El peligro de considerar "guay" vivir en el mismo barrio donde se crió tu familia

Es un privilegio poder vivir en el mismo lugar donde creciste de niño pero eso no significa que uno tenga más derecho que otros a vivir en ese barrio, opina el autor de un artículo publicado recientemente. Coincidimos plenamente con su visión.
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Hace unos días se publicaba en el www.elconfidencial.com una interesante reflexión sobre el hecho de vivir en el mismo barrio donde se ha criado nuestra familia y uno/a mismo/a. Dice Héctor G. Barnés que esta circunstancia despierta reacciones de admiración entre la gente y más de uno utiliza el adjetivo “guay” para describirla.

El autor del artículo titulado “Ahora resulta que lo guay es vivir en el barrio donde se crió tu familia” dice que cuando cuenta que vive en el mismo barrio donde creció su madre la reacción es siempre la misma: ¡qué guay!

G. Barnés que vive en el madrileño barrio de Carabanchel reconoce que siente orgullo cuando pasa por la Iglesia de San Roque y recuerda que allí se casaron sus padres o cuando pasa por lo que era su antiguo colegio, ahora reconvertido en academia de idiomas.

Apela el autor al término “solastalgia” que acuñó el filósofo Glenn Albrecht para nombrar la nostalgia que sientes cuando ves que el lugar donde vives ha cambiado tanto que apenas lo reconoces.

Sin duda, Carabanchel, como otros barrios de Madrid, ya no es lo que era: “No queda apenas nada reconocible para mi en sus calles. Ni personas, ni comercios, ni sonidos. Simplemente el trazado de sus calles y una lejana identidad que ha cambiado mucho desde que me marché del colegio para no volver. La única raíz que tengo son mis recuerdos”, describe G. Barnés.

Entre finales de los años ochenta y principios del año 2000 el barrio pasó de 240.630 habitantes a 213.405. Sus abuelos fueron de los que se marcharon, en su caso se fueron a vivir a Móstoles.

¿Por qué es "guay" vivir en el mismo barrio donde te criaste de niño?

Sorprendido porque todo el mundo dijera lo mismo al contar que vivía en el mismo lugar donde se crió su familia, el periodista decidió preguntar a uno de sus interlocutores la razón de por qué le parecía tan molón este hecho. A lo que después de un tiempo pensándolo, este le contestó que, en su caso, él no sentía arraigo en los barrios de Madrid donde había vivido pero que su pareja, con la que vive justo enfrente de la iglesia antes mencionada, sí y que le había encantado saber la historia de que los padres de G. Barnés se habían casado ahí.

Y es que saber que el lugar donde vives tiene una historia, aunque no sea la tuya, tranquiliza, opina el autor del artículo: “Te hace sentir que vives en un lugar de verdad y no en un no-lugar. Que es posible echar raíces ahí, en un momento en el que cada vez resulta más difícil echar raices”.

Añade que vivir en las calles donde te criaste se ha convertido en una especie de privilegio que pocos pueden permitirse (porque te has visto obligado a emigrar o porque las viviendas tienen unos precios inalcanzables).

Familia delante de unos bloques de viviendas - Getty Images/iStockphoto

Sin embargo, a G. Barnés le chirría que detrás de lo admirable que le resulta a la gente el que uno viva en el mismo barrio que su familia, puede esconder también la percepción de que esos antecedentes concedan más derecho a vivir en el barrio.

Él no lo siente así y considera que ha sido una coincidencia excepcional fruto de la casualidad el poder establecerse en un lugar ya conocido. La única raíz que tiene con el barrio son sus recuerdos y afirma sentirse como la gran mayoría, que terminan en un barrio u otro por casualidad, por la coyuntura del mercado o donde ya conocen a otros que como él ya se han abierto camino antes.

"Carabanchel estaría muerto si no fuera por la llegada de inmigrantes"

“Todo el mundo que conozco hoy en Carabanchel son gente como yo, emigrantes de otras partes de la ciudad, del extrarradio, refugiados de la subida de precios de la almendra central o emigrantes de otras partes de España que quieren vivir más o menos en el centro, pero no pueden permitírselo. No queda nadie de aquella época, y de todas formas, si me los cruzase por la calle no los reconocería”, escribe G. Barnés.

Por estas razones, afirma que le gusta muy poco ese “guay” que le parece un atajo que le libra de tener que hacer el esfuerzo de aparentar que es “de aquí”: “Gracias a mi familia estoy legitimado para estar aquí, mientras mi amigo se lo tiene que currar. Soy de aquí por linaje familiar: no tengo nada que demostrar, pero en mi fuero interno sé perfectamente que no tengo ni idea del barrio, ni de su gente, ni de sus costumbres. Soy tan extraño en mi hogar, como los otros que no tienen raíces familiares”. Así se siente.

Opina que quizá Carabanchel estaría muerto si no fuese por la llegada masiva de inmigrantes, sobre todo de Latinoamérica, que le han dado su identidad al barrio en forma de comercios, asambleas y fiestas. “Esta percepción de lo guay da pie a un problemático correlato, que es la (auto)exigencia de autenticidad que distingue a los gentrificadores de los que no lo son”.

Sin embargo, él se identifica como un lugareño impostado, un punto intermedio entre el gentrificador y el vecino de toda la vida. Pero ¿quién es realmente el vecino de toda la vida? ¿Queda alguno, o se murieron todos, o se marcharon a Móstoles como mis abuelos, o vendieron sus pisos a los inmigrantes para hacer negocio con ellos?, se pregunta.

Y concluye su discurso con esta interesante reflexión: “El de que unas personas tienen más legitimidad que otras para vivir en determinados lugares (en el barrio, en el pueblo, en la provincia o en la urbanización), que hay que demostrar alguna clase de autenticidad, es un pensamiento inconsciente pero peligroso. Al fin y al cabo, el signo de nuestra época es que la mayoría no vive donde quiere, sino donde puede. Ya nadie es de ningún lugar. Y el barrio ha sido tradicionalmente eso. No tanto un lugar donde echar raíces para siempre como una tierra de nadie donde la gente va y viene, llega y se marcha, pero donde todo el mundo es (debería ser) bienvenido”.

Como el autor del citado artículo, da la casualidad de que una vive también en el barrio donde viviían mis abuelos y mi hija representa la cuarta generación de la familia empadronada en el mismo municipio de Madrid. Crece en el mismo lugar donde vinieron a vivir sus bisabuelos con su hijo, mi padre.

Como G. Barnés, también me siento afortunada de vivir donde vivo, aunque a diferencia de él, yo nunca me fui del barrio. La casa familiar se ha traspasado de generación en generación. De no haber sido así, no podríamos vivir donde ahora vivimos. Doble privilegio. 

Sin embargo, también opino que estas circunstancias no me otorgan más derecho que a otros para vivir donde vivo. Y aunque conozco el lugar como la palma de mi mano y he sido testigo de sus numerosos cambios, no me considero de aquí más que de otro lugar (un sentimiento bastante común entre los madrileños, por cierto). 

Nada nos asegura que el día de mañana, tal vez, tengamos que hacer las maletas y mudarnos a otro sitio. Entonces, ¿cómo nos gustaría que nos trataran? 

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