Eres el espejo en el que se mira tu hijo: cuida tu relación con él
Es necesario conseguir que los niños se sientan queridos, válidos, suficientes y respetados para que se respeten a sí mismos y a los demás. Para ello, hay que expresárselo tanto de forma verbal como no verbal
A través de este texto me gustaría reflexionar sobre el efecto que tiene la mirada de los padres y las madres en sus hijos y en el desarrollo psicoevolutivo de los mismos. Es un intento de ayudar a padres y madres a tomar conciencia de ello y poder favorecer el desarrollo emocional de sus hijos.
Los progenitores, al relacionarse con sus hijos, inevitablemente depositan una mirada sobre ellos que se transmite. Una mirada formada por opiniones, sensaciones, sentimientos y expectativas que se generan en la relación paterno/materno filial. Y es que los padres y las madres son para sus hijos los espejos en los que estos se miran, sintiéndose válidos o insuficientes en función de cómo sienten que sus padres les perciben.
Al trabajar este aspecto en la terapia, es frecuente que cuando los padres expresan opiniones negativas acerca de sus hijos expliquen que no quieren trasmitirles eso. Sin embargo, aunque no se transmita de forma verbal o explícita, sí se transmite mediante el lenguaje no verbal: con las miradas, el tono de la voz, la postura corporal, los silencios, las caras, las ausencias, los gritos, los golpes o el castigo físico.
La importancia de ser coherentes
Es además necesaria la coherencia entre los mensajes verbales y los no verbales que se transmiten inevitablemente. La falta de coherencia genera mucha confusión, que es la base de muchos trastornos o conflictos psicológicos. Es por tanto necesario tomar conciencia de ello, identificar qué mirada se está transmitiendo a los hijos y hacer un trabajo y esfuerzo por cambiarla o ampliarla si fuera necesario, pues esa mirada es la que los niños y niñas interiorizarán sobre sí mismos y les acompañará el resto de su vida.
Es común, incluso en el trabajo con adultos, que los terapeutas traigamos al niño interior de cada paciente a la terapia que es, en definitiva, la mirada que sus padres le transmitieron en la infancia. Así, si estamos trabajando la sobreexigencia y la dificultad de cuidarse y comprenderse a uno mismo, probablemente tengamos delante a una persona que no recibió una mirada dulce y de aceptación de sus propios padres. Probablemente, sin ser conscientes de ello, le trasmitían a su hijo o hija que era insuficiente y que éste tuviera que recurrir a la sobreexigencia y castigo de sí mismo en un intento de obtener esa mirada de reconocimiento.
Enseñando desde el cariño y sin cohibiciones
Los hijos necesitan una mirada dulce y comprensiva, de amor, de aceptación incondicional, de confianza en ellos, en sus propios recursos y en sus posibilidades de crecimiento y mejora, y de respeto por su propia experiencia. Ese tipo de mirada posibilitará el desarrollo de su propia confianza y seguridad. Se trata de que el niño vaya descubriendo y valiéndose por sí mismo en el mundo, desarrollando su propia autonomía y liberándose de una mirada sobreprotectora, incapacitante e invasiva de su espacio, de lo que tiene que hacer, pensar o sentir y que, en definitiva, le transmite el mensaje de “lo hago yo por ti porque tú no eres capaz.”
Esta mirada debe estar limpia de las propias frustraciones, experiencias negativas o miedos, para que el hijo no sienta que debe cumplir las expectativas de sus padres o superar sus frustraciones. Esta dinámica respondería a la satisfacción de las necesidades o carencias del progenitor a través de la vida del hijo, lo que no sería justo para éste al restarle la libertad de poder elegir ser quien quiera ser.
Finalmente, los niños y adolescentes necesitan una mirada firme a la hora de poner límites, transmitiendo valores como el esfuerzo y la disciplina que les aportará seguridad y estructura. Corrigiendo desde el amor y respeto siempre la conducta, sin descalificar a la persona, con firmeza y una exigencia ajustada, para que puedan descubrir el valor del esfuerzo y su propia capacidad para conseguir sus metas. Pero también permitiéndoles equivocarse para que no se desanimen.
Artículo escrito por Cristina Botella Botín,psicoterapeuta Infantojuvenil y Familiar en Psicólogos Pozuelo