alrededor del cuello del bebé. En estos casos, la inducción solo es viable si la situación permite esperar 24-48 horas. “Si decidimos provocar el parto lo hacemos con una vigilancia muy estrecha para detectar cualquier complicación de forma precoz”, tranquiliza la tocóloga.
La inducción supone un riesgo añadido para las mujeres con una cesárea previa o gestación gemelar. “La presencia de una cicatriz uterina o el mayor volumen del útero aumentan el riesgo de complicaciones, siendo la más temida (aunque la menos frecuente) la rotura uterina. No obstante, es posible inducir el parto con seguridad incluso en estas ocasiones”, explica la doctora.

Sentimientos encontrados en la madre
Así resume Esther el parto inducido que trajo que supuso el nacimiento de Mario:
“Al final del embarazo, cuando te entran los miedos típicos, pensaba que un día rompería aguas en casa, me ducharía, empezaría a controlar mis contracciones y me iría al hospital, donde me pondrían la epidural para mitigar el dolor. Pero a veces las cosas no salen como pensamos. Mi experiencia con la inducción ha sido buena, dolorosa, sí, pero nadie piensa que no vaya a doler. Y es verdad que en cuanto nace el niño, te olvidas. Además, el equipo médico fue muy amable antes, durante y después del parto. Y la ayuda de mi pareja también fue esencial: su rápida respuesta cuando se produjo todo tan de repente, sentir su mano cogiendo la mía y oírle decir, ‘venga cariño, que ya queda poco para tenerlo con nosotros’. ¡Jamás olvidaré esos momentos! Y sobre todo, la recompensa es tan grande, que a día de hoy repetiría, fuera parto inducido o no".
Cuando se pueda, es mejor esperar
Dice la doctora Patricia Barbero, ginecóloga del Hospital 12 de Octubre, que “lo ideal es que el parto se inicie por sí solo, porque es un hecho fisiológico, para el que el cuerpo está preparado”.
Según la médico, “los profesionales desconocemos aún parte del torrente de estímulos hormonales y neuronales que lo desencadenan. Cuando lo provocamos, solo imitamos parte de este complejo sistema (dilatación, borrado del cuello, contracciones…) con medicamentos que pueden implicar riesgos”.
Además, Patricia Barbero señala que, “aunque el proceso de inducción es seguro, se ha visto que los partos inducidos son más largos, hay más riesgo de complicaciones y mayor posibilidad de acabar en cesárea”. “Por eso —añade—, los profesionales lo valoramos con mucho cuidado”.
La doctora explica que en su hospital, el 12 de Octubre, que propicia el parto humanizado y la lactancia, “la inducción se decide cuando la salud materna o fetal lo requieren, pero hay dos situaciones en las que no existe consenso científico y que son precisamente los motivos más frecuentes: la rotura prematura de membranas y la gestación prolongada”.
“Cuando la mujer ha roto aguas, nos inclinamos por provocar el parto si no se desencadena en 12 horas. Aunque, si ella lo pide, tras informarle de los riesgos y beneficios, podemos esperar 24 horas o más. Cuando el embarazo supera las 40 semanas, damos a la mujer la opción de inducirle el parto en la semana 41ª para evitar el aumento de riesgo que existe para el bebé a partir de ese momento, o esperar hasta la semana 42ª por si se produce de forma espontánea en esos días”, concluye la doctora.