En los últimos años los casos de hígado graso no alcohólico (también conocido médicamente como esteatosis hepática no alcohólica) ha aumentado de forma alarmante. Y, lo que es aún peor, también se han registrado un mayor número de caso entre los más peques de la casa, hasta el punto de convertirse en la afección hepática crónica más común tanto en niños como en adolescentes.
Algo que preocupa no solo a muchos padres, sino también a los profesionales médicos, ante el aumento de la obesidad infantil, que repercute directamente en el desarrollo de la enfermedad, a pesar de que en realidad son pocos quienes tienen conciencia del vínculo existente entre el exceso de peso y la enfermedad hepática. Aunque es cierto que no es exclusiva de niños o personas obesas, sí aumenta con las tasas de obesidad.
Por ello, a medida que aumenta el índice de masa corporal (IMC), una medida que tiene en cuenta tanto la altura como el peso de la persona, también aumenta el riesgo proporcional a sufrir de hígado graso.
¿Qué es la enfermedad del hígado graso?
La enfermedad del hígado graso ocurre cuando se acumula demasiada grasa en el hígado, lo que termina por ocasionar un proceso inflamatorio que, si no es tratado debidamente, daña las células del hígado.
Fundamentalmente existen dos tipos: la enfermedad de hígado graso no alcohólica, y la enfermedad de hígado graso alcohólico. Evidentemente, mientras que la primera no tiene que ver con el consumo de alcohol (y sí con el sobrepeso y la obesidad, además de otras causas relacionadas), la segunda -más habitual en la etapa adulta- es secundaria al alcohol.
A pesar de que las causas sean distintas, las consecuencias y complicaciones suelen ser, por lo general, bastante similares, acabando por conducir a enfermedades más graves como cirrosis o cáncer hepático.
¿Cuáles son las causas del hígado graso?
Por el momento existen estudios que tratan de seguir indagando acerca de cuáles son las causas por las que se comienza a acumular grandes cantidades de grasa en las diferentes células del hígado.
En este sentido, se cree que la resistencia a la insulina juega un papel destacado. La insulina es una hormona esencial para controlar los niveles de azúcar en la sangre. A medida que nuestro cuerpo tiende a volverse más resistente a la insulina, es menos capaz de procesar la grasa de la dieta, lo que se traduce en un problema evidente: las células acaban por retener una mayor cantidad de grasa.

La resistencia a la insulina se encuentra ligada tanto a la obesidad abdominal como a aquella que se acumula alrededor de los órganos, incluyendo el hígado. Además, algunos estudios han encontrado cierta interconexión entre la diabetes tipo 2, la obesidad, la resistencia a la insulina y el desarrollo de la enfermedad de hígado graso no alcohólico. No obstante, es algo que por el momento aún continúa investigándose.
¿Qué síntomas puede producir el hígado graso en un niño?
La realidad es que generalmente no presenta síntomas. Pero, a medida que la enfermedad avanza, el hígado graso puede acabar interfiriendo con las funciones hepáticas críticas.
No obstante, cuando los síntomas aparecen, uno de los primeros es el dolor abdominal, también conocido habitualmente como “dolor de estómago”.
Además, durante el examen físico, el médico puede detectar el agrandamiento del hígado o del bazo, si la enfermedad ha progresado hasta producir su inflamación.
También es posible sospechar de esta enfermedad cuando se lleva a cabo un análisis de sangre rutinario que incluye el estudio de las diferentes enzimas hepáticas. Y es que cuando existe hígado graso, por lo general los niveles son anormalmente altos.
¿Por qué el hígado graso es una enfermedad que puede llegar a ser tan grave?
Fundamentalmente porque a medida que se acumula demasiada grasa en el hígado empieza a desencadenar un proceso inflamatorio que daña las células hepáticas, conocidas con el nombre de hepatocitos.
Muchos médicos relacionan el daño causado por esta excesiva presencia de grasa a un daño similar al que produce el alcohol. Y es que aunque en el caso de los niños nos encontremos evidentemente ante la conocida como enfermedad del hígado graso no alcohólico (entre la población adulta, sin embargo, la gran mayoría la contraen secundariamente al abuso de alcohol), y a pesar de que las causas son distintas, las consecuencias para la salud son lamentablemente muy similares.

Por ejemplo, el hígado puede cicatrizarse e inflamarse. Y a medida que se infiltra una mayor cantidad de grasa en el hígado, el niño o el paciente adulto puede desarrollar una afección mucho más grave, conocida con el nombre de esteatohepatitis no alcohólica, en la que, además, se produce la inflamación del hígado (agrandamiento).
De hecho, en caso de no tratarse adecuadamente (especialmente porque no es detectada a tiempo al no producir síntomas en muchos casos), la enfermedad puede terminar derivando en una cirrosis, que consiste en la cicatrización del hígado debido a la inflamación crónica. En niños, es cierto, es una complicación rara, pero sí es una consecuencia que preocupa a muchos profesionales a largo plazo, al poder conducir a una enfermedad hepática terminal.
¿Cómo prevenir la aparición del hígado graso en niños?
Lo cierto es que tanto el tratamiento como la prevención tiene muchísima relación con el estilo de vida que siga el niño. En caso de que al pequeño se le haya diagnosticado con hígado graso, la única forma de revertir la enfermedad es mediante el seguimiento de una dieta saludable y la práctica de ejercicio físico, alejándose del sedentarismo y de los alimentos procesados menos sanos.
Y estas dos recomendaciones no son solo útiles para los niños, adolescentes y jóvenes. También son fundamentales para los adultos.

En cualquier caso, no hay duda que los padres juegan un papel fundamental, ya que para que el tratamiento y reversión de la enfermedad (o su prevención), es necesario que las familias sean conscientes del problema y de que, en realidad, estar “un poco fuertecito” no es saludable.
Y es que a menos que toda la familia aborde los cambios necesarios relacionados con el estilo de vida y con la dieta, los niños no perderán peso. En definitiva, los padres deben desempeñar un papel aún más importante en la educación de sus hijos sobre la buena nutrición.