Qué he aprendido con mi segunda hija que no hacía con la primera
La segunda experiencia con la paternidad es un cambio importante, y como tal, conlleva nuevos aprendizajes vitales. ¿Coinciden los míos con los tuyos?
Cuando uno va a ser padre (o madre), escucha de todo. Un embarazo se pasa volando, pero da para mucho. Sobre todo, para que nos inunden la cabeza con comentarios de todo tipo, casi siempre negativos. “Verás lo que te va a cambiar la vida”, “duerme todo lo que puedas ahora”, “vete preparando para lo que te viene”... Sin embargo, nadie te advierte de lo mucho que cambia la película cuando se trata del segundo bebé en camino. Es como si no quisieran hacer spoilers para que podamos disfrutar en plenitud de todas las sorpresas que un segundo hijo (hija en mi caso) trae aparejado. No, ya te digo yo que uno más uno, en este caso, no son dos. Lo bueno es que de la segunda experiencia con la paternidad se aprenden muchísimas cosas con respecto a la primera.
Te decía que uno más uno no son dos cuando tienes un segundo hijo, especialmente si se lleva poquito con el hermano o hermana mayor (dos años se llevan nuestras hijas) porque es el punto de partida del aprendizaje que supone ser ”bipadre” (de ser “tripadre” en adelante no puedo hablar…). Y es que esto es lo primero que aprendes con esta experiencia: que un niño te cambia la vida, pero dos te multiplican el efecto, no lo suman.
Cuando te das cuenta de ello, los aprendizajes se empiezan a acumular. Al principio, te agobias pensando en que no puedes darle la misma atención que a tu hija mayor, llevas regular el hecho de no tener un segundo para respirar, de no disponer apenas de tiempo para ti mismo, pero lo mejor que puedes hacer si estás en esta situación es pararte a pensar un segundo: hay cosas que con dos peques en casa no se pueden hacer, lo mejor es ponerse objetivos asumibles porque conseguirlos te ayudará a estar mejor a nivel mental, que el reto exige que lo estés. Poco a poco, a medida que un segundo hijo o hija crece y gana en autonomía, las aguas vuelven a su cauce y esos objetivos pueden crecer en número y en variedad, pero querer hacer las mismas cosas con dos hijos muy pequeños es casi una utopía.
Esto de bajar las expectativas a nivel personal me ayudó muchísimo para ser más feliz durante la etapa de bebé de mi segunda hija. Empecé entonces a disfrutar más del día a día, de las pequeñas cosas, y esto tuvo un efecto directo en mi salud emocional —en la física depende de lo que duermas cada día, ya sabes…—, y en consecuencia, en la relación con mis hijas y su madre. Bien es cierto que cuando entendí que este era el camino que más me convenía, la pandemia llegó a nuestras vidas y eso abrió otra puerta enorme al aprendizaje. Pero de lo de pasar un confinamiento con una niña de tres años y otra de un añito en casa ya hablaremos (o no) otro día, que da para largo y tendido. Seguro que empatizas conmigo si lo viviste de manera similar…
No hay dos personas iguales
Aunque haya destacado un aprendizaje personal por encima de otros más específicos como padre, serlo por segunda vez te enseña también muchísimo en este sentido porque, de repente, tienes con qué comparar tu primera experiencia como padre. Y no, no tienes que hacerlo con historias que te cuenten tus colegas o tu familia: ahora lo puedes hacer con tu tuya propia, en primera persona.
Y rápidamente compruebas algo que habías leído o escuchado mil veces: no hay dos personas iguales. Ya puedes intentar educar a tus siete hijos e hijas, si los tienes, con los mismos valores y llevarles a probar las mismas cosas que su reacción no va a ser la misma. Es difícil explicarlo con palabras, pero te invito a que pruebes a repetir algún juego, hábito o actividad, incluso comida cuando empiece tu segundo bebé con la alimentación complementaria, que le encantara a tu primera hija o hijo de pequeño, y verás las diferencias. “Pero si esto triunfaba con Julia, si esto otro le encantaba, esto era infalible para entrenerla, o para que se durmiera…Y ahora nada funciona”. Efectivamente, nada te funciona porque es una persona completamente distinta, y cuanto antes entiendas la singularidad de tu segundo hijo o hija, antes conectarás con él/ella. No pierdas el tiempo en comparar.
De igual modo que los psicólogos se hartan de decirnos a los padres que no intentemos hacer a nuestra imagen y semejanza a nuestros hijos, como “bipadre” te animo a que no intentes replicarlos. Apuesto a que vas a fracasar en el intento.
Relativizar es fundamental
Por otro lado, un tercer aprendizaje que adquirí a raíz de mi segunda experiencia con la paternidad fue a tomarme las cosas de un modo más relajado, menos forzado. A relativizar. Creo que este sería el aprendizaje que más aparecería si se hiciera una encuesta entre padres y madres que han tenido dos hijos relativamente seguidos. Al fin y al cabo, es lo que ocurre siempre que nos afrontamos a algo nuevo en nuestras vidas y siempre que recorremos el mismo camino por segunda vez: la experiencia cuenta, y mucho.
De repente, te das cuenta que no sirve de nada la rigidez excesiva —no confundir con no inculcar rutinas, por ejemplo—, la preocupación por cada gesto, ruido o movimiento del peque o el querer llevarlo todo controlado al 100%. Hay que dejar que las cosas fluyan… por salud, pero también por necesidad, ya que no vas a poder tenerlo todo tan controlado como lo puedes tener con un solo hijo.
No se trata, en definitiva, de ir de sobrado, pero sí de aprovechar a tu favor la experiencia del primer bebé. No tanto para replicar lo que te funcionaba, porque ya he dicho que casi nunca sirve de nuevo, sino para corregir aquellas cosas que te hubiera gustado hacer de otro modo y también para intentar disfrutar más del camino.
La importancia de separarlas
Si tuviera que escoger un cuarto aprendizaje —la lista está inacabada— si comparo mi etapa personal con dos hijas y los escasos dos años en los que fui padre de una, destacaría un detalle no menos importante: la necesidad de darles su espacio a cada una de las dos peques. Sí, a separarlas.
Confieso que nosotros no lo hacíamos casi nunca con nuestras hijas. No por nada en especial; nos gusta pasar tiempo juntos y no queremos perdernos nada. Pero un día la psicóloga —benditos psicólogos que nos ayudan a entender y tratar mejor a nuestros peques— nos recomendó insistir más en montar planes separados, y en cuanto lo hicimos comprobamos el beneficio que tiene en la relación entre hermanas.
No dista mucho de lo que ocurre en las relaciones entre adultos. A veces es necesario poner distancia, recargar pilas dedicándonos tiempo a nosotros mismos, y la perspectiva cambia por completo. Dicho de otro modo: echar de menos es positivo. Te invito, si tenéis dos peques, a dedicarlas tiempo por separado. Con la experiencia de estos seis años, cuatro de ellos como “bipadre”, solo puedo destacar cosas positivas de este hábito, el último aprendizaje que comparto contigo, que tanto tiempo nos llevó comprender y asimilar como beneficioso para nuestras hijas y también para nosotros.