La crianza es un viaje repleto de rutinas, decisiones y aprendizajes constantes, pero también de momentos que detienen el tiempo y llenan de sentido. Para muchas madres y padres, ciertas emociones vividas en el día a día con sus hijos pueden tener un impacto profundo y duradero en su bienestar emocional. Más allá de los desafíos cotidianos, hay experiencias que iluminan la paternidad desde un lugar positivo, profundo y personal.
Una de esas claves podría estar en dos emociones que a menudo se viven, pero no se nombran: el orgullo y el asombro. Esa es la premisa central del estudio Feeling Pride and Awe in Parenthood, publicado en 2025 en la revista Social Psychological and Personality Science, realizado por investigadores de la Universidad de Rochester. A través de tres estudios complementarios y un meta-análisis interno, los autores analizaron cómo estas emociones influyen en el bienestar de casi 900 padres y madres, desde una perspectiva psicológica integral.
Los resultados mostraron que tanto el orgullo como el asombro generan beneficios, pero lo hacen de forma distinta. El orgullo se relaciona con mayor satisfacción personal y menor carga emocional negativa. El asombro, por su parte, amplifica no solo el placer, sino también el sentido de propósito y la riqueza psicológica de quienes lo experimentan. Ambas emociones fortalecen la relación con los hijos y ayudan a percibir la crianza no solo como un deber, sino como una fuente de crecimiento personal.
El orgullo como motor de alegría cotidiana
El orgullo parental surge con frecuencia en momentos de logro: cuando una hija supera un miedo, cuando un hijo demuestra tenacidad, talento o empatía. En el estudio, esta emoción se asoció con altos niveles de placer, es decir, mayor satisfacción con la vida y menor presencia de emociones negativas como el agotamiento, la culpa o la frustración.
Lo interesante es que este orgullo no tiene que ver con la perfección, sino con el crecimiento visible del hijo o hija. Puede surgir cuando un niño aprende a compartir, cuando una adolescente persevera en un proyecto, o incluso al observar cómo enfrentan pequeños retos con madurez inesperada. Es una emoción que valida el esfuerzo compartido y da sentido al rol parental.
El estudio demostró que quienes sentían más orgullo en su crianza mostraban un mayor bienestar emocional en general. Esa satisfacción no dependía de la edad del hijo, ni del género del padre o madre, ni del carácter del niño.
Lo que marcaba la diferencia era la frecuencia con que se vivía esa emoción y cómo se procesaba emocionalmente.

El asombro como puerta al sentido profundo
Aunque menos estudiado en contextos familiares, el asombro apareció como una emoción especialmente poderosa.
En el estudio, el asombro parental surgía cuando los hijos hacían algo inesperado, conmovedor o admirable: un gesto de ternura, una reflexión profunda, un momento de conexión inexplicable que hacía pensar "guau".
Esta emoción se vinculó no solo con más placer, sino con mayor sentido de propósito (ver la crianza como algo significativo) y riqueza psicológica (vivencias diversas, memorables y emocionalmente intensas).
En palabras simples, quienes sentían asombro con sus hijos no solo eran más felices, sino que consideraban su vida más interesante, significativa y valiosa.
Además, el asombro tenía un efecto muy particular: alteraba la percepción del tiempo. Las madres y padres que vivían estos momentos sentían que el tiempo se detenía, que el momento se volvía más profundo, más real. Esta ralentización del tiempo contribuye a saborear la experiencia y recordarla con mayor nitidez.
Mecanismos emocionales que potencian la crianza
Tanto el orgullo como el asombro mostraron un efecto positivo en la calidad de la relación entre padres e hijos. Estos momentos fortalecen los vínculos, mejoran la comunicación emocional y favorecen la empatía mutua.
En lugar de ver la crianza como una serie de tareas, se transforma en una relación viva, rica y evolutiva.
Otro mecanismo común fue la autotrascendencia. Estas emociones hacían que los padres se sintieran parte de algo mayor: una familia, una generación, un propósito compartido. Esa sensación de trascender el yo individual ayuda a afrontar las dificultades cotidianas desde un marco más amplio y menos solitario.
El asombro, además, despertaba una sensación de espiritualidad o conexión existencial. No se trataba de religiosidad necesariamente, sino de un sentido de admiración por la vida, por el crecimiento humano, por la posibilidad de compartir ese viaje con un hijo o hija.

Emociones universales, beneficios consistentes
Un hallazgo importante del estudio es que los beneficios del orgullo y el asombro no dependían de características externas.
Ni la edad del hijo, ni el tipo de familia, ni el temperamento del niño afectaban la relación entre estas emociones y el bienestar parental.
Tampoco se trataba de una consecuencia de tener hijos "fáciles" o experiencias extraordinarias. Estas emociones pueden surgir en contextos cotidianos, con hijos muy distintos entre sí. Lo que importaba era la disposición del adulto a percibir, valorar y saborear esos momentos emocionales.
Esto sugiere que el bienestar emocional en la crianza no está reservado a quienes tienen condiciones ideales. Está disponible para quienes cultivan la presencia, la observación y la apertura emocional ante la complejidad de crecer con otro ser humano.
Redefinir la experiencia de ser madre o padre
Los autores subrayan que estos hallazgos no niegan las dificultades de la crianza. Ser madre o padre puede ser abrumador, demandante y emocionalmente agotador. Pero eso no impide que también sea fuente de alegría, sentido y belleza emocional.
El estudio propone un cambio de mirada: centrarse no solo en lo que se hace, sino en cómo se siente. Validar las emociones positivas no significa ignorar las negativas, sino equilibrar la narrativa sobre la experiencia parental.
Reconocer el orgullo y el asombro como partes esenciales de la crianza permite construir una visión más justa y completa.
Al hacerlo, también se ofrece una herramienta emocional poderosa frente al desgaste, el cansancio o la ansiedad. Cultivar y atesorar estos momentos puede ayudar a sostener la motivación, la conexión y la salud mental de quienes cuidan.

Una crianza más rica, presente y significativa
La investigación aporta evidencia concreta sobre algo que muchas personas intuyen: que la crianza se vuelve más plena cuando se vive con apertura emocional.
El orgullo y el asombro no solo son efectos secundarios de ser padre o madre: son motores de bienestar y conexión.
Lo más revelador es que no se necesitan eventos extraordinarios para sentirlos. Un gesto cariñoso, una frase inesperada, una mirada compartida pueden bastar. Estar presentes, registrar esas emociones y dejar que nos atraviesen es una forma de transformar lo cotidiano en valioso.
En un tiempo donde la salud mental parental enfrenta desafíos crecientes, redescubrir el poder emocional de estos momentos puede marcar la diferencia entre sobrevivir la crianza o disfrutarla plenamente.
Referencias
- Chee, P. X., Shimshock, C. J., & Le, B. M. (2025). Feeling Pride and Awe in Parenthood: The Unique Emotional Rewards of Parenting on Well-Being. Social Psychological and Personality Science. doi: 10.1177/19485506251332690