Mi papel como padre en la lactancia materna: lo que podría haber hecho y no hice
Como padre, jamás pude asegurar al 100% las necesidades de mis dos hijas en sus seis primeros meses de vida porque siempre rechazaron el biberón.
La lactancia es una de las pocas cuestiones relacionadas con la crianza en la que los dos progenitores, si los hay, no pueden aportar al 50-50… salvo que hablemos de lactancia artificial o de lactancia mixta, ya sea porque combináis leche materna con fórmula o porque combinéis el pecho con los biberones de leche materna. Ninguna de estas fue mi experiencia personal, ya que nuestras dos hijas se alimentaron con leche materna exclusivamente en los primeros seis meses de vida. No tocaron un biberón.
Me consta que esta frase nos proporcionaría a la madre de mis hijos y a mí la máxima puntuación en una hipotética competición arbitrada por matronas, pero con la perspectiva del tiempo, a ninguno de los dos nos hubiese importado “perder nota” a cambio de que nuestras peques se hubieran acostumbrado un poquito, lo justo, al biberón. Pero cuando no se lo das nunca en sus primeras semanas de vida, tal y como suelen recomendar los especialistas, por otro lado, debes saber que es muy probable que no lo acepte jamás. Y esto conlleva una consecuencia innegable: menos autonomía para la mamá y sensación de tensión e inseguridad en el progenitor o progenitora no lactante cuando se tiene que quedar a solas con su hijo o hija.
Vaya por delante que te no estoy invitando a que le des algún biberón a tu peque recién nacido. No. Ni siquiera yo mismo puedo asegurar que si tuviéramos un tercer hijo le daríamos biberón. Solamente estoy compartiendo mi experiencia personal para que te ayude a reflexionar sobre ello.Y es que me pregunto si realmente no es un sacrificio excesivo evitar el biberón (como recurso puntual) cuando es una herramienta que te facilita la vida.
¿Es tan negativo que un bebé tome un biberón de vez en cuando? La cuestión está en si ceñimos la respuesta al bebé o ampliamos el perímetro de las circunstancias a tener en cuenta e introducemos en él las de la mamá lactante. He aquí cuando, con la experiencia personal vivida, creo que no es tan grave que un recién nacido se acostumbre al biberón como una alternativa al pecho. Aunque pueda ser ‘unpopular opinion’, que dirían los amantes de los anglicismos, nadie puede negarme que no es un recurso magnífico para dar cierta autonomía a la mamá lactante, a la que unas horas para dedicárselas a ella misma en exclusiva le pueden ayudar tanto como su leche materna beneficia a su bebé.
No hay plan B
Cuando un bebé que se alimenta exclusivamente de leche materna rechaza un biberón, no hay plan B. Su dependencia del pecho es total. Y eso tiene una consecuencia clara: la mamá lactante no se puede separar de su pequeño. Pensarás que es una exageración, pero cualquier mamá que empatice con este argumento estará de acuerdo en lo que voy a decir: no hay forma de irte tranquila y disfrutar si sabes que hay una personita a la que adoras que sin ti a su lado no tiene sus necesidades cubiertas. Ya puede tener el mejor padre o madre del mundo a su cargo: sin bibe, no hay forma de que el progenitor o progenitora no lactante pueda satisfacer al 100% sus necesidades.
Creedme, porque lo he vivido en mis propias carnes, que tampoco es fácil para quien se queda al cuidado del recién nacido. Como padre, no es agradable tampoco cuidar de un bebé sabiendo que puede ser un drama el momento de comer si su madre no está a tiempo de vuelta. Se pasa fatal cuando ves a tu hijo o hija llorar desconsoladamente y da igual que lo calientes un poquito más o un poquito menos, que pruebes distintas tetinas o que te inventes este o aquel juego para despistarle: cuando no quieren el biberón, lo rechazan. Y punto. Eso de “ya comerá cuando tenga hambre” puede servir con 4 años, pero no con 4 meses.
Y eso por no hablar de alimentarle con jeringuilla, la opción, ya no sé si alocada e irresponsable o no que se me ocurrió aquella vez en la que peor lo pasé para alimentar a mi hija pequeña cuando apenas tenía unos mesecitos y su mamá tuvo que ausentarse unas horas. No había forma, y las horas pasan y tienes que intentarlo para que se alimente; al menos, lo suficiente para que se hidrate. Recuerdo preguntarme en bucle, con la banda sonora del llanto desconsolado de mi hija de fondo, si no hubiera merecido la pena haberla acostumbrado un poquito al biberón.
Yo, honestamente, creo que sí; no había necesidad de que todos, la peque, su madre en la distancia, y yo, lo pasáramos tan mal.