Regresiones: quiere volver a ser bebé
Después de muchas conquistas: duerme solo, come solo, controla el pis y la caca… a veces el niño da pasos hacia atrás, vuelve a ser bebé, ¿qué le pasa?
Las regresiones en los niños son normales. Es como si tuvieran que dar pasitos para atrás para coger fuerza y dar un salto grande que les lleve hacia la autonomía.
Cuando nació su hermanita, Jorge empezó a reclamar también su parte de «teta», pese a haberse destetado hacía ya algunos meses.
Tener «delante de las narices» al recién llegado tomando de mamá lo que hasta hace nada era para él en exclusiva, no es nada fácil.
Si a mamá no le importa, un pequeño reenganche temporal no hará daño a nadie. Pero en paralelo, sí es importante tratar de inaugurar el hermano mayor nuevos espacios «nutricionales», en los que el afecto y el alimento sean igualmente estimulantes. Preparar juntos un batido de frutas y compartirlo en el sofá mientras el bebé duerme, hacer manualidades, cosquillas…
Se trata de cubrir las necesidades emocionales del hermano mayor y ofrecerle nuevos escenarios en la relación con mamá.
Sara empezó a pedir pis cuatro meses atrás. Y lo llevaba fenomenal hasta hace unas semanas, que vuelve a hacérselo encima casi a diario. Su vida no ha cambiado en nada, aunque sí es cierto que en su casa llevan una temporada complicada por la muerte de un familiar.
Toda familia es un sistema en el que lo que ocurre tiene un impacto en todos sus miembros. Es posible que la pérdida de un familiar vaya precedida de una enfermedad y seguida de unos días de gestiones, que requieren tiempo y energía. Así, algo aparentemente sutil como pasar menos horas en casa o estar «con la cabeza en otra parte», pueden hacer que nuestros hijos sientan un cambio suficientemente importante como para acusarlo.
Lo mejor es no dar importancia a sus escapes, explicarle lo que pensamos que le ocurre y esperar tranquilamente –incluso volviendo a usar braga pañal durante unos días– a que las aguas vuelvan a su cauce.
No quiere comer solo
David ha estado quince días en casa de los abuelos y ahora exige que le den la comida a la boca.
Atravesar la barrera de los dos años, hacerse mayor casi a la fuerza y tener ocasión de pasar una temporada en el oasis de los abuelos es lo más parecido a una estancia en un balneario en el que uno no tiene que ocuparse de nada, tras un año de duro trabajo. Así, las viejas rutinas (aún no tan asentadas) se olvidan con facilidad.
Tendremos que volver a incentivar a nuestro hijo en la adquisición de autonomía personal. Es importante no centrarnos solo en un área (intentar que coma solo a toda costa), sino más bien aprovechar aquellas que aún se mantienen (ponerse solo el pijama, guardar las ceras en el estuche después de pintar, etc.) para recordarle los beneficios de hacer algunas cosas por sí mismo.
A la salida de la guarde, Jaime parece transformado: «mami, nene tere mimitos» dice mientras pide brazos y pone caritas. Sin embargo, cuando su padre le pregunta a la profesora, esta le dice que en clase es muy colaborador, maduro y organizado, que ayuda a sus compañeros y se esfuerza en sus trabajos. ¿Qué le pasa entonces?
El aumento de las exigencias que hacemos una vez que les vemos «más mayorcitos» y su deseo de agradarnos y responder a nuestras expectativas, tiene como resultado que en ocasiones ese sobreesfuerzo necesite una válvula de escape.
Por eso, no es raro que después de una jornada escolar en la que ha tenido que mantener el tipo en todo momento (contar hasta diez antes de pegarle un mamporro a su amigo, apretar muy fuerte el lápiz para no salirse en el dibujo, superar la tentación de esparcir el puré de la comida por toda la mesa y mantenerse en su sitio en la fila) los niños necesiten un descanso. Y lo pueden manifestar de varias maneras: o bien en forma de explosiva rabieta o bien volviendo a la más tierna infancia durante unas horitas.
Nuestros hijos necesitan compensar el esfuerzo que hacen para atender a las exigencias de su entorno. No pasa nada por darles mimos y cuidar al «pequeñito que llevan dentro» hasta que vayan madurando y no les cueste tanto trabajo ser mayores.
Eso sí, tampoco hay que volver a tratarles en todo como a bebés, porque alargaríamos esta fase más de lo necesario. Lo ideal es que nuestra forma de hablarles sea la misma de siempre e intercalar atenciones y mimos con el mantenimiento de las rutinas y los límites habituales, tan necesarios los primeros años.