“¿Y cómo lo vais a llamar?”. Es la pregunta clásica que las embarazadas están habituadas a escuchar. “Aquí todo el mundo quiere saber cuál será el nombre, aunque apenas te conozcan”, apunta Sara. “A veces te ponen en un compromiso, sobre todo si no quieres compartir esa información”. Como muchos judíos, Sara mantiene la arraigada creencia hebrea de que para proteger al futuro bebé no conviene ir prodigando su nombre a los cuatro vientos. Según la tradición, ocultar cómo se va a llamar un varón sirve para que no pueda llevárselo el Ángel de la Muerte antes del bis o ritual de la circuncisión, que se celebra en el octavo día de su nacimiento. “Es una vieja superstición sin fundamento real, pero cuando estás esperando un hijo todas las precauciones y todos los cuidados te parecen pocos. Así que, por si acaso, la mayoría de las parejas judías la cumplen, no solo cuando es niño, sino también con las niñas”, explica Sara.
Y es que ni la tecnología ni la medicina más avanzadas nos han logrado asegurar todavía al cien por cien la manera de tener un bebé sano y un parto fácil y sin complicaciones. El embarazo, ese fenómeno maravilloso y sutil en el que un ser crece en la oscuridad de nuestro vientre, sigue perteneciendo al incontrolable territorio de la naturaleza. Por eso creencias mágicas, supersticiones y rituales religiosos cumplen su papel en todas partes del mundo, al hacernos sentir que podemos hacer algo para proteger eso tan valioso y a la vez tan vulnerable.
Algo parecido a la costumbre judía ocurre en las culturas africanas, donde el embarazo se lleva más bien con discreción, si no en secreto, pues se teme que los espíritus malignos sean puestos sobre aviso y traten de interferir en la vida del nuevo ser. En una sociedad donde la brujería está a la orden del día, tanto para fines nobles como para hacer daño, la mujer encinta intenta no tener contacto con brujos o hechiceros, ni deja que personas extrañas le toquen el vientre. Tampoco acepta regalos ni celebra la próxima llegada del bebé antes de dar a luz, pues se cree que eso despertaría la furia de los dioses y de los antepasados.
Celebrar el nacimiento
Sin embargo, en otros países hacen todo lo contrario. “En Bolivia, en cuanto nos enteramos de la noticia le buscamos nombre al bebé entre toda la familia y le compramos ropita blanca, hasta que sabemos si va a ser niño o niña”, apunta Magdalena. “También, más o menos en el octavo mes de embarazo, celebramos el baby shower, una fiesta en que la madre invita a sus amigas y se llevan regalos para el bebé”.
La costumbre de celebrar el nacimiento que se avecina está muy extendida en los países anglosajones, sobre todo en Estados Unidos, y en latinoamericanos como México, Colombia o Bolivia. En Alemania también se hace algo parecido. “La futura madre decora las puertas y las ventanas de su casa con globos y un cartel anunciando la próxima llegada de su bebé, para que las amigas y las vecinas de la calle se acerquen a presentarle sus buenos deseos y, si pueden, también algún detallito”, nos cuenta Lydia, que vive en Berlín.
El Valaikappu es una ceremonia india solo para mujeres, que se celebra en el octavo o noveno mes de gestación en honor de la embarazada. Las amigas de la futura madre le ofrecen pulseras (los bangles indios), arroz, flores y frutas, mientras cantan plegarias para pedir a los dioses por su bienestar y el del bebé. Su patrona es la diosa Rika, a la que piden protección en el parto y un hijo inteligente y valiente. Después de los rituales se celebra una gran comilona a la que asisten todos los familiares y amigos y donde cantan canciones de ánimo para la embarazada.
La vida en pareja según cada cultura
En cuanto a la vida en pareja, en Kenia se dice que una mujer encinta no debe mantener relaciones sexuales porque eso podría producir discapacidad en el niño. Algo con lo que igual no estarían de acuerdo los musulmanes, quienes prohíben el divorcio durante el embarazo, para dejar la puerta abierta a que la llegada del bebé ayude a la pareja a cambiar de opinión y arreglar sus diferencias. Con una mentalidad muy diferente, los rusos proponen un arriesgado ejercicio de sinceridad total, con la superstición de que si se confiesan los nombres de todos sus amantes anteriores, el parto será más fácil.
La palma en originalidad se la llevan los malayos, quienes creen que, antes de que la mujer se quede en estado, es el hombre quien se queda embarazado. ¿Cómo? Según esta cultura, un pequeño embrión se implanta en el cerebro del varón y allí se queda unos cuarenta días, impregnándose de la fuerza y la inteligencia de su padre. Después, emigra de la cabeza del papá a su pecho, baja al abdomen y acaba en su miembro viril, desde donde es catapultado al vientre de la futura madre.
Creencias chinas
Los chinos tienen muy claras las reglas que debe seguir la futura madre si quiere que todo salga bien. Por ejemplo, se aconseja que no se acerque a nada caliente, a ninguna hoguera ni a una barbacoa, pues eso podría dañar al feto. “Tal vez es porque el embarazo se considera de por sí un estado yang o caliente. Por eso también se recomienda comer alimentos fríos o ying”, explica Nana Marí, estudiosa de esta cultura. Otra creencia china muy curiosa es que la futura madre no debe criticar a nadie, porque eso haría que el bebé se pareciera a la persona criticada.
Existen otras muchas creencias, a cual más variopinta, aunque alguna pueda tener una explicación racional detrás de la supersticiosa, como la portuguesa de no convivir con gatos. Según el mito popular luso, es para que el bebé no salga muy peludo, aunque podría ser más bien para evitar que se contagie de toxoplasmosis.
Otras son más difíciles de racionalizar: “En mi país dicen que si la madre lee mucho, el niño le saldrá inteligente. También que si toma café, le saldrá negrito y si toma leche, de piel clara”, nos dice la boliviana Magdalena entre risitas.
Según los chinos, si la madre come cangrejo o pulpo, el útero se pondrá pegajoso por dentro. En Mongolia las mujeres embarazadas prefieren no tocarse entre sí porque tienen la creencia de que, si lo hacen, el sexo del bebé se intercambia de una a otra. Y una tradición azteca de México asegura que ver un eclipse puede provocar labio leporino en el niño y que para protegerse la madre puede llevar una llave o un imperdible.
Métodos populares para averiguar el sexo del bebé
Antes de que existieran las ecografías, las diferentes culturas del mundo ya tenían sus propios métodos para averiguar el sexo del bebé. En España y Latinoamérica se dice que puede saberse por la forma del vientre: niño si es puntiagudo, niña si se extiende hacia los lados. O por la belleza de la embarazada: si está más guapa, será niño; si está más fea, nena. Una tradición más antigua asegura que si suspendemos el anillo de casada colgado de un cordel sobre el vientre y gira haciendo círculos, será una niña y si se mueve de forma recta, un varón. En Portugal se dice que comer verduras y frutas redondas ayuda a tener una descendiente femenina y que, si son alargadas, como zanahorias o pepinos, es más fácil que sea un machote.
Más afines a las mediciones, las viejas matronas inglesas afirmaban que si el corazón del feto late muy deprisa, delata a una niña y si lo hace más despacio, a un niño. Pocos varones habría en el mundo si fuera cierta la creencia popular de las islas Orkney de Escocia, que asegura que si un extremo del arco iris cae en la casa de la embarazada, su retoño será varón.