Mi hija de cuatro años se ha ido a la granja escuela y estoy de los nervios

En los días previos se escuchan en los corrillos muchos mensajes haciendo referencia a las vacaciones que van a ser para los mayores de la casa que los peques se vayan a la granja escuela, pero una vez se van, lo que empieza es un sinvivir.
Niño en una granja rural acariciando a una oveja

Nuestra hija de cuatro añitos se ha ido a la granja escuela con sus compañeros y compañeras de clase por primera vez. Dicho así, puedes pensar que “menuda noticia”, pero es que el asunto tiene su miga. Lo tiene para la niña, que es la primera vez que se va de casa dos noches sin tener cerca a su hermana por lo menos, y lo tiene para sus padres, que estamos todo el día con la cabeza puesta en la granja escuela, aunque estemos a 60 km de ella, pensando en cómo estará nuestra pequeña. Seguro que, si has vivido o estás viviendo estos días algo parecido, empatizas con lo que te voy a contar.

Estoy convencido, pongo la mano en el fuego, que así se deben sentir cientos o miles de familias con peques en España estas semanas de primavera cuyos hijos e hijas se van a la granja escuela por primera vez. Es más, en el grupo de WhatsApp de la clase de nuestra peque se nota en el ambiente que los adultos estamos muy nerviosos, algunos histéricos, por qué no decirlo.

Yo reconozco que soy un tipo tranquilo y que relativiza bastante las cosas, pero son cuatro años. Y en el momento en el que ves subir al autobús a tu pequeña de esa edad después de meter su maleta, te das cuenta de lo vulnerable que es todavía. Y al mismo tiempo, sientes orgullo por verla crecer, siendo capaz de decir que sí a irse por primera vez de casa sola, con lo que eso significa para cualquier persona, y más si no tiene ni cinco años.

Relativizarlo, desde el prisma del adulto, es normal, pero en la decisión de irse dos noches de excursión en una niña de cuatro años hay muchas cosas a valorar positivamente, y en grandes cantidades. Ojo, también las hay si la respuesta es “no”. Así que debemos ser conscientes, papás y mamás, de ello, y darle el valor que tiene. Y tanto antes de que se vayan como a la vuelta, hacerles ver lo orgullosos y orgullosas que estamos de ellos y ellas, se lo hayan pasado mejor o peor, nos hayan echado más o menos. 

Granja escuela.

Los nervios de los padres

No sé cómo será en otros coles, pero en el de nuestras hijas, la información desde la granja escuela llega con cuentagotas. Esto, a quienes ya hemos vivido una primera experiencia con una hija mayor, como es nuestro caso, nos afecta, pero ni mucho menos tanto como a los papás y mamás cuyos hijos o hijas mayores (o únicos) son los que están en la granja escuela por primera vez.

Que si por qué no mandan más fotos, que si por qué no llega el mensaje de cómo han dormido… Los nervios salen a través de quejas compartidas en WhatsApp, y también de algunos chascarrillos que le quitan tensión al asunto. En los días previos se escuchan en los corrillos muchos mensajes haciendo referencia a las vacaciones que van a ser para los mayores de la casa que los peques se vayan a la granja escuela, pero una vez se van, lo que empieza es un sinvivir.

No hay nadie que se pueda concentrar en el trabajo, y es imposible no dejar de pensar en cómo estarán los peques. Cada uno en su hijo o hija. Es inevitable. En nuestro caso, además, como ya he compartido en alguna ocasión, esta excursión a la granja escuela supone todo un reto para nuestra hija pequeña, a la que estamos intentando ayudar en su particular tormenta emocional. Bendita psicóloga infantil a la que vamos para que nos ayude, que conoce a nuestra hija casi mejor que nosotros y eso que nunca hemos llevado a la peque. Compartir con ella que se iba a la granja escuela fue una tranquilidad, la verdad. 

Granja escuela.

Infravaloramos a los niños

Pensamos durante los días previos que nuestra hija se negaría a ir cuando llegara el momento de irse a la granja escuela, y no lo hizo. Al revés, se emocionó más con el paso de los días. Hacer la maleta fue una fiesta, y no había mañana en la que no tachara el día en el calendario nada más levantarse.

Pensamos que lo pasaría mal al despedirse. Y no lo hizo. Estuvo a la expectativa, eso sí, y a su madre y a mí se nos vinieron de golpe encima sus cuatro añitos. Pero ella no dudó, y agarrada de su mejor amiga se subió al autobús y se despidió de nosotros con una sonrisa y dibujando corazones con sus manos.

Y pensamos también que no lo habrá pasado bien al irse a dormir, pero seguramente nos sorprenda a la vuelta, dentro de unas horas, con todo lo contrario. Y si lo ha pasado mal, mientras lo cuente y nos lo comparta, nosotros estaremos felices.

Al fin y al cabo, lo único que de verdad nos preocupa es que lo esté pasando mal y no lo muestre o no lo comparta. Todo lo demás ya ha sido positivo para ella, que ha ganado en autonomía, poder de decisión y madurez, entre otras muchas cosas, con la decisión de ir o no a la granja primero, y yendo después.

En realidad, somos los adultos quienes peor lo pasamos con estas cosas. Y cada uno sacamos nuestros nervios del momento a nuestra manera. Yo, por ejemplo, lo acabo de hacer compartiendo estas reflexiones con todos vosotros y vosotras. Reflexiones en caliente que quizá os importen un bledo, pero puede que a una o uno de vosotros os haya hecho conectar vuestras emociones con las mías, porque por muy adultos que seamos, tenemos nuestros miedos e incertidumbres. Y estos se multiplican a medida que nuestros peques crecen y van saliendo poquito a poco del nido. Y la primera salida a la granja escuela (o a la excursión que sea en la que duerman fuera) es un paso de gigante en este proceso inevitable.

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