El otro día tuvimos una reunión informativa ordinaria con la clase de uno de mis hijos, para que la tutora nos pusiera a los padres al día de la evolución del curso, llegados ya prácticamente a su ecuador. Allí que llegamos todos y ocupamos, con una docilidad no vista entre esas cuatro paredes en el horario matutino, los minúsculos asientos que correspondían a cada uno de nuestros hijos.
Tras la correspondiente bienvenida, la "seño" pasó a explicar el orden del día de la reunión, apoyándose en una presentación que se supone que debía verse en un proyector dispuesto junto a la pizarra, con un tamaño bastante superior a esta, dejando entrever una jerarquía cada vez más obvia.

Entre sus explicaciones, habló la profesora de la importancia de enseñar a través de distintos formatos, para que el conocimiento pueda llegar a nuestros hijos mediante todos sus sentidos. Explicó las bondades del vídeo como soporte didáctico, tan visual y entretenido. Y yo no podía parar de imaginarme las mentes divagantes y dispersas de nuestros hijos, perdidas en los píxeles de una pantalla cuya resolución estaba sujeta a la perpendicularidad de los rayos de sol que atravesaban la ya vieja ventana "imposible huir de la indómita naturaleza"- pensé.
La seño, que es un encanto, hizo varias alusiones a lo bien que iba la clase pese a ser un "curso movidito", apuntando que, aunque muy educados, eran bastante activos - faltaría más-. Yo, que siento que fue ayer cuando era yo la alumna y mi madre la que iba a las reuniones, recordé entonces lo difícil que se nos antojaba el imperativo de quedarnos sentados y atentos, a los niños, cuando sólo queríamos saltar, gritar y jugar y que la única forma de que pudiéramos mantener el foco desde la quietud y no caer en los brazos de Morfeo, era la de copiar lo que en la pizarra iba escribiendo la profesora o el profesor.
Imagino a mi hijo enumerando la alineación del Real Madrid mientras se proyecta un vídeo del cuerpo humano en esa obsoleta pantalla. Pantalla que en uno o dos cursos se les ofrecerá a ellos en versión mini, las ansiadas tablets, para seguir la lección proyectada de manera individual, relegando el lápiz a alguna que otra suma o resta y a días de exámenes que se les harán cuesta arriba por tener que escribir manualmente en un sólo día lo que no han hecho en meses.
Sin ser negacionista de la tecnología creo tener una clara opinión respecto a este tendencia a virtualizar prematuramente las aulas: estoy en contra. ¿Por qué ofrecerles una tablet cuándo aún no tienen la caligrafía conseguida? ¿Cómo podemos pretender captar su atención con un vídeo que no les exige la más mínima interacción por su parte?

Camino al andar dijo un sabio, y ahí están mis convicciones. Por supuesto que hay que educar en lo tecnológico y sacar su provecho a los avances, pero primero tendrán que tener alcanzados otros hitos básicos que les permitan enfrentarse con madurez y destreza al mundo digital, sus peligros y oportunidades.
Hay niños que ya no saben saltar, no saben coger un lápiz o se abruman ante una discusión en la cola de un columpio, niños que no saben desenvolverse en situaciones básicas de la vida que, sin embargo, manejan tablets, móviles y ordenadores como si estuvieran cursando segundo del bachillerato tecnológico.
Aulas sin digitalizar en Silicon Valley
¿Por qué los gurús digitales crian a sus hijos sin pantallas? En los colegios de Silicon Valley, donde estudian los hijos de los directivos de marcas como Apple o Google, la digitalización está totalmente prohibida en las aulas. Son los propios creadores de estas tecnologías los que conocen sus beneficios, pero también sus peligros, sobre todo en las edades más vulnerables.
El sistema educativo sueco, referente mundial, ha paralizado también la inmersión de las nuevas tecnologías en los centros escolares. Cada vez hay más estudios que relacionan los trastornos mentales infantiles y adolescente con el uso de dispositivos digitales. ¿No son suficientes ya las señales que nos deberían hacer pensar que, igual, no estamos en el camino correcto?
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