Hace años era habitual que en clase, los profesores y profesoras regañaran al alumnado si detectaban que estaban dibujando y garabateando mientras explicaban la lección de turno. Algo parecido ocurría en muchas casas, con papás y mamás que se enfadaban o molestaban si veían garabatos en las libretas de sus hijos e hijas. En realidad, todavía hay personas que se molestan por esto; también en el ambiente laboral. Sin embargo, la psicología lo tiene claro: todos los que piensan que alguien no les está prestando atención por garabatear a la vez que escuchan están equivocados.
El psicólogo Alberto Soler dedica uno de sus últimos post divulgativos a esta cuestión: por qué no deberíamos enfadarnos con nuestros hijos e hijas o con nuestro alumnado si somos profesores por el simple hecho de que garabatean o dibujan mientras escuchan.

Dice Alberto Soler, coautor de ‘La gran guía de la crianza’, que de pequeño él mismo era de los que tenía este hábito de entretenerse con el boli o el lápiz para concentrarse mejor durante tareas monótonas. Eso, como a tantos otros estudiantes e hijos, le costaba broncas, puntos negativos y, en algún caso, castigos. “Yo ya no sabía cómo explicarles que sí estaba prestando atención; que, de hecho, el estar haciendo garabatos hacía precisamente que prestara más atención a las explicaciones y no menos”, relata.
Ahora es mucho más fácil argumentar que cuando hacemos garabatos nos concentramos mejor que entonces. ¿Por qué? Porque hay evidencias científicas que avalan que efectivamente es así. Entonces, hace 20, 30 o 40 años no había tantas. Y el relato popular, como tantas otras veces, se imponía. “Era decir eso y me miraban todos con la misma cara que si les hubiera dicho que había visto llover de abajo a arriba”, dice el propio Alberto Soler.
El psicólogo hace referencia a un estudio científico en concreto, titulado ‘The effects of doodling on recall ability’ (Los efectos de hacer garabatos sobre la capacidad de recordar, en castellano), de un equipo de profesionales del departamento de Psicología Educativa y Educación Superior de la Universidad de Nevada (Las Vegas, EE.UU).
Este estudio señala en su introducción que ya había investigaciones anteriores recientes propias de áreas como la neurociencia, la psicología y el diseño que “muestran que garabatear, o dibujar sin un objetivo claro, puede ayudar a la gente a mantener la concentración, captar nuevos conceptos y retener información”. Y defienden en sus conclusiones que “una hoja en blanco también puede servir como una extensión del campo de juego del cerebro, permitiéndole a la gente modificar y mejorar ideas y pensamientos creativos”.

A esta conclusión llegaron los investigadores después de someter a un examen sorpresa a un grupo de 93 personas a las que les pidieron que escucharan un relato ficticio sobre un terremoto reciente. A la mitad, aproximadamente, les pidieron que garabatearan, y a la otra mitad, que no lo hicieran. Pues bien, en el cuestionario en blanco que rellenaron después, “los resultados indicaron que los participantes en la condición de garabatos no estructurados se desempeñaron significativamente peor que aquellos en la condición de garabatos estructurados y toma de notas”. En concreto, los que hicieron garabatos retuvieron un 29% más de información.
Este tipo de estudios demuestran, como afirma el psicólogo Alberto Soler, que “ahora se sabe que garabatear durante una tarea monótona no es que dificulte prestar atención, sino más bien todo lo contrario”.
Soler, que compartió hace poco el consejo recomendado por la psicología para elegir dibujos animados, ante tales evidencias científicas en varios estudios de su especialidad, la psicología, recalca a modo de conclusión que los padres, madres y personal docen deberíamos “dejar a los niños y las niñas que garabateen en paz” porque “eso les ayuda a prestar más atención a lo que les están explicando”.
Qué, ¿te convence el argumento o no? ¿Dejarás de ponerte nervioso o nerviosa con los garabatos de tu hijo o hija en libretas, libros y cuadernos?