Dice la psicóloga infantil, Beatriz Cazurro que aprendemos a ser padres siendo hijos y muchas de las dificultades que nos encontramos a la hora de relacionarnos con nuestros vástagos son consecuencia de como fuimos tratados en nuestra infancia.
En su libro "Los niños que fuimos, los padres que somos" propone que hagamos una serie de ejercicios de revisión de nuestra infancia para comprender cómo la forma en la que nuestros padres nos trataron ha dejado huella en nosotros e influye en cómo nos comportamos con nuestros hijos.
En este sentido, la psicóloga aconseja hacer memoria preguntándonos: “¿Qué pasaba si te caías cuando tenías cinco o seis años? ¿Tu madre corría hacia ti y te cogía en brazos preocupada? ¿Te regañaba por haberte caído? ¿Le restaba importancia y te decía que eso no era nada? ¿Te consolaba cariñosamente? ¿O quizá ni siquiera le permitías saber que te habías hecho daño porque pensabas que ya tenía muchas cosas por las que preocuparse?”
La experta nos explica que los adultos que somos hoy tiene mucho que ver con circunstancias vividas por nosotros cuando éramos niños similares a esas y, de la misma forma, según tratemos hoy a nuestros hijos va a producir un impacto decisivo en ellos a lo largo de toda su vida.
Cazurro sostiene que, seguramente, en nuestra infancia hubo muchos momentos en los que nuestros padres no conectaron con nosotros de la forma adecuada, ni nos atendieron tal y como lo necesitábamos: “En la época de nuestra infancia, la información no estaba al alcance de la mano, la situación cultural era diferente y existía, incluso más que ahora, mucha creencias y prácticas erróneas respecto a la educación de los niños. Muchos de nosotros no fuimos vistos o tratados como hubiéramos necesitado”
Sin embargo, añade la autora de “Los niños que fuimos, los padres que somos”, los adultos no somos conscientes del peso tan importante que nuestra infancia posee en nuestro comportamiento, en nuestra salud emocional, psicológica y física de hoy: “Al no ser conscientes de cómo nos impacta el comportamiento que nuestros padres (u otras figuras de referencia) tuvieron con nosotros de niños, nos es más difícil descifrar y comprender la perspectiva de nuestros hijos y su manera de vivir las diferentes experiencias por las que pasan”.
Además, Cazurro asegura que gran parte de los comportamientos que necesitamos corregir como padres (los gritos, los golpes, la falta de paciencia, la hiperexigencia, la incapacidad de separarnos o decir no, los castigos… o cualquier otra conducta que pueda estar dañando al desarrollo de nuestros hijos) no son más que el reflejo de la desconexión que vivimos en el pasado con nuestros progenitores.
Sin embargo, la mayoría de nosotros , además de no ser conscientes del impacto que tiene nuestra infancia hoy en día en el comportamiento de nuestros hijos, tenemos normalmente un recuerdo idealizado o distorsionado de la misma.
¿Una infancia feliz?
Cazurro explica que muchos padres y madres que acuden a terapia para intentar solucionar un comportamiento que consideran inadecuado de sus hijos, afirman cuando se les pregunta sobre su propia infancia, que fue una época feliz o que tuvieron unos padres maravillosos. Sin embargo, cuando tras varias sesiones se profundiza sobre esos primeros años pueden salir a la luz comportamientos violentos, indulgentes, sobreprotectores…que sus progenitores tuvieron sobre ellos.
"Tendemos a distorsionar nuestra infancia o a idealizarla porque el cerebro no se encarga de recordar de forma precisa lo que nos ha ocurrido en el pasado, sino lo que creemos que es mejor para protegernos en el futuro", explica la psicóloga.

Pero estas experiencias invisibles en la infancia y esta visión incompleta o distorsionada de la misma refleja que hemos vivido un trauma, que somos personas traumatizadas: “Soy perfectamente consciente del estigma y de la alerta que salta cuando decimos en alto la palabra trauma. Sin embargo, en mi opinión necesitamos decirla más y con mucha más naturalidad”, opina Cazurro.
Los expertos mundiales en trauma, añade la experta, afirman que es la epidemia invisible en la infancia y conocerlo mejor sería tremendamente beneficioso en múltiples aspectos, tanto para nuestros hijos como para nosotros.
Síntomas que indican que tenemos que resolver algo de nuestra infancia
Y, ¿cómo podemos saber si algo nos ocurrió o tuvimos una infancia en la que nuestras necesidades no fueron correctamente atendidas? La psicóloga explica que hay algunos síntomas en el presente que nos pueden estar dando pistas sobre nuestro pasado como puede ser baja autoestima. dependencia emocional, insomnio, desconfianza de los demás o del mundo, rumiaciones, evitar las sensaciones desagradables, evitar el conflicto o buscarlo, deseo de complacer a los demás…
Una vez descubramos que algo de nuestra infancia necesita ser revisado para atender a nuestros hijos de la manera que ellos necesita, hay que acercarse despacio a nuestra experiencia infantil para comprendernos mejor y encontrar la mejor estrategia para educar a nuestros hijos.
Ni padres perfectos, ni niños buenos ni malos
Cazurro nos recuerda: “Los padres y madres perfectos no existen. Es un mito y una idea generalizada que hay, sobre todo, respecto a la maternidad, y que sirve como escudo para esconder lo que nos ocurrió de niños y lo que hacemos con los nuestros”.
Y añade que no hay mejor definición de buen padre que aquella que vea más allá de lo que hacemos, que incluya quienes somos, cómo nos hemos construido y la energía que estamos poniendo para superar nuestras dificultades y hacerlo lo mejor que podemos.
Respecto a nuestros hijos, señala que también hay que huir de esas etiquetas de niños buenos y malos. En cambio, hay que considerar que todo comportamiento de los niños es una forma de comunicación que nos habla de cómo se sienten consigo mismos, con los demás y con el mundo:
“Lo importante no es si nos parece que el comportamiento de nuestro hijo es bueno o malo, sino de donde surge ese comportamiento que juzgamos como malo”, indica.
En definitiva, Cazurro propone profundizar en lo que ocurrió en nuestra infancia, ponerlo en perspectiva, rescatar todos aquellos recursos que sí adquirimos (que seguro que también los hay) y trabajar en nuevas herramientas para conectar con nuestros hijos y cubrir sus necesidades.
En este sentido, un psicoterapeuta infantil crea un espacio de relación padre e hijo y sirve de traductor de lo que le ocurre al niño a la vez que ayuda al padre o a la madre a reconocer y reparar los daños que vivió en el pasado.
Todo ello con vistas al conseguir el objetivo que a largo plazo como padres debemos marcarnos y que no es otro que conseguir que nuestros hijos sepan gestionar sus emociones, sepan qué les ocurre, que se valoren y sean capaces de manejarse en el mundo y para conseguirlo nuestras manera de tratarlos es fundamental. Así lo recalca la autora de “Los niños que fuimos. Los padres que somos”.
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