En las altas capacidades hay términos muy llamativos que ayudan también a dar mayor visibilidad a esta neurodivergencia desconocida hasta no hace mucho tiempo. Es el caso de dragones dormidos, el concepto con el que una psicóloga define a los niños con altas capacidades invisibles, y también del síndrome de la amapola alta, que se llama así porque en países como Australia y Nueva Zelanda, a las personas con altas capacidades se las conoce precisamente como ‘tall poppies’, “amapolas altas”. De ahí surge este síndrome descrito por la doctora Rumeet Billan y promovido por la plataforma Women of Influence+. Te contamos en qué consiste y por qué afecta más a las niñas.
Una niña levanta la mano muchas veces en clase. Otra corrige al profesor, argumenta, pregunta más. Una tercera propone una solución original que nadie había pensado. A simple vista, parecería que estamos ante una historia de éxito escolar, pero la realidad es que muchas de estas niñas aprenden pronto una lección silenciosa: si brillas demasiado, molestas. Mejor pasar desapercibida.
Esta es precisamente la raíz del llamado síndrome de la amapola alta (Tall Poppy Syndrome), un fenómeno social que penaliza —de forma implícita o explícita— a quienes destacan por encima del promedio, especialmente si son mujeres. La metáfora hace referencia a las amapolas que crecen más que el resto y que, para igualar el campo, son “cortadas” para que no sobresalgan.

Aunque este concepto ha sido más ampliamente explorado en el mundo laboral, sus raíces empiezan mucho antes; tanto que esta “amapola alta” se va cultivando desde la infancia. No en vano, está demostrado que se detectan menos niñas con altas capacidades que niños no porque no las haya, o sean menos, sino porque suelen mimetizarse más con su grupo social y, en consecuencia, pasar desapercibidas. Este fenómeno tiene continuidad en la adolescencia y en la vida adulta, cuando estas niñas, ya mujeres, entran en el mercado laboral.
Así lo demuestra también el informe internacional The Tallest Poppy 2023, dirigido por la doctora Rumeet Billan y promovido por la plataforma Women of Influence+, que entrevistó a 4.710 mujeres de 103 países para medir el impacto que tiene este síndrome en sus vidas.
El dato es abrumador: el 86,8 % de las mujeres encuestadas asegura haber sido penalizada en algún momento por sus éxitos o logros. El entorno laboral, social y familiar responde muchas veces con rechazo, aislamiento o desprecio ante la mujer que brilla. Y esta reacción tiene consecuencias directas en su bienestar emocional, su carrera y su autoestima.

Las consecuencias en la edad adulta de ser una amapola alta
El informe recoge testimonios de mujeres de todo el mundo sobre cómo su talento, ambición o liderazgo han sido castigados por personas de su entorno, desde jefes hasta compañeros, pasando por amigos, familiares e incluso otros padres y madres. Esto influye, a su vez, en otras cuestiones relacionadas con el mundo laboral y las altas capacidades, como el síndrome del burnout.
Muchas de ellas explican que sus logros eran minimizados, que se apropiaban de su trabajo o que se les exigía "jugar en pequeño" para no incomodar. Algunas fueron excluidas, otras ignoradas. Una encuestada contaba: “Me prometieron una promoción, pero luego me dijeron que era demasiado entusiasta y no me la dieron”. Otra lo resumía así: “Me quemé por completo y no entiendo por qué me castigan por hacer bien mi trabajo”.
Los efectos de este síndrome no son menores: el 73,8 % de las mujeres declara un impacto negativo en su salud mental y el 66,2 % afirma haber perdido confianza en sí misma. Además, un 75 % reconoce que su productividad laboral bajó, y la mitad de ellas abandonó su puesto por esa misma causa.
El dato más preocupante es que el 49,7 % también ha sufrido este tipo de penalizaciones en su vida personal: en casa, con amistades, con otros padres o madres. Es decir, el síndrome de la amapola alta no empieza en la oficina: empieza mucho antes, posiblemente en la infancia.

Cómo se traslada este fenómeno a la crianza y la infancia
El estudio muestra que muchas mujeres adultas fueron cortadas desde pequeñas: por destacar demasiado en clase, por ser buenas en matemáticas, por mostrar liderazgo en el patio. Algunos testimonios relatan cómo otros padres les decían que sus hijas “presumían demasiado”, o cómo las propias maestras les pedían que se moderaran.
Si la idea de que “es mejor no sobresalir” cala desde la niñez, muchas niñas con altas capacidades, o simplemente personas brillantes neurodivergencia aparte, aprenden pronto a esconder su talento. A no levantar la mano. A callarse una respuesta correcta. A no compartir sus ideas. Y aunque esto parezca inofensivo, es la antesala de una autoestima mutilada. Además de, en muchos casos, problemas en el entorno escolar: luego no puede sorprender, por ejemplo, que muchos niños y niñas con altas capacidades se aburran en clase.
Desde el punto de vista de la crianza, esto nos plantea una pregunta urgente: ¿cómo acompañamos a nuestros hijos e hijas cuando son sobresalientes? ¿Sabemos detectar si están recibiendo el mensaje de que “mejor bajarse del podio”? ¿Estamos celebrando su talento o pidiéndoles que se escondan?
Aunque el estudio se centre en las mujeres adultas y entorno laboral, es clave potenciar el talento de las niñas con altas capacidades desde la infancia y erradicar los entornos que no lo promuevan. Porque un síndrome silencioso como el de la amapola alta puede tener efectos devastadores en la vida de las personas, tanto personal como profesionalmente.
Referencias
- Rumeet Billan. The Tallest Poppy: How the workforce is cutting ambitious women down. Women of Influence+, 2023.