Mi pareja no termina de conectar con nuestro hijo, ¿es normal?
Es bastante habitual que así sea porque si el ser humano en general es reacio a los cambios por naturaleza, los niños en particular lo son mucho más que los adultos.
El ser humano, por naturaleza, es sensible a los cambios. Ya lo dice el dicho, somos animales de costumbres. Esto se acrecenta más si cabe en los niños, y más cuando lo que cambia es “su nido”, la familia.
Cuando cambia su estructura familiar, que no olvidemos que es el entorno de mayor seguridad para ellos durante la niñez, rara vez lo asimilan bien a corto plazo, ni siquiera cuando sus padres hacen todo lo que recomiendan los especialistas para conseguirlo -comunicación fluida, cercanía, empatía, etcétera-. No lo hacen cuando se produce una separación o un divorcio de sus padres, pero también es habitual que les cueste aceptar que uno de los dos (o los dos) tengan una nueva pareja.
¿Por qué ocurre?
Esto es así por varios motivos. Uno de ellos es que son los últimos en perder la esperanza de una reconciliación, lo cual les complica más el poder asimilar que su padre o su madre haya rehecho su vida con otra persona. Esto, a su vez, dificulta ya de entrada la evolución positiva de la relación entre la nueva pareja de su padre o madre y ellos. Y eso sin tan siquiera entrar a valorar cuestiones que en otro tipo de relaciones son las más importantes, como es el caso de la afinidad personal.
Para romper esa frialdad y distanciamiento inicial propio de este tipo de situaciones familiares, es fundamental el papel del adulto que es acogida en una estructura familiar con hijos de una relación anterior, pero también de la madre o padre de estos.
Ambos deben tener muchísima paciencia y empatía con los menores. De nada sirve enfadarse o frustrarse porque no termine de haber conexión con ellos. Como mucho, de empeorar la situación. En cambio, si legitimáis cómo se sienten los niños o adolescentes ante la irrupción en sus vidas de una nueva figura adulta en su entorno cercano, estaréis poniendo unas bases sólidas sobre las que construir poco a poco una relación positiva.
¿Qué podemos hacer?
Es fundamental durante todo este proceso no imponer opiniones, mucho menos por parte de la nueva pareja del padre o madre de las criaturas que no terminan de encajar con ella. Y al mismo tiempo es muy positivo crear un clima de confianza, complicidad y comprensión mutua, donde la comunicación fluida, horizontal, sea la herramienta más utilizada por las dos partes, y donde encontréis espacios comunes -hobbies que se puedan hacer juntos, por ejemplo- para compartir tiempo de calidad.
El tiempo debería hacer el resto si se es persistente y paciente, pero ni siquiera haciéndolo todo de manera perfecta existe la certeza de que el vínculo con el menor vaya a evolucionar en sentido positivo. De ser así, no queda más que aceptarlo y adecuarse a las circunstancias, ocupando la pareja del padre o madre de los niños o adolescentes un lugar discreto en la estructura familiar en todo aquello que tenga que ver con ellos.
Eso sí, esto no es lo mismo que renunciar a que la situación mejore con el tiempo. Los adultos, ya sean padres, madres o las parejas de estos, no deben olvidar que está tratando con menores, ya sean niños o adolescentes cuya personalidad está todavía en fase de construcción y desarrollo. Siempre hay que estar dispuestos a dar al menos un poco más que ellos para que la relación prospere y se pueda conectar tarde o temprano.