La adolescencia es una etapa intensa a nivel emocional. Lo es para los chicos y chicas que atraviesan esta etapa de turbulencias y descubrimiento, y también para sus madres y padres, que tratan de acompañar y guiar de la mejor forma posible a sus hijos e hijas. Esa “mejor forma posible” es muy subjetiva, tanto que pueden existir disparidad de opiniones y criterios al respecto. Por ejemplo, existe un amplio debate entre quienes prefieren recoger (y llevar) a los adolescentes cuando empiezan a salir de fiesta y descubren el ocio nocturno, y quienes apuestan por potenciar en ellos y ellas su autonomía personal dejándoles volver solos y solas a casa.
En esta pieza no incidimos tanto en la parte teórica del asunto: no buscamos opiniones de expertos en la materia cómo pueden ser psicólogos o docentes, sino que nos centramos en la parte práctica del debate, que básicamente está protagonizada por las familias. Queremos saber qué prefieren sobre este asunto tan complejo y personal. No solo quienes tienen hijos e hijas adolescentes, sino quienes un día fueron madres o padres de adolescentes y quienes lo serán pronto porque sus hijos están creciendo y ya miran de reojo a la adolescencia.
Lo cierto es que no podemos sacar conclusiones por el hecho de haber pulsado un puñado amplio de opiniones, pero parece claro que esta es una cuestión muy personal llena de matices: casi no hay dos respuestas iguales. Y no será porque no le dedican tiempo a preguntarse cómo acompañar a su hijo durante la adolescencia.

En general, sí coinciden las familias en que la edad y el lugar marca mucho su respuesta. “No es lo mismo que tenga 16 años y vaya a una fiesta de Nochevieja a casa de una amiga que si tiene 18 y está saliendo por primera vez a una discoteca”, apunta José, padre de una hija adolescente. “Yo recuerdo que prefería ir siempre a por ellas, me quedaba más tranquilo”, dice Juan, padre de dos hijas mayores, mirando con nostalgia al pasado, cuando eran adolescentes. “Reconozco que, poco a poco, a medida que fueron creciendo, porque ellas lo demandaban y porque lo vas naturalizando, empezabas a dejar que volvieran solas algunas veces”, añade.
Marta, mamá de una adolescente joven, de las que está empezando a descubrir lo divertido que es quedarse en casa de amigas y disfrutar de los primeros coqueteos con el ocio nocturno, aunque tenga que estar todavía en casa antes de la medianoche, reconoce que está en plena fase de adaptación. “Me he dado cuenta de que no es todo tan fácil, hay muchos grises en en este tipo de cuestiones del día a día de la maternidad en la época de la adolescencia”, apunta. “Pero, de momento —agrega—, soy partidaria de ir a por ella si va a volver tarde de casa de una amiga o de algún plan fuera de casa porque solo tiene 14 años”.

En esta línea se expresan otros padres de hijos e hijas adolescentes. “Yo empecé yendo a por ellos pero acaba por no gustarles a ellos y reconozco que te puede dar pereza si la hora se va retrasando cada vez más”, apunta Rubén, que duda al ser cuestionado si pensaría igual si sus hijos fueran chicas. “Prefiero ir a por ella, al menos mientras no se queje. De hecho, lo agradece y hasta me lo pide”, apunta Alfonso. “Nosotros no vamos a por ellos, pero reconozco que no puedo dormir hasta que entran por la puerta”, cuenta Lorena.
Esta última respuesta se parece mucho a la que dan otras madres y padres, sobre todo quienes recuerdan nítidamente la adolescencia de sus hijos e hijas y quienes tienen hijos e hijas adolescentes pero mayores de edad. "Era imposible conciliar el sueño, miraba el reloj de la mesilla cada pocos minutos, no avanzaba", recuerda Julia.
También es curioso saber qué piensan las mamás y papás de niños y niñas que todavía no son adolescentes. “Ya quiere negociar cuándo le vamos a dar el móvil sin tarjeta, como dice ella, como para pensar en qué haremos cuando salga siendo adolescente”, se sincera Lucía, que prefiere ir paso a paso. Otras voces, en cambio, tienen clara su respuesta aunque todavía no haya llegado el momento de decidir: “Creo que aunque me gustaría ser capaz de dejarle autonomía, preferiría ir”, reconoce María. “Temo ese momento porque tengo dos niñas y he pasado esa edad. Recuerdo la gente pesada que encontrabas al volver a horas de madrugada y la inseguridad que eso me generaba”, argumenta, ampliando su reflexión, madre de dos peques que todavía no son adolescentes (esta es la edad a la que empieza la adolescencia según la OMS).

En definitiva, basta con palmar en una “excursión” por el parque y una toma de contacto con algún grupo de padres y madres de hijos e hijas adolescentes para darse cuenta de que no es fácil concluir si las familias prefieren o no recoger a sus hijas e hijos cuando salen de fiesta. Se entremezclan muchos condicionantes: el sexo, tanto del adulto como del menor, la edad de este, el lugar de recogida, el transporte al lugar de residencia, e incluso la confrontación de ideas entre lo que queremos (su seguridad) contra lo que sabemos que es beneficioso a largo plazo (su autonomía).
Y eso que no hemos añadido la otra mirada del asunto, la de los adolescentes, que también tendrán algo que decir en esto, ¿no?