Cuando los niños son pequeños y no saben nadar, es frecuente, aunque afortunadamente cada vez menos, que los padres recurran a los flotadores o los manguitos. Sin embargo, es importante recalcar que ni los flotadores ni los manguitos son buenas opciones para que el niño aprenda a nadar, ya que sirven solo para ayudar a que se mantenga a flote.
El mejor consejo y el que debe tenerse siempre en cuenta es que el niño no debe estar solo en el agua ni sin supervisión de un adulto y cuando decimos esto no nos referimos a echarle un ojo desde lejos: los accidentes ocurren en solo unos segundos, por eso, hay que estar con el niño en el agua. Los menores de 4 años, aunque sepan nadar, también se pueden ahogar: un accidente, el miedo, los nervios...son muchas las causas que pueden hacer que el niño no pueda mantenerse a flote y se produzca un trágico desenlace.
Tal y como recoge la Asociación Española de Pediatría, “El ahogamiento supone la segunda causa de muerte accidental en menores de 19 años en Europa. Las condiciones climáticas en España permiten un amplio periodo de contacto con el agua, aumentando el riesgo por mayor exposición y constituyendo la segunda causa de mortalidad accidental en menores de 14 años” y no solo eso: “Los ahogamientos en menores de 5 años se producen sobre todo en piscinas particulares o de comunidades privadas y, en el caso de niños mayores, suelen estar ligados a actividades acuáticas de tipo lúdico en lagos, mar, ríos y canales”. Según el informe Recomendaciones sobre la prevención de ahogamientos de la AEP: “las tasas de fallecimiento por ahogamiento varían según la edad y el género, siendo los grupos de mayor riesgo los niños pequeños y los adolescentes varones”.
La vigilancia por parte de un adulto mientras el niño está en el agua debe ser continua: “entendiendo como vigilancia adecuada cuando la distancia al menor es inferior a la longitud del brazo del cuidador, es decir, tenerlos al alcance”, recoge el mismo informe.
“En caso de niños mayores que sepan nadar, el adulto con experiencia o bien un socorrista debe vigilarlos sin perderlos de vista, y su atención dirigida en todo momento al niño o niños que se encuentran dentro del agua, evitando situaciones que puedan distraerle como hablar por teléfono, socializar, etc.”, aconseja la AEP.
Ni flotadores ni manguitos
Ni los flotadores redondos que usábamos cuando éramos pequeños, ni los manguitos, ni las burbujas de espalda son opciones aconsejables para los niños. Explicamos sus principales riesgos:
-Flotadores: los flotadores crean una sensación de falsa seguridad en el agua, pero lo cierto es que es fácil que puedan volcarse y darse la vuelta, quedando el niño con la cabeza dentro del agua sin poder volver a la posición inicial, por lo que el riesgo de ahogamiento es grande. Sucede algo parecido con las burbujas de espalda, que se utilizan para facilitar la propulsión y desplazamiento en el agua, pero no impiden que el niño pueda quedar con la cabeza en el agua.
-Manguitos: ayudan al niño a flotar, pero es fácil que se salgan o se pueden desinflar con el consiguiente riesgo de ahogamiento.
Hay que tener en cuenta que, por ejemplo, los churros de piscina son elementos que, con una finalidad didáctica, se pueden utilizar en clases de natación, pero en ese caso los niños siempre están bajo la vigilancia de un experto. Cuando se trata de una finalidad lúdica, cuando el niño está jugando en la piscina, la playa o cualquier otro medio acuático en el que se permita el baño, el mejor elemento de seguridad es la vigilancia constante y atenta de un adulto.
Los chalecos son la opción más segura
Tal y como afirma Lucía Galán, más conocida como Lucía, mi pediatra en su blog, los flotadores más seguros son los chalecos. Eso sí, siempre debe tratarse de un chaleco homologado, de corcho o de un material que no se pueda pinchar y, por supuesto, adaptado al peso y tamaño del niño. Existen chalecos de neopreno rellenos de pastillas de corcho o espuma que se van extrayendo a medida que el niño va adquiriendo más destreza y se recomiendan especialmente hasta los 3 años.
No obstante, aunque se use chaleco, el niño siempre siempre debe estar vigilado por un adulto que esté a una distancia lo suficientemente corta como para poder actuar y reaccionar ante cualquier imprevisto.