Incluso unos pocos días de calor pueden alterar la actividad cerebral en la infancia, según un nuevo estudio europeo

Un hallazgo inesperado sugiere que las temperaturas moderadas, no solo el calor extremo, influyen en la conectividad de redes clave del cerebro en niños.
Incluso unos pocos días de calor pueden alterar la actividad cerebral en la infancia, según un nuevo estudio europeo
La conectividad de redes cerebrales en niños disminuye tras varios días cálidos, incluso a temperaturas consideradas moderadas. Ilustración artistica: DALL-E / Edgary R.

La infancia es una etapa particularmente vulnerable al entorno, y ahora un nuevo estudio señala que incluso exposiciones breves al calor ambiental pueden afectar el funcionamiento del cerebro en desarrollo. Investigadores en Países Bajos y España analizaron escáneres cerebrales de más de 2.200 niños entre 9 y 12 años y detectaron que una semana de temperaturas elevadas, incluso en rangos considerados templados (entre 18 y 25 °C), se asoció con alteraciones en la conectividad de redes cerebrales responsables de regular emociones, memoria y percepción del entorno.

Las conclusiones, publicadas en 2025 en la revista especializada Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, provienen del Generation R Study, un gran estudio de cohorte con base en Rotterdam.

Mediante imágenes de resonancia magnética funcional en estado de reposo (fMRI), el equipo investigó si el clima reciente podía influir en cómo se comunican las diferentes regiones del cerebro infantil. El resultado fue claro: la actividad de tres redes cerebrales —la medial parietal, la red de la saliencia y el hipocampo— se veía reducida tras varios días de calor.

Este impacto no parece estar limitado al verano ni requiere olas de calor para manifestarse. Los investigadores detectaron efectos similares tanto en días cálidos del invierno como en el verano, lo que sugiere que el cerebro infantil podría ser sensible incluso a temperaturas inusualmente altas para la estación.

Este descubrimiento ofrece una posible base neurobiológica a estudios previos que relacionaban el calor con el aumento de emergencias psiquiátricas en niños y adolescentes.

Incluso unos pocos días de calor pueden alterar la actividad cerebral en la infancia, según un nuevo estudio europeo
La mayor sensibilidad térmica del cerebro infantil podría explicar el aumento de crisis de salud mental durante olas de calor. Ilustración artística: DALL-E / ERR.

Redes cerebrales alteradas por el calor: emoción, memoria y conciencia corporal

Entre las regiones más afectadas figura la red de la saliencia, un sistema clave para identificar estímulos relevantes, regular emociones y tomar decisiones rápidas. Alteraciones en su funcionamiento han sido vinculadas anteriormente con mayor riesgo de suicidio en adolescentes con depresión.

En este estudio, la disminución en su conectividad se observó especialmente tras uno o dos días de temperaturas elevadas, lo que indica un efecto rápido, aunque posiblemente transitorio.

El hipocampo, otra región impactada, es esencial para el aprendizaje y la memoria, pero también juega un papel importante en la regulación del estrés. Su alteración por el calor podría interferir no solo con la retención de información, sino también con cómo el cuerpo responde a situaciones adversas. Esto plantea interrogantes sobre la vulnerabilidad emocional de los niños en contextos climáticos extremos.

Finalmente, la red medial parietal, implicada en la percepción del propio cuerpo y la orientación espacial, también mostró conectividad reducida. Este sistema es clave para el desarrollo de la autoconciencia y la integración multisensorial. Una disfunción, aunque leve, podría afectar la forma en que los niños interpretan su entorno físico y social durante los días de mayor calor.

Un impacto invisible que no requiere temperaturas extremas

El hallazgo más inquietante del estudio es que estas alteraciones cerebrales se observan con temperaturas diarias medias entre 17 y 25 °C, valores comunes en muchas regiones durante la primavera y el otoño.

Esta sensibilidad neurológica a temperaturas moderadas sugiere que el riesgo para la salud cerebral infantil no está limitado a las olas de calor, sino que también puede presentarse en climas templados cuando las temperaturas son inusualmente altas para la estación.

Los investigadores emplearon un modelo climático urbano de alta resolución para estimar la temperatura en el domicilio de cada niño durante la semana anterior al escáner cerebral. 

Aunque no contaban con información sobre las condiciones térmicas en escuelas o interiores, los datos reflejan una clara asociación entre temperatura ambiental y conectividad cerebral. El efecto fue más fuerte con la temperatura del día anterior al escaneo, lo que apunta a un impacto inmediato y acumulativo.

Estos cambios en la actividad cerebral no implican un daño permanente ni un diagnóstico psiquiátrico, pero sí señalan una mayor vulnerabilidad en el cerebro en desarrollo. La alteración temporal de circuitos que regulan emociones o memoria podría traducirse en irritabilidad, distracción o menor capacidad de adaptación en contextos de aprendizaje o interacción social durante días calurosos.

Gráfico estudio
Redes corticales en estado de reposo definidas según la parcellación de Gordon, que agrupa regiones funcionalmente conectadas del cerebro en base a patrones de actividad sincronizada durante el reposo. Esta segmentación permite analizar cómo se altera la conectividad interna de cada red frente a variables externas como la temperatura ambiental. Créditos: Jaacap.

¿Por qué el cerebro infantil es más sensible al calor?

El cerebro de los niños se encuentra en un proceso activo de conexión y reorganización sináptica. Durante la preadolescencia, muchas redes neuronales todavía están en construcción, lo que las hace más plásticas, pero también más susceptibles a factores ambientales.

La conectividad funcional —es decir, la comunicación entre regiones del cerebro— puede alterarse fácilmente por condiciones externas como el sueño, el estrés o, como revela este estudio, la temperatura.

El metabolismo cerebral infantil es más alto que en adultos, lo que implica un mayor consumo de oxígeno y glucosa, y una mayor producción de calor interno. Esta combinación convierte al cerebro infantil en un sistema muy activo, pero que también depende críticamente de un entorno térmico equilibrado.

Una variación térmica que para un adulto puede parecer inofensiva, podría tener un efecto tangible sobre la organización cerebral de un niño.

Además, los mecanismos fisiológicos para disipar el calor —como la sudoración o la redistribución del flujo sanguíneo— no están plenamente desarrollados en la infancia. Por eso, un entorno caluroso puede alterar el equilibrio interno más rápidamente en niños que en adultos. Estos factores se combinan para explicar por qué la conectividad neuronal puede disminuir después de solo unos pocos días de calor moderado.

Lo que todavía no sabemos: preguntas abiertas para la investigación futura

Aunque este estudio marca un hito en la neurociencia ambiental, quedan varias preguntas por responder. Por ejemplo, ¿qué ocurre si la exposición al calor se repite durante semanas o meses? ¿Podrían los efectos observados dejar una huella más duradera en algunos niños, especialmente aquellos con trastornos del neurodesarrollo?

Otra incógnita es la interacción entre el calor y otros factores sociales o ambientales. ¿El impacto es mayor en hogares sin ventilación adecuada o en niños con carencias nutricionales? ¿Cómo influye el estrés parental o la calidad del sueño durante las noches calurosas? La respuesta a estas preguntas podría ayudar a diseñar intervenciones más específicas, especialmente para contextos vulnerables.

Finalmente, los investigadores reconocen que se necesita adaptar los métodos a cerebros en desarrollo. Muchos de los modelos de conectividad cerebral usados actualmente están basados en cerebros adultos.

Contar con herramientas específicas para la infancia será clave para comprender con mayor precisión cómo evoluciona el cerebro en un mundo en calentamiento.

Incluso unos pocos días de calor pueden alterar la actividad cerebral en la infancia, según un nuevo estudio europeo
El impacto en el cerebro fue más fuerte el día previo al escaneo, lo que sugiere una respuesta cerebral casi inmediata al calor. Ilustración artística: DALL-E / ERR.

Medidas simples que podrían proteger el cerebro infantil en días calurosos

Aunque el estudio no evaluó consecuencias clínicas directas, sus implicaciones para salud pública son claras. Dado que la mayoría de los hogares y escuelas en Países Bajos no tienen aire acondicionado, los autores destacan la necesidad de estrategias accesibles para proteger a los niños durante días calurosos. Estas podrían incluir mayor hidratación, acceso a sombras o espacios frescos, y adaptar las exigencias escolares durante episodios de calor.

Algunas hipótesis sobre los mecanismos detrás de estos cambios incluyen la deshidratación, la alteración del sueño y el aumento del estrés térmico, todos factores que podrían afectar la conectividad cerebral.

Los niños tienen una menor capacidad para termorregularse que los adultos, y suelen pasar más tiempo al aire libre, lo que podría aumentar su exposición al calor sin que los adultos lo adviertan.

En un contexto de cambio climático global, este tipo de estudios resalta la urgencia de incluir a la infancia en las políticas de adaptación climática. El desarrollo neurológico no debe quedar fuera de la conversación sobre salud ambiental. Mientras se discuten grandes infraestructuras, también se puede actuar desde los hogares y escuelas, incorporando el bienestar térmico a las prácticas cotidianas que cuidan la mente en formación.

Referencias

  • Granés, Laura, et al. Exposure to Ambient Temperature and Functional Connectivity of Brain Resting-State Networks in Preadolescents. Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry (2025). doi: 10.1016/j.jaac.2024.11.023

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