Existen cuentos contemporáneos maravillosos que recomendamos a menudo para trabajar distintos aspectos con los más pequeños, pero es justo acordarse también de algunos títulos clásicos que han envejecido muy bien, como es el caso de fábulas como 'La liebre y la tortuga'. Atribuida a Esopo, esta fábula es una de las narraciones clásicas más conocidas en la literatura infantil. 'La liebre y la tortuga' ha sido contada y recontada a lo largo de generaciones, enseñando valiosas lecciones sobre la vida y el comportamiento humano. En este artículo exploraremos el origen de esta fábula, el simbolismo de sus personajes y las enseñanzas que nos deja, destacando su relevancia en la educación infantil y su impacto en la cultura popular.
Origen y contexto de la fábula
Esopo y la tradición de las fábulas
Esopo, un fabulista de la Antigua Grecia, es conocido por haber creado una serie de relatos breves que utilizan animales como protagonistas para transmitir enseñanzas morales. Unas fábulas que ofrecen lecciones universales de manera sencilla y accesible.
En ellas los animales no solo representan características humanas, sino que también permiten a los lectores, especialmente a los niños, identificarse con las situaciones y reflexionar sobre sus propias actitudes y comportamientos. En la fábula que hoy nos ocupa la liebre y la tortuga simbolizan cualidades humanas opuestas, como la vanidad y la perseverancia, respectivamente.

La popularidad de la historia a través de adaptaciones
A lo largo de los siglos, 'La liebre y la tortuga' ha sido adaptada por numerosos autores y artistas. Una de las adaptaciones más conocidas es la versión animada de Disney, que en 1934 ganó un Oscar por su representación de la fábula.
Esa producción audiovisual que apenas dura algo más de ocho minutos, sigue siendo tan divertida y genial como entonces, y es ideal para que los peques se familiaricen con una historia que es aconsejable contarles algún día antes de dormir también.
Personajes principales y sus simbolismos
La liebre: vanidad y exceso de confianza
De la liebre, en cambio, se sacan aprendizajes distintos porque representa la vanidad, la pereza, la falta de motivación, y la falta de respeto por los demás. Pero ya no solo esto, es que encima se burla de su competidor durante toda la fábula, comportamiento totalmente reprobable en cualquier ámbito de la vida.
Es el ejemplo de que siempre, en todo lo que hagamos, debemos dar el máximo de nosotros mismos y eliminar los prejuicios, ya que no son más que una barrera que nos impide hacerlo.
La tortuga: constancia y perseverancia
La tortuga es un personaje que encarna la constancia, la perseverancia, el esfuerzo máximo, el afán de superación, las ganas de ser la mejor versión de uno mismo, más allá del resultado final de lo que se intente.
Ella demuestra que el camino para conseguir las cosas importa, y aunque en su caso consigue su objetivo, si se pelee como lo hace ella y el resultado no es el esperado, uno debe irse con la cabeza alta por cómo lo ha intentado.

Moraleja y enseñanzas clave
No solo deja una aportación su moraleja, sino que son muchas las lecturas que se pueden hacer de esta historia en la que una liebre vanidosa infravalora a una tortuga, su rival en una carrera, hasta tal punto que pierde la competición:
La importancia del esfuerzo constante
Una de las moralejas más señaladas de 'La liebre y la tortuga' es la importancia del esfuerzo constante. A través de la victoria de la tortuga se nos recuerda que el éxito no siempre depende de la rapidez o la habilidad innata, sino del empeño y la dedicación que ponemos en nuestras acciones. Este mensaje de la fábula puede aplicarse a muchos aspectos de la vida, desde el ámbito académico hasta el personal y profesional.
El peligro de subestimar a los demás
Otra de las moralejas es que nunca se debe subestimar al rival cuando toque competir contra alguien y que el respeto mutuo y la deportividad son fundamentales en el ámbito deportivo.
La liebre, convencida de su superioridad, menosprecia a la tortuga y paga el precio de su arrogancia al perder la carrera. Una lección que nos recuerda que cada persona tiene sus propias fortalezas y habilidades, y que subestimar a los demás puede llevarnos a cometer errores y perder oportunidades.
Lecciones de humildad y autocrítica
La fábula de 'La liebre y la tortuga' también nos ofrece lecciones importantes sobre la humildad y la autocrítica. Animándonos así a ser conscientes de nuestras limitaciones y errores en lugar de dejarnos llevar por la vanidad y el exceso de confianza. Al adoptar una actitud humilde, estamos más abiertos a aprender de nuestras experiencias y a mejorar como individuos.

Relevancia en la educación infantil
Fomentar el respeto mutuo y la deportividad
La fábula de 'La liebre y la tortuga' puede ayudarnos a fomentar el respeto mutuo y la deportividad en la educación infantil. A través de la interacción entre la liebre y la tortuga, los niños aprenderán la importancia de tratar a los demás con consideración y amabilidad, independientemente de sus habilidades o capacidades.
Así, esta fábula nos enseña que el verdadero valor de la competición no reside en ganar, sino en participar con integridad y respeto hacia los demás. En un mundo donde la competencia es a menudo enfatizada, 'La liebre y la tortuga' busca recordarnos que el respeto mutuo y la deportividad son valores fundamentales que deben ser inculcados desde una edad temprana.
La utilidad de las fábulas en la enseñanza de valores
Las fábulas de este tipo son muy buenas herramientas para enseñar valores en la educación infantil. A través de historias simples y personajes simbólicos, las fábulas nos ayudan a transmitir lecciones morales que ayudan a los niños a comprender de forma fácil conceptos más complejos.

Desarrollo de la historia de 'La liebre y la tortuga': una versión de la fábula para leer a los niños
"Había una vez una liebre y una tortuga que vivían en el campo. La liebre era famosa entre los animales por ser muy veloz y se pasaba el día correteando de un lado a otro sin parar, mientras que la tortuga caminaba siempre con pasos lentos y cansados, pues además de tener que soportar el peso de su gran caparazón no era demasiado ágil.
A la liebre le parecía muy divertido ver a la tortuga arrastrando sus patas regordetas con tanta lentitud, cuando a ella le bastaba un pequeño impulso para saltar de un sitio a otro con gran agilidad. Por eso, cuando por casualidad se cruzaban en el campo, la liebre siempre se reía de ella y solía hacer comentarios burlones que a la tortuga no le sentaban nada bien.
– ¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja!, se reía a carcajadas la liebre. A ese paso no llegarás a tiempo a ninguna parte ¿Qué harás el día que tengas que llegar pronto a tu destino? ¡Date prisa! ¡Vamos!
La tortuga siempre pasaba de sus comentarios burlones. Sin embargo, un día se hartó de tal modo, que decidió enfrentarse a la liebre de una vez y por todas.
– Tú serás tan veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera – dijo convencida la tortuga.
– ¡Ja, ja, ja! ¡Pero qué graciosa! ¡Si hasta un caracol es más rápido que tú! No me ganarías ni aunque fuese a tu propio ritmo – contestó la liebre riéndose a carcajadas.
– Si tan segura estás – insistió la tortuga – ¿Por qué no probamos y hacemos una carrera?
– ¡Cuando quieras! Total, estoy segura que ganaré – respondió la liebre mofándose.
– ¡Pues muy bien! Nos veremos mañana entonces a esta misma hora junto al campo de flores y veremos quién es más rápida de las dos ¿Te parece? – le dijo.
– ¡Perfecto! – asintió la liebre guiñándole un ojo, en un gesto de insolencia y arrogancia.
Luego, la liebre se fue dando saltitos y la tortuga se alejó con la misma tranquilidad de siempre, cada una por su lado. La noticia corrió como la pólvora y los animales del campo no tardaron en enterarse del reto. Dudosos por el resultado, decidieron acudir al punto de encuentro para ver con sus propios ojos el resultado de la carrera.
Al día siguiente la liebre y la tortuga fueron las primeras en llegar al lugar que habían convenido. El resto de animales también asistieron, pues la noticia de la curiosa carrera había llegado hasta los confines del bosque. De hecho, durante la noche, una familia de gusanos se encargó de hacer surcos en la tierra para marcar la pista de competición. En tanto, la zorra fue la elegida para marcar las líneas de salida y de meta, mientras que un cuervo se preparó para ser el árbitro.
Cuando todo estuvo a punto, el cuervo gritó “Preparadas, listas, fuera”, y la liebre y la tortuga comenzaron la carrera. La tortuga salió a paso lento, como era habitual en ella. En cambio, la liebre salió disparada como nunca antes. Sin embargo, después de un buen tramo, se detuvo y al ver que le llevaba mucha ventaja a la tortuga, se paró a esperarla y de paso, se burló una vez más de ella.
– ¡Venga, tortuga, más deprisa, que me aburro! Aquí te espero – gritó fingiendo un bostezo.
Finalmente, la tortuga alcanzó a la liebre y ésta volvió a dar unos cuantos saltos para situarse unos metros más adelante. De nuevo esperó a la tortuga, quien tardó varios minutos en llegar hasta donde estaba ya que por mucha prisa que se daba no podía andar muy rápido.
– ¡Te lo dije, tortuga! Es imposible que un ser tan lento como tú pueda competir con un animal tan ágil como yo. Te ganaré y lo sabes.
A lo largo del camino, la liebre fue parándose varias veces para esperar a la tortuga, convencida de que le bastaría correr un poquito en el último momento para llegar de primera. Sin embargo, en una de esas paradas, algo inesperado sucedió.
A pocos metros de la meta, la liebre se sentó bajo un árbol y de tan aburrida que estaba se quedó dormida. Dando pasitos cortos pero seguros, la tortuga llegó hasta donde estaba y siguió su camino hacia la meta. Cuando la tortuga estaba a punto de cruzar la línea de meta, la liebre se despertó y echó a correr lo más rápido que pudo, pero ya no había nada que hacer. Vio con asombro e impotencia cómo la tortuga se alzaba con la victoria mientras era ovacionada por todos los animales del campo.
La liebre, por primera vez en su vida, se sintió avergonzada por su falta de humildad y su exceso de arrogancia, le pidió perdón a la tortuga y nunca más volvió a reírse de ella".