¿Qué ha pasado, que ahora es tan sociable? Pues que cada vez es más hábil para hacer nuevos amigos y le gusta demostrarlo.
A medida que se acercan a su segundo cumpleaños los niños se vuelven el centro de la escena social. Sonríen a cuantos les miran, sueltan la hebra en cuanto les dan pie y, en un pis pas, ofrecen un informe completo de los asuntos más inesperados (a su abuela le duele la tripita, el médico es malo porque le ha pinchado en el brazo, mamá se ha enfadado con papá porque no lavó los platos...).
Menos mal –suspiran aliviados algunos padres– que sus dispuestos oyentes no siempre son capaces de descifrar su todavía lengua de trapo.
¿Todos los niños son tan comprometedores?
No todos los niños de esta edad tienen igual desparpajo para captar la atención de los que les rodean. Pero sí es cierto que están más dispuestos a desempeñar un papel activo en las relaciones sociales, y se mueren de ganas por demostrar sus habilidades comunicativas.
Sin embargo, hasta que no superen ese periodo de extrañamiento hacia los desconocidos – a los 12 meses o, como muy tarde, a los 18 –, no estarán preparados para dar ese gran paso. Su incipiente carácter y la forma en que sus padres se relacionan con los demás también influyen en que sean más o menos extrovertidos. Pero, a medida que se acercan a los dos años, todos experimentan deseos, más o menos explícitos, de hacerse notar.
Es como si dijeran: «Estoy aquí, ¿es que no me has visto?». Y siempre tienen éxito, claro. ¿Quién se resiste a sus medias palabras, a sus ganas de hacer amigos? Eso no quiere decir, por supuesto, que no necesiten a sus iguales y que no disfruten de lo lindo en su compañía, aunque se pasen el rato peleando por los juguetes y su frase favorita sea esa de «es mío».
No en vano, la palabra bebé es una de las primeras que suelen pronunciar (después de mamá y papá) y apuntan enseguida con su dedito a todo aquel que sea más o menos de su tamaño.
Ahora les atraen muchísimo los movimientos rápidos y las voces de otros niños. Es probable que no sepan ni sus nombres, pero mantienen entre sí una relación muy especial.
Ignacio, un niño de 18 meses viaja en el metro, agarradito a la mano de su papá. La señora de enfrente le sonríe y él le devuelve la mejor de sus sonrisas.
Una estudiante interrumpe la lectura de sus apuntes porque el pequeño pregunta: «Hola, ¿cómo te llamas?». Y casi antes de que la aludida responda, el crío añade con entusiasmo: «Mira, tengo titas». El padre se siente obligado a ser amable: «Es que hoy estrena botitas y se lo cuenta a todo el mundo».
El adolescente de al lado siente deslizar su bufanda hasta el suelo. Ignacio, el culpable, se ríe con descaro. «Perdona», interviene su padre, mientras la recoge. Antes de llegar a su destino, medio vagón está pendiente de las gracias de Ignacio, y su padre, aunque orgulloso, está un pelín harto de este diminuto relaciones públicas.

De repente se va con cualquiera ¿por qué?
Aunque parezca extraño, a esta edad se sienten más motivados a comunicarse con los adultos o con niños mayores que con otros críos pequeños. ¿Por qué? Sencillamente, porque les hacen más caso que sus iguales.
Con sus colegas se limitan a permanecer a su lado; es decir, juegan juntos, pero no entre sí. Es verdad que captan enseguida su atención: se miran, se sonríen, pero aún no han desarrollado recursos suficientes para que la conversación prospere entre ellos.
Con los mayores, la conexión es más fácil y, sobre todo, más divertida. Es muy raro que no se presten enseguida a seguirles el rollo, si bien, los más tímidos a veces necesitan un empujoncito («Pídele a la tía que te lea este cuento»). Pero en cuanto se lanzan, van a por todas.
Clara, de 20 meses, soltó por primera vez la palabra tenedor cuando, fuera de casa, su tía le puso delante un suculento plato de macarrones con tomate. La niña se vio obligada a demostrar su habilidad lingüística para hacerle saber a su tía que ya era capaz de comer sola.
No es mera casualidad, buscan una recompensa. Esta capacidad social es más evidente cuando alguien ajeno a la familia, o ese pariente que no se deja caer a menudo por casa, viene de visita. El pequeño enseguida se percata de que hay otro incauto susceptible de caer en su red, y se las ingeniará para metérselo en el bolsillo.
Primero tanteará el terreno: sonrisas, miraditas...; si el adulto entra en el juego, el resto vendrá rodado. Tardará poco en cogerle de la mano y conducirle a su habitación para enseñarle todos sus juguetes. De ahí a pedirle que juegue con él solo hay un paso: ésa es la recompensa que buscaba.
Está claro que este toma y daca con los adultos les viene de perlas para cimentar su recién estrenado proceso de socialización, pero ¿les aporta algún otro beneficio? Cuando el niño pasa el tiempo con alguien que conoce poco, se esfuerza por hacerse comprender, lo que fomenta su independencia y su seguridad con el lenguaje.

El cariño es mayor si es dado por muchos
Los niños que se ven como parte de otra comunidad más grande (la escuela infantil, abuelos, tíos, primos, etc.) se sienten más seguros y confiados que aquellos que no tienen ese otro ámbito más amplio. Es importante, pues, propiciar esas reuniones distendidas en que familiares y amigos vienen a casa, o vamos a la suya, porque es un excelente recurso para que nuestros hijos perfeccionen sus habilidades sociales.
El mejor estímulo para un niño es crecer sintiéndose querido. Y por cuanta más gente, mejor. Si invitamos a casa a sus amiguitos, no hace falta sacar todos los juguetes, sino ofrecerles varios con funciones similares (de construcción, de arrastre, para pintar...). Y si son muchos niños, mejor reservar el juego estrella para evitar conflictos.
Cómo reforzar sus habilidades sociales
Los padres también podemos enseñarles estrategias para que aprendan a relacionarse con los demás:
- No son demasiado pequeños: lo que el niño ve y percibe en casa tendrá mucho impacto en sus futuras relaciones sociales. Si nos mostramos amables, por ejemplo, ellos también aprenderán a serlo.
- Cuando utilizamos habitualmente con ellos las fórmulas de cortesía –por favor, gracias, disculpa–, estas palabras acaban formando parte de su vocabulario cotidiano y recurrirán a ellas espontáneamente.
- Al inculcarles buenos modales (en la mesa, cuando vamos de visita, en el juego...), les proporcionamos una de las herramientas más valiosas para tener éxito en el trato con los demás.
