El papel que juega la etapa de la pubertad en la salud futura de nuestros hijos e hijas es sobresaliente. Por ello, la ciencia tiene un ojo puesto en este momento crítico del desarrollo infantil, y gracias a nuevas evidencias se puede conocer en profundidad hasta qué punto influye en el futuro, durante la adolescencia y la vida adulta.
Sabemos que la infancia es una etapa decisiva en muchos sentidos, y el desarrollo físico hasta la pubertad no es una excepción. La pubertad llega cada vez antes. Lo observamos como padres y madres —de pronto, el niño o niña parece un adolescente— y lo confirman las cifras. Pero más allá de lo que vemos, ¿sabemos cómo afecta esa transformación a largo plazo?
Una investigación recién publicada en el American Journal of Epidemiology pone datos concretos sobre la mesa. Sus conclusiones son importantes porque pueden ayudarnos a entender mejor la relación entre el peso en la infancia, el momento de la pubertad y el riesgo de obesidad en la adolescencia y adultez. Esto, como te vamos a demostrar a continuación, tiene más influencia en las niñas, que salen especialmente afectadas por la combinación de pubertad temprana y un peso más alto desde pequeñas.
El estudio analizó a más de 13.000 niños y niñas daneses nacidos entre 2000 y 2003, y sus trayectorias de índice de masa corporal (IMC) entre los 7 y los 18 años. El objetivo ha sido saber cómo se relaciona el momento en el que cada niño entra en la pubertad (lo que los autores llaman “timing”) y la rapidez con la que pasa por sus distintas fases (“tempo”) con su peso durante toda la adolescencia.

Conclusiones del estudio: relación entre pubertad, peso y salud
La investigación se basa en datos del Danish National Birth Cohort (DNBC), un ambicioso proyecto con más de 90.000 niños y sus familias. Los investigadores recogieron más de 136.000 medidas de altura y peso tomadas entre los 7 y los 18 años, junto a información sobre las etapas de desarrollo puberal —los conocidos estadios de Tanner— reportadas periódicamente por los propios adolescentes.
El objetivo era doble. Primero, comprobar si la pubertad temprana está relacionada con un IMC más alto en la adolescencia. Segundo, discernir si este efecto se mantiene incluso cuando se tiene en cuenta el peso en la infancia.
Para ello, analizaron los datos en tres niveles: sin ajustar, ajustando por factores familiares (como la edad de la madre al tener la menarquia, el nivel educativo o si fumaba en el embarazo), y ajustando además por el IMC del niño a los 7 años.
¿El resultado? Una foto muy clara de la relación entre pubertad, peso y salud infantil en etapas posteriores: los niños y niñas que entran antes en la pubertad tienen, de media, un IMC más alto en la adolescencia. Pero lo interesante es cómo cambia esta asociación cuando se tienen en cuenta otros factores.

Pubertad precoz y peso: por qué importa más en las niñas
Los investigadores observaron que, en los niños, la asociación entre pubertad temprana y mayor IMC desaparece casi por completo cuando se ajusta por el peso que tenían a los 7 años. Es decir, esos niños ya tenían un IMC más alto antes de entrar en la pubertad, y este parece ser el factor decisivo.
Sin embargo, en las niñas la historia es diferente. Aunque el ajuste por el peso infantil reduce el efecto, la pubertad temprana sigue asociándose a un IMC más alto a los 18 años. Es más: las chicas con pubertad más precoz y un ritmo de desarrollo más rápido (tempo alto) llegaron a tener hasta 1,1 kg/m² más de IMC que sus compañeras con desarrollo medio, incluso tras tener en cuenta su peso en la infancia.
Este hallazgo apunta a que, en las niñas, el momento y la velocidad del desarrollo puberal podrían tener un efecto independiente sobre su peso futuro. Una cuestión con posibles implicaciones en la salud reproductiva, el metabolismo y, claro, la salud emocional.

Implicaciones para la salud y la crianza
Este tipo de estudios nos ayuda a mirar más allá de los percentiles de peso o altura en una revisión médica. Nos recuerda que la infancia temprana importa, y mucho. Y que si una niña (o un niño) comienza la pubertad antes que sus compañeros, no es solo una anécdota biológica: puede estar marcando una trayectoria de salud distinta.
Para las familias, este conocimiento puede traducirse en varias acciones prácticas:
- Observar el desarrollo puberal sin alarmismos, pero con atención.
- Fomentar hábitos de alimentación y actividad física saludables desde la primera infancia.
- Tener en cuenta los factores psicosociales: la pubertad precoz puede llevar a sentirse “fuera de lugar” entre los iguales.
- Consultar al pediatra si el desarrollo parece adelantarse significativamente, especialmente antes de los 8-9 años.
El estudio no ofrece recetas mágicas, pero sí una base sólida para reflexionar sobre cómo acompañamos a nuestros hijos e hijas en una etapa tan delicada. Como siempre, la prevención empieza mucho antes de que aparezca el síntoma. Y en este caso, la solución pasa por establecer y potenciar hábitos saludables en el estilo de vida de nuestros hijos e hijas y por vigilar y controlar su desarrollo de forma óptima.
Es importante tener estos detalles en cuenta en la crianza porque el hábito de comunicación en la familia no termina de mejorar: más de un tercio de los padres evita hablar de la pubertad con sus hijos pequeños.
Referencias
- Anne Gaml-Sørensen, Nis Brix, Andreas Ernst, Lea Lykke Harrits Lunddorf, Onyebuchi A. Arah, Katrine Strandberg-Larsen, Cecilia Høst Ramlau-Hansen. Pubertal timing and tempo and body mass index trajectories: investigating the confounding role of childhood body mass index. American Journal of Epidemiology, 2025. DOI: 10.1093/aje/kwaf063