Mi experiencia con las extraescolares: de huir del síndrome del niño estresado a ser chófer de polideportivo

Ahora paso dos días de la semana entre rotondas, llevando y trayendo niños, y otros dos intentando evocar mi pausada infancia.
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Siempre digo que la maternidad es una cura de humildad constante, una eterna sucesión de "donde dije digos, digo Diegos". Y aunque no hay que perder el foco e intentar mantener tu esencia, tu autenticidad, ser fiel a esa fuerza interior que te indica cuál es el camino correcto para ti y para los tuyos, tampoco hemos de martirizarnos cuando lo que impera no es nuestro criterio sino las circunstancias, la mera necesidad de sobrevivir. 

Fútbol
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Y este encabezamiento para hablar de extraescolares. Para ilustraros el recorrido que hay desde lo que yo pensaba al respecto cuando nació mi primer retoño, hasta cómo lo gestiono a día de hoy, con tres hijos y un marido que llega del trabajo con el tiempo justo para dar las buenas noches. Y aquí podría hablar sobre si es casualidad o no que sea yo la que he encontrado un trabajo flexible, pero de eso hablaremos en otro momento.

Recuerdo un libro que tenía de pequeña que se titulaba Renata toca el piano, estudia inglés, etcétera, etcétera, etcétera, que para los escépticos del poder de la cultura diré que fraguó mi criterio propio respecto a la extraescolares y el tiempo libre. No podía darme más pena Renata, rica y todo, con mayordomo, con una madre que quería "que fuera algo importante", mientras yo disfrutaba de mis tardes eternas y pausadas, con paseos por la playa, calcando y coloreando, con mi hermana y mi madre y leyendo a la misma Renata, a Celia, a los Cinco o a Antoñita la Fantástica. Muy posiblemente por aquellos tiempos empecé a convertirme en la activista por el tiempo libre que hoy me considero.

Cuanto tuve a mi primer hijo lo tenía claro, le regalaría el mismo ralentizador de tiempo que mis padres me habían regalado a mí, el aburrimiento como aliciente a la creatividad. Y así comenzó todo, tardes de acuarelas y sofás que se convertían en toboganes. Hasta que la fiebre futbolera con la que ya lidiaba maritalmente, se duplicó en mi vida con forma de pequeño hooligan. ¿Cómo no acompañar su pasión haciéndole un hueco en nuestras vírgenes e impolutas agendas, los lunes y miércoles por la tarde, una hora y media cada día?

Pero, como en la mayoría de las concesiones, fue empezar y descontrolarse. De las dos tardes de extraescolares a la semana, con los otros dos hermanos a cuestas y un arsenal de chucherías y juguetes con los que sobornarlos entretenerlos durante partidos y entrenamientos, pasamos a los torneos y ligas locales, a un aumento considerable de compromisos sociales porque ahora también estaban los amigos del fútbol y a una pérdida de control total del estilo de vida que les/me había prometido.

No tardó la otra, la segunda, en exigir su momento vespertino, y yo, consagrándome a Alexa Putellas, intenté convencerla de las bondades del fútbol femenino, pero ella, tan heteronormativa como no la había educado, se inclinó por la gimnasia rítimica. Ahora la cuestión era ¿hacer malabares y que ambos fueran los mismos días a las extraescolares para seguir teniendo así dos tardes de holgazanería o apuntarlos en días alternos para poder llevarlos y recogerlos con calma? 

Coches niños

Finalmente me terminé inclinando por la primera opción y ahora paso dos días de la semana entre rotondas, llevando y trayendo niños, y otros dos intentando evocar mi pausada infancia. Intentando pensar lo menos posible en cómo lo gestionaré cuando al tercero en discordia le corresponda satisfacer sus vocaciones deportivas, artística o lingüísticas. E intentando convencer al padre de las criaturas para que se coja la reducción de jornada.

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