Hacer ejercicio en la adolescencia puede reducir el riesgo de depresión, según un estudio con seguimiento de 12 años

Un estudio con casi 900 niños y adolescentes muestra que el ejercicio tiene un efecto protector claro entre los 14 y 18 años, una etapa clave para la salud mental.
Hacer ejercicio en la adolescencia puede reducir el riesgo de depresión, según un estudio con seguimiento de 12 años
El ejercicio moderado a vigoroso protege la salud mental de los adolescentes, sin importar el sexo o la autoestima corporal. Fuente: iStock (composición ERR).

La actividad física en la adolescencia protege contra la aparición de síntomas depresivos, pero no basta con moverse más: el momento también importa. Hacer ejercicio se ha promovido por décadas como un hábito beneficioso para el cuerpo. Sin embargo, sus efectos sobre la mente, y especialmente sobre la salud emocional de los adolescentes, están comenzando a comprenderse con mayor precisión. En un contexto global donde los trastornos depresivos entre jóvenes van en aumento, encontrar factores de protección accesibles y eficaces es una prioridad urgente.

Publicado en abril de 2025 en la revista Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, el estudio fue realizado por investigadores de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología (NTNU) y siguió a 873 niños desde los 6 hasta los 18 años, evaluándolos cada dos años. A diferencia de otros trabajos observacionales, este estudio analizó cómo los cambios dentro de cada individuo influían en su salud mental, eliminando factores personales que podrían distorsionar los resultados.

Los autores utilizaron acelerómetros para medir el movimiento real de los participantes y entrevistas clínicas para identificar síntomas depresivos. Con siete rondas de datos y un enfoque estadístico riguroso, lograron observar patrones que vinculan directamente el ejercicio con la reducción de la depresión en una etapa específica del desarrollo.

Entre los 14 y los 18 años, el ejercicio protege contra la depresión

Los resultados del estudio fueron contundentes: a partir de los 14 años, los adolescentes que aumentaban su actividad física tenían menos probabilidades de desarrollar síntomas de depresión dos años después. Este efecto protector se mantuvo entre los 14 y los 16, y entre los 16 y 18 años.

No solo el movimiento general fue beneficioso. La actividad moderada a vigorosa (MVPA), como correr, nadar o andar en bicicleta, fue especialmente efectiva.

Aquellos adolescentes que realizaban más ejercicio intenso presentaban niveles más bajos de síntomas depresivos en las siguientes evaluaciones.

Este patrón no se observó en la infancia ni en la adolescencia temprana, lo que sugiere que la adolescencia media y tardía es una ventana crítica donde el ejercicio tiene un efecto diferencial en la salud emocional.

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La depresión también predice menor actividad física, lo que puede agravar el malestar emocional en los adolescentes. Fuente: iStock (composición ERR).

La depresión también puede reducir la actividad física

Así como el ejercicio puede reducir los síntomas depresivos, la presencia de depresión también predijo una disminución en la actividad física. Esto se observó especialmente entre los 10 y 12 años, y entre los 14 y 16 años.

Los adolescentes con más síntomas depresivos eran más propensos a dejar de moverse, lo que podría desencadenar un ciclo de retroalimentación negativa.

 Menos actividad empeora el estado de ánimo, y el estado de ánimo bajo lleva a moverse menos.

Esto refuerza la importancia de intervenir a tiempo. Promover la actividad física podría cortar ese círculo vicioso, especialmente en adolescentes que comienzan a mostrar signos tempranos de malestar emocional.

El tiempo sedentario no afecta la salud emocional

Contra lo que se podría suponer, el tiempo sedentario no se relacionó con los síntomas de depresión en ninguna etapa del desarrollo. Estar mucho tiempo sentado, por sí solo, no pareció ser un factor de riesgo significativo.

Esto sugiere que el simple hecho de moverse más no es suficiente: es la calidad del movimiento, y especialmente su intensidad, lo que tiene un impacto positivo en la salud mental.

El hallazgo también invita a no confundir el sedentarismo con la ausencia de ejercicio. Pasar tiempo sentado no es lo mismo que no hacer actividad física, y son los momentos activos, no solo los descansos, los que marcan la diferencia.

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Estar sentado por mucho tiempo no se relacionó con la depresión; lo importante es incorporar actividad física real. Fuente: iStock (composición ERR).

Sin diferencias entre niños y niñas

A pesar de que la depresión y los hábitos de ejercicio a menudo varían por sexo, el estudio no encontró diferencias significativas entre niños y niñas en la relación entre actividad física y depresión.

Esto implica que la actividad física es un factor protector efectivo para ambos sexos, y que las recomendaciones pueden aplicarse de forma generalizada sin necesidad de segmentarlas.

También permite enfocar los esfuerzos en promover el ejercicio como herramienta universal de prevención, sin importar el género, sino atendiendo a otras variables como edad, motivación o acceso a actividades.

La autoestima y el deporte no explican la relación

Para entender si la mejora emocional venía por sentirse más capaz, más a gusto con el cuerpo o por socializar más, los investigadores analizaron tres factores: autoestima atlética, imagen corporal y participación deportiva organizada.

Sorprendentemente, ninguno de estos factores explicó el efecto positivo del ejercicio sobre la salud mental.

El beneficio parecía surgir de forma directa, sin mediadores evidentes.

Esto indica que el impacto del movimiento va más allá de lo social o lo subjetivo. El ejercicio podría actuar sobre mecanismos neurobiológicos o emocionales profundos, como la regulación del estrés, la liberación de endorfinas o la mejora del sueño.

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Entre los 14 y 18 años, el ejercicio físico reduce significativamente los síntomas de depresión, según un estudio longitudinal. Fuente: iStock (composición ERR).

Una herramienta de prevención accesible y efectiva

Los autores subrayan que, aunque los efectos observados fueron moderados, pueden acumularse con el tiempo y tener un impacto relevante en la salud pública.

En un escenario donde la depresión juvenil crece, incluso un cambio modesto puede ser valioso.

Fomentar el movimiento a partir de los 14 años, sin necesidad de rendimientos deportivos ni estructuras complejas, puede ser una forma simple y efectiva de proteger la salud mental.

El ejercicio no sustituye a la terapia ni a otros abordajes clínicos, pero podría convertirse en un recurso clave en la prevención, especialmente si se integra en las rutinas escolares, familiares y comunitarias.

Moverse importa, y más en la adolescencia

Este estudio longitudinal demuestra que el ejercicio protege contra la depresión en la adolescencia media y tardía, en una relación bidireccional que refuerza su importancia como estrategia de intervención.

No se trata solo de evitar el sedentarismo, sino de moverse con intención, de forma regular y con cierta intensidad. Dormir bien, alimentarse sano y mantener vínculos sociales son pilares de la salud emocional; este estudio reafirma que el movimiento es otro de esos pilares.

Incorporar actividad física en la vida cotidiana de los adolescentes no debería verse como un lujo o un complemento, sino como una necesidad real para su bienestar presente y futuro.

Referencias

  • Steinsbekk S, Skoog J, Wichstrøm L. Symptoms of depression, physical activity, and sedentary time: Within-person relations from age 6 to 18 in a birth cohort. J Am Acad Child Adolesc Psychiatry. (2025). doi:10.1016/j.jaac.2025.03.018

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