"Te lo he dicho mil veces, ¿por qué nunca aprendes?". La frase resuena en la memoria de muchos adultos. No hace falta que sea gritada: basta con el tono frío, con la mirada decepcionada. A menudo, los padres no tienen intención de herir, pero lo que se transmite en esas interacciones puede permanecer años. Una crítica reiterada, la falta de afecto o el castigo sin explicación dejan huellas que van más allá del comportamiento: impactan en la manera en que los hijos se perciben a sí mismos. A veces la culpa la sienten los padres, otras veces los hijos. Ninguna culpa es buena consejera.
Y esa percepción puede volverse tóxica, afectando a la autoestima. ¿Cómo aprende un niño a sentir culpa cuando hace algo mal? ¿Y qué diferencia hay entre reconocer un error y sentir vergüenza de ser uno mismo? Un extenso estudio publicado en la revista Child Development explora esta cuestión con rigor. El metaanálisis revisa más de 60 estudios con más de 19.000 participantes y arroja luz sobre un vínculo clave: la calidad de la relación entre padres e hijos influye directamente en el desarrollo de la culpa y la vergüenza en los menores.
Qué son la culpa y la vergüenza (y por qué no son lo mismo)
Desde la infancia temprana, los niños desarrollan emociones complejas que implican una valoración de sí mismos. Dos de ellas son la culpa y la vergüenza, emociones autoconscientes que surgen al violar normas sociales o morales. Aunque se parecen, su impacto psicológico es muy distinto. La vergüenza implica un juicio negativo sobre el yo completo: "Soy malo". En cambio, la culpa se centra en la acción: "Hice algo mal".
Según el estudio, la culpa adaptativa puede fomentar el aprendizaje moral y la reparación, mientras que la vergüenza tiende a generar retraimiento, baja autoestima y problemas de salud mental. "La vergüenza se siente cuando se juzga que todo el yo está defectuoso, mientras que la culpa se siente si se evalúa que una acción es incorrecta". Esta diferencia no es trivial: sentirse mal por una conducta concreta permite mejorar; sentirse mal por ser quien uno es puede hundir.

El papel de la relación con los padres
El artículo demuestra que una relación positiva entre padres e hijos se asocia con más culpa adaptativa y menos vergüenza, mientras que las relaciones disfuncionales muestran el patrón opuesto. El equipo de investigación distinguió entre PPCR (relaciones positivas) y DPCR (relaciones disfuncionales), analizando su relación con tres tipos de emoción: vergüenza, culpa adaptativa y culpa desadaptativa.
Los resultados son claros: las relaciones disfuncionales se relacionan significativamente con mayor vergüenza y culpa desadaptativa. Por el contrario, una buena relación con los padres se asocia con más culpa adaptativa y menos vergüenza. En cambio, la culpa desadaptativa no parece reducirse con una relación positiva. Esto sugiere que evitar la vergüenza pasa más por crear un entorno seguro que por castigar menos.

Cómo afecta una crianza negativa
Una crianza basada en el rechazo, el castigo desproporcionado, la humillación o la negligencia está asociada con el desarrollo de emociones disfuncionales. Estas prácticas se agrupan en lo que el estudio llama DPCR. Los efectos de estas interacciones no son pasajeros: pueden hacer que los niños interioricen sentimientos persistentes de inadecuación.
La vergüenza se vuelve, así, un rasgo del carácter. El niño no solo siente que ha hecho algo mal: siente que es malo, defectuoso, indigno de ser querido. El estudio advierte que esto puede llevar a conductas evitativas, agresivas o de retraimiento. También se relaciona con una mayor probabilidad de desarrollar trastornos como depresión o ansiedad. Como explican los autores: "La vergüenza puede hacer que quien la experimenta se retire de la situación vergonzosa, reprima las emociones, externalice la culpa o ataque a sí mismo o a los demás".

Cómo fomentar una relación protectora
Frente a lo anterior, el estudio señala que una relación basada en el afecto, la sensibilidad y la escucha reduce la aparición de vergüenza y favorece la culpa adaptativa. Esta última es importante, porque es la que permite al niño reconocer un error sin destruir su autoestima.
Los autores subrayan que los niños aprenden de la relación con sus cuidadores no solo qué es correcto, sino cómo interpretar sus errores. Si la respuesta habitual del adulto es el castigo, la crítica o la indiferencia, el niño puede concluir que equivocarse lo hace indigno de amor. En cambio, si el adulto transmite que se puede reparar el daño, que el afecto no desaparece tras el fallo, se favorece la autoregulación emocional.
El estudio afirma: "Los niños interiorizan conocimientos sobre sí mismos y sobre su entorno social a partir de la relación con sus cuidadores principales a lo largo del tiempo, lo cual, a su vez, configura la imagen que tienen de sí mismos en relación con los demás". Por tanto, educar con conexión no es ser permisivo: es crear el contexto en el que el niño aprende a asumir responsabilidad sin miedo a ser rechazado.
Moderadores: edad, género y cultura
El estudio también exploró cómo influyen otros factores. Se observó, por ejemplo, que las niñas tienden a experimentar más vergüenza que los niños, tanto en la infancia como en la adolescencia. También se identificaron diferencias según la edad: la vergüenza parece más intensa en la adolescencia y la primera infancia, posiblemente por la alta sensibilidad emocional en esas etapas.
En cuanto a la cultura, la mayoría de los estudios incluidos provenían de países occidentales, por lo que los autores advierten que los resultados deben interpretarse con cautela en contextos culturales diferentes, donde el significado y expresión de la vergüenza y la culpa pueden variar. Aun así, las asociaciones encontradas fueron consistentes en distintas regiones.
Implicaciones prácticas
Los hallazgos de este metaanálisis son especialmente relevantes para madres, padres, educadores y profesionales de la salud mental. En palabras de los autores: "La relación entre padres e hijos desempeña un papel importante, aunque modesto en cuanto al tamaño de los efectos, en el desarrollo de la vergüenza y la culpa en los niños". Aunque no es el único factor, es uno de los pocos que se pueden modificar con formación, conciencia y apoyo.
No se trata de eliminar por completo la vergüenza o la culpa. Estas emociones, en su justa medida, cumplen funciones importantes en la regulación social. Lo que sí se puede evitar es que se conviertan en estados persistentes y destructivos. Una crianza positiva, basada en el respeto mutuo, puede ser una herramienta poderosa para proteger la salud emocional de los hijos.
Referencias
- Rahel L. van Eickels, Magdalena Siegel, Alice J. Juhasz, Martina Zemp. The parent–child relationship and child shame and guilt: A meta‐analytic systematic review. Child Development. 2025;96:907–929. DOI: https://doi.org/10.1111/cdev.14212.