El otro día vi un post de Instagram de Ana Araujo, una empresaria que convive con las altas capacidades en casa porque alguno de sus hijos las tiene. Decía Ana que la sociedad tiende a asociar desde fuera las altas capacidades con cuestiones positivas, ya que creen que la noticia de que un peque de la casa tenga altas capacidades es motivo de felicidad para sus padres. Pero ella decía que son muchos, somos, porque me incluyo, los padres a los que la noticia genera “miedos e inseguridades”.
En mi caso, afortunadamente, la noticia no generó más miedos que alegría, pero sí muchas dudas e inseguridades. Digo afortunadamente porque considero que el miedo en este tipo de situaciones familiares no ayuda tanto. Las dudas, en cambio, se pueden resolver leyendo, preguntando, pidiendo consejo, acompañando y estando pendiente de la peque (es mi hija de seis años quien tiene altas capacidades) y teniendo paciencia para que el tiempo pase y responda algunas de las inseguridades. Pero es totalmente comprensible que genere miedo, sobre todo en aquellos padres y madres cuyos hijos con altas capacidades tienen pocas habilidades sociales o incluso están diagnosticados con la doble excepcionalidad.
Más incertidumbre que felicidad
Nuestra hija, en cambio, es un perfil de altas capacidades de difícil detección porque es sociable, de esas niñas que en otra época, cuando se le prestaba menos atención a las altas capacidades en el ámbito escolar, hubiera pasado desapercibida porque es muy adaptativa. Por eso, no nos generó la noticia ni a su madre ni a mí miedo. Las inseguridades, fueron, y son, inevitables.
Inseguridad por saber a lo que nos íbamos a enfrentar. Inseguridad por saber cómo explicárselo y cómo se lo iba a tomar. Por cómo le iba a afectar en su día a día en el colegio y con sus amigas y amigos. Y también inseguridad acerca de nosotros mismos, si íbamos a ser capaces (y si lo vamos a ser en el futuro) de aportarle todo aquello que necesita, desde amor hasta acompañamiento emocional que esté a la altura de su hipersensibilidad, pasando por ser capaces de nutrir esa curiosidad insaciable que caracteriza a nuestra hija.
Por lo tanto, en nuestro caso, es duda e inseguridad lo que primero nos generó la noticia de saber que nuestra hija tenía altas capacidades. No todo puede ser felicidad, porque todavía existe en la sociedad un prejuicio peyorativo (ligado al término superdotado/a) que asusta un poquito cuando es tu hija quien las tiene. Esa etiqueta, porque al fin y al cabo tener altas capacidades es un motivo para que los demás etiquetemos a dichas personas, es un arma de doble filo a nivel social.
También experimentamos satisfacción
Y, por otro lado, tampoco sería honesto no reconocer que tanto su madre como yo recibimos la noticia de las altas capacidades de nuestra hija con cierta satisfacción, que se mezcló con las citadas dudas e inseguridades. No deja de ser la llave a una puerta que da paso a un mundo enorme de posibilidades para nuestra hija, que además es, como decía antes, muy curiosa. Rebosan sus ganas por aprender cosas nuevas, y está hipermotivada, tanto en el colegio como en casa, lo cual no siempre ocurre con los niños y niñas de altas capacidades. Al tener en casa una peque así, con estas circunstancias, la noticia de sus altas capacidades también tuvo mucho de positivo, no solo de incertidumbre.
Eso sí, insisto una vez más antes de cerrar esta confesión personal: es habitual que el miedo entre en la ecuación de sentimientos que los papás y mamás experimentan cuando se enteran de las características de sus hijos e hijas. Nos consta que así es porque estamos en contacto con muchas familias con peques de altas capacidades. Y es bueno que se sepa que es así, y que las personas que viven las altas capacidades desde fuera lo tengan en cuenta a la hora de afrontar esta cuestión tan apasionante de las altas capacidades.