Hoy contra la esquina de un mueble. Mañana contra una puerta. Pasado contra el cristal que no vio que existía. Y la semana que viene, quién sabe, igual se choca de frente contra una farola por ir mirando a cualquier parte menos a lo que tiene delante. O, simplemente, porque va metido en su mundo interior y no sabe ni por dónde camina. Esta descripción exagerada —afortunadamente no ocurre con esta periodicidad— refleja una realidad común en muchas personas neurodivergentes —ya sabes, su cerebro funciona de forma distinta a la habitual: aquí te lo contamos con el ejemplo de cómo funciona el cerebro en las altas capacidades—, entre las que están incluidos los niños y niñas con altas capacidades: a menudo, parecen muy torpes… pero no lo son.
La explicación a que muchas personas neurodivergentes parezcan torpes y, por tanto, se choquen tanto con las paredes o puertas, por ejemplo, no es que realmente lo sean. Lo pueden ser, por supuesto; nadie está de ser naturalmente torpe. Sin embargo, hay una explicación científica que aborda en una interesante publicación divulgativa Rosa Muñoz, psicóloga clínica.
Dice Muñoz que el motivo por el que los niños y niñas con altas capacidades parecen torpes se llama dispraxia.

Dispraxia: qué es y qué tiene que ver con las altas capacidades
Por dispraxia, en el lenguaje clínico, se nombre al “trastorno psicomotriz que aparece en la infancia” provocando “que los movimientos que requieren la movilización y coordinación de varios grupos musculares”, apunta el equipo de Sanitas acerca de qué es la dispraxia.
La dispraxia, explica la experta Rosa Muñoz, “afecta a la planificación y ejecución de movimientos, y no está relacionado con la inteligencia, sino con la dificultad para coordinar el cuerpo en situaciones cotidianas”. Estos movimientos que estos niños y niñas con altas capacidades suelen llevar “con lentitud, torpeza y dificultad”, según Sanitas, son, por ejemplo, atarse los cordones, montar en bicicleta o escribir.

También por esta razón, apunta Muñoz, “se chocan constantemente con muebles o puertas que están alrededor, porque tienen baja consciencia de la posición del cuerpo en el espacio, lo que hace que calculen mal las distancias y los movimientos”.
La dispraxia, argumenta la psicóloga clínica Rosa Muñoz, también tiene que ver con el hecho de que los niños y niñas con altas capacidades suelan “olvidar dónde dejan las cosas, porque tienen la memoria de trabajo alterada, dificultando el seguimiento de acciones recientes como dónde han dejado las llaves”.
Por lo descrito, según Sanitas, se conoce a la dispraxia como el síndrome del niño torpe, que afecta según esta fuente al 2-5% de los menores de edad. Cabe recordar que, pese a que la detección de las altas capacidades en España sigue por los suelos (no llega al 1%), la ciencia estima que el 10% de la población las tiene.
¿Te sientes identificado o identificada? ¿Le pasa a tu hijo o hija?
Quizá, si es así, te sirva de pista para buscar en ellos y ellas otras características propias de esta neurodivergencia, como la asincronía del desarrollo en las altas capacidades, el alto sentido de la justicia en las altas capacidades, el mal perder de los niños con altas capacidades o el interés prematuro por cuestiones trascendentales como la muerte que muestras muchos menores con altas capacidades.