La paternidad es dura, pero han descubierto que tener hijos fortalece el cerebro: un hallazgo sorprendente contradice décadas de creencias sobre el envejecimiento mental y la crianza

Una investigación científica revela que la experiencia de criar hijos refuerza las conexiones neuronales y protege el cerebro del deterioro asociado a la edad, desmontando el mito del “cerebro parental” debilitado.
Un descubrimiento revela que criar hijos podría fortalecer las conexiones neuronales y revertir el envejecimiento cerebral
Un descubrimiento revela que criar hijos podría fortalecer las conexiones neuronales y revertir el envejecimiento cerebral. Foto: Istock / Christian Pérez

Durante años, la narrativa dominante en torno a la crianza ha estado teñida de agotamiento, noches sin dormir y una constante sensación de caos. En el imaginario colectivo, ser madre o padre implicaba resignarse a un cerebro saturado, lento y menos agudo, casi como si los años de pañales y tareas escolares vinieran con un coste cognitivo implícito. Sin embargo, un descubrimiento científico reciente ha cambiado esta idea de forma radical.

Un grupo de neurocientíficos de Yale y Rutgers han hallado indicios sólidos de que la experiencia de criar hijos puede tener un impacto neurológico positivo y duradero, incluso opuesto al deterioro cognitivo propio del envejecimiento. Lo más llamativo: cuántos más hijos, mayor era este efecto.

El estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, analizó imágenes cerebrales de más de 37.000 adultos del UK Biobank, una base de datos biomédica de referencia. Los investigadores se centraron en la conectividad funcional del cerebro, es decir, en cómo las distintas regiones cerebrales “dialogan” entre sí mientras estamos en reposo. En condiciones normales, esa conectividad suele disminuir con la edad. Pero en el caso de los padres, sucedía lo contrario.

El cerebro del cuidador: más fuerte con cada hijo

Lejos de tratarse de un efecto asociado al embarazo o a cambios hormonales exclusivamente femeninos, el fenómeno se observó tanto en madres como en padres. La clave, según los investigadores, está en la exposición prolongada a un entorno cognitiva y emocionalmente estimulante: cuidar a un ser humano durante años.

Al criar hijos, el cerebro se ve expuesto a una gimnasia diaria que involucra la toma de decisiones rápidas, la gestión de emociones, la multitarea extrema y una profunda inversión social. Es un entrenamiento que pocas experiencias vitales igualan en duración, intensidad y complejidad.

La crianza exige multitarea, empatía y toma de decisiones constantes… y eso podría estar fortaleciendo el cerebro
La crianza exige multitarea, empatía y toma de decisiones constantes… y eso podría estar fortaleciendo el cerebro. Foto: Istock / Christian Pérez

Los resultados más notables se observaron en redes neuronales implicadas en la empatía, la interpretación de emociones ajenas y el movimiento corporal. Esto incluye la llamada red somatomotora, clave para interactuar con el mundo físico y comprender las intenciones de los demás. No es casualidad: todo padre o madre sabe que leer el lenguaje corporal de un niño o anticipar sus necesidades sin palabras es parte del día a día.

Más allá de la genética: la paternidad como experiencia moldeadora

Uno de los aspectos más relevantes del hallazgo es que el efecto no dependía de factores biológicos directos como el parto. Es decir, no era necesario haber gestado a un hijo para que el cerebro se transformara. La experiencia de cuidar —y no la de dar a luz— era lo que marcaba la diferencia. Esto abre una ventana importante en la forma de entender la neuroplasticidad adulta.

Los autores también comprobaron que estos cambios no se explicaban únicamente por factores como nivel educativo, ingresos o estilo de vida. Incluso cuando se controlaban estas variables, la cantidad de hijos seguía estando asociada a una conectividad cerebral más robusta.

Y aquí aparece un matiz inesperado: aunque el efecto se acentuaba con más hijos, no parecía existir un punto de saturación clara. De hecho, padres y madres con cinco o más hijos mostraban niveles sorprendentemente altos de conectividad funcional, lo que sugiere que el cerebro podría seguir fortaleciéndose con la repetición de la experiencia.

De acuerdo al estudio, el tipo de redes que se benefician de la crianza son también las que más sufren con el aislamiento social y el estrés crónico.

Esto sugiere que no es solo el acto de cuidar, sino el componente relacional el que genera el efecto protector. La crianza obligaría al cerebro a mantenerse en un modo de “alta resolución emocional”, cultivando habilidades como la atención sostenida, la autoconciencia y la inhibición de impulsos —funciones que suelen deteriorarse con la edad si no se entrenan activamente.

Además, el estudio apuntó a una dirección provocadora: otros tipos de entornos desafiantes —como el aprendizaje continuo, los trabajos exigentes o las experiencias sociales intensas— podrían tener efectos similares. La crianza sería, en este sentido, uno de los entornos de mayor impacto, pero no el único.

Lejos del mito del "cerebro parental cansado", criar hijos podría tener un poderoso efecto neuroprotector
Lejos del mito del "cerebro parental cansado", criar hijos podría tener un poderoso efecto neuroprotector. Foto: Istock / Christian Pérez

Reescribiendo la narrativa del “cerebro de mamá”

Durante décadas, el término “baby brain” se usó para describir la supuesta pérdida de agudeza mental en madres recientes. Era una etiqueta cargada de connotaciones negativas, que asociaba la maternidad con distracción, lentitud y torpeza cognitiva. Hoy, este tipo de estudios invitan a una reevaluación profunda.

Lejos de deteriorarse, el cerebro parental podría estar reconfigurándose, ajustándose a nuevas exigencias. Y esas reconfiguraciones —al igual que sucede con el aprendizaje de un nuevo idioma o instrumento musical— podrían estar generando reservas cognitivas útiles para el futuro.

En otras palabras, el cerebro parental no se apaga: se afina.

Implicaciones para una sociedad envejecida

En un momento en que las tasas de natalidad disminuyen y las poblaciones envejecen, entender el valor neurocognitivo de la crianza adquiere una dimensión social. ¿Podría el cuidado —no solo de hijos, sino de otras personas— ser una herramienta para envejecer mejor?

Los autores del estudio sugieren que sí. Incluso en ausencia de hijos biológicos, actividades que impliquen cuidado sostenido —como el voluntariado, el acompañamiento de personas mayores o el trabajo con niños— podrían proporcionar beneficios similares.

Esto no convierte a la crianza en una receta universal ni idealiza una experiencia que también conlleva desafíos emocionales, físicos y económicos. Pero sí la coloca en un nuevo marco: no como una carga para el cerebro, sino como un estímulo de valor incalculable.

Y es que, al fin y al cabo, criar no solo transforma a los hijos. También transforma —y fortalece— a quienes los crían.

Referencias

  • E.R. Orchard, S. Chopra, L.Q.R. Ooi, P. Chen, L. An, S.D. Jamadar, B.T.T. Yeo, H.J.V. Rutherford, & A.J. Holmes, Protective role of parenthood on age-related brain function in mid- to late-life, Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 122 (9) e2411245122, DOI: 10.1073/pnas.2411245122 (2025).

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