El bilingüismo en la educación, foco de debate entre las familias: “Es un quiero y no puedo”

Es tal el disenso y el debate abierto que existe sobre el modelo educativo del bilingüismo, que incluso hay opiniones encontradas dentro de la misma familia.
niña leyendo un libro en inglés

Mis dos hijas van a un colegio bilingüe. Esto, en mis tiempos de estudiante, era algo poco habitual, especialmente en la escuela pública, y era una de las claves que exprimían los centros privados para convencer a las familias de que eran la mejor opción para sus hijos e hijas, como ahora ocurre con el modelo británico, inmersivo. Entonces, había poco debate al respecto: que los niños y niñas pudieran aprender inglés desde el colegio, algo que en España ninguna generación había podido hacer, sonaba maravilloso. Pero lo cierto es que un cuarto de siglo después, el bilingüismo genera muchas dudas entre las familias y, en consecuencia, el debate permanece abierto, incluso dentro de los propios núcleos familiares.

Como padre, reflexiono a menudo sobre el modelo bilingüe. Y no lo tengo claro. Debo ser honesto. Sigo sin tener formada una opinión contundente al respecto después de años pensando en ello y de vivirlo intensamente con mi hija este curso, cuando ha entrado en dicho modelo, que en su colegio empieza en primero de Primaria y no en Educación Infantil como ocurre en otros centros.

Y no lo tengo claro porque, si bien entiendo que aprender inglés en el colegio es una oportunidad valiosa para los peques, no creo que la forma en la que este aprendizaje está planteado y desarrollado en las aulas en la actualidad sea tan efectiva como para aceptar a renunciar a aquello que el modelo bilingüe se lleva por delante. Hay  opiniones cualificadas contradictorias -basta con hacer una especie de sondeo entre profesores cercanos para comprobarlo-, lo cual tampoco ayuda a formarse una opinión, y el disenso en las distintas comunidades educativas al respecto es la tónica habitual, mucho más que el consenso.

En definitiva, no es sencillo posicionarse. Me ocurre todo lo contrario que con el modelo inmersivo: este no me deja dudas; si la prioridad educativa para unos padres es que sus hijos e hijas aprendan inglés, este es el modelo adecuado y no el bilingüismo. Pero, claro, hay que poder pagarlo. 

Niña

Mi yo estudiante cree que es un quiero y no puedo

En cambio, con el bilingüismo, que sí está extendido en la escuela pública y en la concertada aunque queden centros públicos que no lo son, no tengo el convencimiento de que los beneficios sean los que en su día nos “vendieron”, mismos argumentos de quienes lo defienden en la actualidad.

No lo ve nada cristalino mi yo estudiante, que aprendió inglés porque tuve una grandísima profesora en Primaria, no porque diera ciencias o educación física en la lengua de Shakespeare desde pequeño. En el otro lado de la balanza, es cierto, para ser justos, que sí me aportó vocabulario y una base sobre la que crecer a raíz del trabajo de la citada profe. 

Por eso, porque he de ser honesto y aceptar que algo bueno sí tuvo para mí, no puedo posicionarme totalmente en contra, aunque el corazón me lo pide por esa sensación que siempre he tenido con el bilingüismo de que se queda a medio camino, de que es un quiero y no puedo.

No podemos dejar las cosas como están

Como padre, me encuentro en la misma tesitura. Mis hijas, honestamente, van al colegio que elegimos y en el que obtuvieron plaza porque hay otras muchas cosas del centro que priorizamos por encima del aprendizaje de idiomas. Es el que más cerca está de casa y su programa educativo encaja con nuestros valores familiares. Digamos que “nos comemos” el bilingüismo, que a mí personalmente no me importaría que no fuera parte del modelo del colegio.

Pero, para que entendáis quienes no sois padres de la división que este tema genera, dentro de una familia puede haber posiciones encontradas: mientras yo estoy más cerca del no al bilingüismo que del sí, la madre de mis hijas lo está del “sí”. Estamos, sin duda alguna, ante uno uno de esos ejemplos de que en la vida existen los grises, de que no todo es blanco o negro. Y en los grises siempre es mucho más difícil moverse con soltura. Por eso, todavía no he llegado en mi reflexión personal sobre el bilingüismo al lugar en el que posicionarme de manera definitiva.

En cambio, sí tengo claro que esta es una cuestión que necesita escucha activa e interés por parte de las instituciones, empezando por dar voz a los que más saben, los expertos en educación y los profesionales de los centros educativos. No podemos dejar las cosas como están, sin darles ni siquiera una vuelta, cuando es algo que genera tanto debate. Aunque se atienda la cuestión y después se concluya en que todo debe seguir planteado como ya está, es necesaria una reflexión y un debate en profundidad sobre este tema.

Quizá, por qué no, la posición más lógica sea que el bilingüismo sea una opción, pero nunca una obligación, a lo que se va pareciendo cada vez más en muchos municipios. Eso sí, reconozco que queda bonito sobre el papel, que es fácil de decir, pero que no resulta nada sencillo llevarlo a la práctica. 

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