Si eres padre o madre, seguro que alguna vez te has enfrentado a la temida pregunta del ‘¿y qué haré cuando…?’ o ‘¿cómo me enfrentaré a…?’.

La crianza de un hijo o una hija está llena de altibajos y de recovecos que muchos vamos descubriendo con la experiencia porque, lamentablemente, no de todos se hablan en la televisión y las redes sociales.
Pero, sin duda, uno de esos momentos más conocidos y más temidos por todos los que tienen un peque en casa son las rabietas y la consecuente gestión y educación emocional. Y es que, son cada vez más las familias implicadas en la educación de sus hijos, más allá de lo meramente teórico. Son muchas las que entienden que la educación no termina cuando los niños salen del colegio, que ha de continuar en casa, y que los valores que demos dentro del hogar sentarán las bases del futuro comportamiento del niño.
“La inteligencia emocional incluye la habilidad para percibir con precisión, valorar y expresar la emoción; la habilidad de acceder y/o generar sentimientos cuando facilitan pensamientos; la habilidad de comprender la emoción y el conocimiento emocional; la habilidad para regular las emociones para promover crecimiento emocional e intelectual”. Esta explicación sobre lo que es la inteligencia emocional es obra de Mayer y Salovey, que supieron expresar el motivo principal por el cual los niños deben saber, no solo autogestionarse, sino poner nombre a cada emoción que estén sintiendo.
Poner nombre a las emociones para acabar con las rabietas
Y es que, de acuerdo a la psicóloga Mónica Serrano, “es importante saber identificar las propias emociones como parte esencial del desarrollo de la inteligencia nocional”. Y para eso, las rabietas son una herramienta perfecta para que los niños aprendan a ir identificando unas y otras.
Y es que, hay que recordar que los peques nacen sin la gestión emocional y que la irán adquiriendo a medida que su cerebro vaya madurando. A los dos años comenzarán a sentir las primeras emociones secundarias, más desagradables, y aparecerán las rabietas.
“Para los niños pequeños, la identificación de las propias emociones requiere de la pauta del adulto que le enseña con qué palabra denominamos a dicha emoción”, continúa la misma profesional. Y para conseguir eso, el primer paso es entender que las rabietas no son una forma de reto que nos hace nuestro hijo; que no son fruto de su egoísmo, sino que son la única forma que tienen de controlar eso que les está enfadado muchísimo y que no saben lo que es.
Si saben cómo se llama una emoción, también sabrán cómo han de actuar ante ella para evitar que tomen el control y se apoderen de su bienestar. Así que, es necesario ayudar a que entiendan el nombre de cada una.
Álvaro Bilbao explica en su libro ‘El cerebro del niño’ que no es lo mismo esperar a que pase la rabieta que agacharse hasta la altura de los ojos del menor, decirle ‘estás enfadado, ¿a qué sí?’ (Conectando con su cerebro emocional) y después continuar la explicación: ‘entiendo que tu hermano no te dejaba jugar con la pelita y, claro, te ha molestado’ (para conectar con el racional).
Esta práctica tan sencilla ayudará al niño a entender por qué se ha puesto así y, además, le ayudaremos a que se le pase antes el enfado.
¿Cómo ayuda a los niños a poner nombre a sus emociones?
Lo primero que hemos de tener en cuenta es que no podemos enseñar a un niño esta cuestión si nosotros no sabemos poner nombre a nuestras emociones. Para enseñar gestión emocional, hemos de tener autogestión emocional.
Si este paso lo tenéis completamente superado, vamos con algunos consejos prácticos que os pueden ayudar:
- Los pedagogos de la editorial Rubio aseguran que hay que empezar de abajo a arriba: hay que comenzar explicando las emociones básicas, que serán las más fáciles de comprender para ellos
- No haremos distinciones por ‘buenas’ y ‘malas’, le enseñaremos a validar todas las emociones por igual, sin distinciones
- Empieza por metáforas: los niños muy pequeños pueden no tener si quiera el desarrollo suficiente para entender las palabras, así que podemos cambiarlas por códigos de color: si se sienten enfadados estarán ‘rojos’, si se sienten tranquilos estarán ‘verdes’, si tienen miedo podemos identificarlo con el ‘azul’. Poco a poco conseguirán cambiar los colores por palabras
- “La mejor manera de enseñar la palabra que hace referencia a una emoción concreta es decir la palabra cuando crees que la persona está sintiéndola”, explica la logopeda Jennifer Marden