En la crianza, una de las grandes inquietudes es saber cómo nuestros hijos e hijas perciben el mundo que les rodea. A veces, un niño o niña pequeño puede reaccionar con miedo en contextos aparentemente neutros o, por el contrario, mostrarse confiado en ambientes que no lo son. Da igual si es en el parque, en el colegio o en casa, porque todos estos lugares pueden ser o no seguros en función de las circunstancias. Ahora, un estudio ha demostrado que la ansiedad puede impedir que los niños y niñas distingan lo que es seguro y lo que no.
El estudio, publicado en la revista npj Science of Learning, ha demostrado que la ansiedad puede afectar de manera significativa la forma en que percibimos el entorno, alterando la capacidad de distinguir entre zonas seguras y zonas amenazantes.
Este hallazgo, aunque investigado en adultos, es extrapolable a la infancia, por lo que abre una puerta esencial para comprender ciertos comportamientos infantiles, sobre todo en niños y niñas ansiosos.

Detalles de la investigación: el impacto de la ansiedad
Con la ayuda de realidad virtual, los investigadores crearon un entorno en el que los participantes debían identificar patrones de peligro basados exclusivamente en la ubicación. Lo interesante es que no todos lograron aprender la diferencia entre las zonas seguras y las peligrosas. Aquellos con mayor ansiedad de estado mostraron más dificultades, y su memoria espacial fue significativamente peor.
En concreto, la investigación, liderada por Benjamin Suarez-Jimenez desde el Departamento de Neurociencia de la Universidad de Rochester, empleó una simulación de realidad virtual para analizar la relación entre ansiedad y aprendizaje espacial. Participaron 70 adultos jóvenes, que se movían por un entorno virtual recolectando flores. Algunas flores (ubicadas en una zona concreta) estaban asociadas a una descarga eléctrica. Otras, en una zona distinta, eran completamente seguras.
Los participantes tenían que descubrir qué zonas eran peligrosas y cuáles no, basándose solo en la ubicación y en puntos de referencia visuales. Mientras lo hacían, se registraban datos fisiológicos como la conductancia de la piel, un indicador de activación emocional, y se medía su memoria espacial.

Los resultados fueron claros: aquellos participantes con mayor ansiedad de estado no solo identificaban peor las zonas de peligro, sino que además recordaban con menor precisión dónde estaban los objetos del entorno. Mostraban una tendencia a generalizar el miedo y percibir el entorno como más amenazante de lo que realmente era.
Esto sugiere que la ansiedad no solo afecta el estado emocional, sino también los procesos cognitivos implicados en el aprendizaje y la navegación del entorno. Y si esto ocurre en adultos, ¿cómo no va a suceder en niños cuyo cerebro está en pleno desarrollo?

Principales conclusiones en clave crianza de los hijos
Aunque el estudio, como decíamos, se ha realizado con adultos, las implicaciones para la infancia son directas. En la etapa infantil, cuando el cerebro está en desarrollo y la capacidad de autorregulación emocional está aún en construcción, la ansiedad puede tener un impacto aún mayor en el aprendizaje del entorno.
Un niño o niña con ansiedad puede interpretar como peligrosos contextos perfectamente seguros, como un aula con nuevos compañeros, una excursión o una visita médica. Esta percepción puede llevarle a evitar situaciones, aumentar su reacción emocional o mostrar conductas desajustadas. Pero lo importante es que no se trata de una "mala" actitud, sino de un procesamiento cerebral diferente. La ansiedad interfiere en su capacidad para crear un mapa mental fiable del mundo.
De hecho, según los investigadores, esta dificultad para discriminar zonas seguras podría tener raíz en una atención excesiva al peligro, en detrimento del contexto. Algo que se ha descrito también en niños y niñas con fobias o con experiencias traumáticas. Así, su cerebro está tan enfocado en detectar amenazas que no presta atención a los detalles que indicarían que todo está bien.

Por otro lado, para las familias, este estudio aporta una clave esencial: si un niño o niña ansioso no se siente seguro, es muy probable que su aprendizaje se vea comprometido. No porque no tenga capacidad, sino porque su sistema emocional está saturado. Acompañarlo en la regulación emocional, ofrecerle rutinas claras, transiciones suaves y validar sus emociones puede ser mucho más efectivo que insistir en que "no pasa nada" o que "debe ser valiente".
Otra aplicación directa es en el ámbito educativo. Un niño o niña con ansiedad, en el aula, puede tener dificultades no por falta de motivación, sino por una sobrecarga de su sistema de alerta. Reconocer estas señales y adaptar el entorno puede marcar una gran diferencia.

Finalmente, el estudio también apunta que el refuerzo intermitente —un 50% de probabilidad de amenaza— fue el que generó más aprendizaje. Esto conecta con el mundo real, donde los peligros no siempre se presentan de forma previsible. Enseñar a los niños y niñas a lidiar con la incertidumbre, sin saturarlos, es también una habilidad clave.
En definitiva, no se trata de eliminar todos los estímulos, sino de ayudar al menor a reconocer qué es seguro y qué no lo es, en base a experiencia y acompañamiento. Y es que, como punto final, este estudio pone también el foco en la importancia de acompañar a los niños y niñas ansiosos desde la comprensión, la regulación emocional y la seguridad del vínculo. Porque solo desde ahí podrán aprender a construir mapas mentales del mundo que les permitan moverse con confianza.
Referencias
- Claire E. Marino, Pavel Rjabtsenkov, Caitlin Sharp, Zonia Ali, Evelyn Pineda, Shreya Y. Bavdekar, Tanya Garg, Kendal Jordan, Mary Halvorsen, Carlos Aponte, Julie Blue, Xi Zhu, Benjamin Suarez-Jimenez. Using virtual reality to study spatial mapping and threat learning. npj Science of Learning, 2025. DOI: 10.1038/s41539-025-00305-6