Cuando un niño o niña pequeño comienza a gatear, dar sus primeros pasos o coger un objeto con la mano, no solo está desarrollando habilidades motoras. Está aprendiendo algo más profundo y esencial: a decidir moverse. Ese instante invisible en el que el cerebro pasa de la calma a la acción, cuando “nace” una intención, ha sido durante años un misterio para la neurociencia. Ahora, un nuevo estudio ha logrado identificarlo con una precisión sin precedentes. La investigación ha permitido descubrir el instante exacto en el que nace una decisión en el cerebro.
La investigación, publicada en abril de 2025 por un equipo internacional de neurocientíficos, ha conseguido detectar en tiempo real el momento exacto en que el cerebro humano genera la intención de moverse, gracias a un complejo sistema de interfaces cerebro-máquina en un paciente tetrapléjico. Aunque el estudio se realizó en un adulto con lesión medular, sus hallazgos tienen implicaciones profundas en nuestra comprensión del desarrollo infantil y cómo acompañamos la autonomía desde la crianza.
Porque si sabemos cómo se forma una decisión, podemos empezar a preguntarnos numerosas cuestiones relacionadas. ¿Cuándo comienza un niño a tener la intención de actuar por sí mismo? ¿Cómo influye el entorno familiar en ese proceso? ¿Podemos cultivar la voluntad y el sentido de agencia desde los primeros meses?
Muchas de estas preguntas no respuesta todavía, serán resueltas en el futuro por la ciencia. Y es ahí, en la ventana que abren este tipo de investigaciones, como esa que ha demostrado qué parte del cerebro regula la generosidad, donde radica su gran valor diferencial.

Detalles del estudio: así decide el cerebro mover el cuerpo
El trabajo, liderado por Jean-Paul Noel (Universidad de Minnesota) y publicado en PLOS Biology, exploró la secuencia completa que va desde tener una intención, ejecutar una acción y observar su efecto en el entorno. Lo hicieron, como decíamos, trabajando con una persona tetrapléjica a la que se le implantaron electrodos en la corteza motora primaria —la zona del cerebro que envía órdenes para movernos—. Esta persona podía mover su mano mediante estimulación eléctrica controlada por sus propias señales cerebrales, detectadas a través de una interfaz.
La clave del estudio es que el sistema permitía separar tres momentos tradicionalmente inseparables —intención, acción y efecto— para analizarlos de manera independiente. Por ejemplo, los investigadores podían provocar un movimiento sin intención previa, o detectar una intención sin permitir que se convirtiera en movimiento. Mientras tanto, el participante informaba en qué momento sentía haber tenido la intención de actuar.
El hallazgo principal de los investigadores fue que la actividad neuronal en la corteza motora coincidía estrechamente con el momento subjetivo en que el participante decía haber querido moverse. No era antes ni después, sino casi al mismo tiempo (±120 milisegundos de diferencia). Además, esa actividad variaba de un intento a otro, lo que sugiere que no es un reflejo automático, sino un fenómeno dinámico y ligado a la percepción subjetiva.

¿Qué significan estos hallazgos para el desarrollo infantil?
Este hallazgo es importante, trascendente, no solo para la neurociencia, sino también para nuestra comprensión de cómo se desarrolla la intención, la autonomía y la toma de decisiones en la infancia, a partir de las primeras etapas de la vida.
Sabemos que desde los primeros meses, los bebés comienzan a explorar el mundo con gestos aparentemente espontáneos. Pero detrás de un simple movimiento puede estar ya funcionando una compleja cadena cerebral de intención-acción-efecto. El momento en que un niño o niña quiere moverse no siempre coincide con cuando lo hace, y conocer y entender este intervalo puede ser crucial para su acompañamiento y desarrollo.

Desde una perspectiva de crianza, este estudio nos deja algunas reflexiones que compartimos a continuación de forma individualizada:
Acompañar la intención antes que el logro
Este estudio nos invita a observar no solo si el niño o niña consigue una acción (caminar, agarrar un juguete), sino si muestra señales de querer hacerlo. A veces basta con una mirada, un gesto sutil. Validar ese deseo es sembrar autonomía.
Crear entornos ricos en consecuencias comprensibles
Si cada acción tiene un efecto perceptible, los niños y niñas aprenden que su intención puede transformar el entorno. Algo tan simple como apretar un botón y que suene una música puede ser un refuerzo poderoso del sentido de agencia.
Respetar los tiempos
El hecho de que la intención no siempre se traduzca en acción inmediata (o visible) también invita a no forzar los procesos en la infancia. A veces, un niño o niña tarda nada (segundos) o mucho (semanas) en atreverse a convertir una intención en movimiento. Y eso también es parte del aprendizaje.
Educar en la autorregulación
Si la intención es la semilla de la acción, enseñar a reconocerla es el primer paso para aprender a regularla. Aquí pueden entrar dinámicas como juegos simbólicos que inviten a planificar antes de actuar.

En cualquier caso, de igual manera que el estudio que ha detectado que el olfato juega un papel decisivo en la confección de las amistades y cómo este cambio de la infancia a la vejez, está investigación es una llave para abrir una gran puerta de conocimiento acerca de los complejos mecanismos que se desarrollan en el cerebro desde el nacimiento.
Referencias
- Jean-Paul Noel, Marcie Bockbrader, Tommaso Bertoni, Sam Colachis, Marco Solca, Pavo Orepic, et al. Neuronal responses in the human primary motor cortex coincide with the subjective onset of movement intention in brain–machine interface-mediated actions. PLOS Biology, 2025. DOI: 10.1371/journal.pbio.3003118