La infancia está llena de aprendizajes, descubrimientos y cambios constantes. En ese camino, es normal que surjan miedos evolutivos que forman parte del desarrollo emocional. Temer a la oscuridad, a los truenos, a los monstruos o a separarse de los padres es habitual y, con acompañamiento respetuoso, suele ir desapareciendo con el tiempo.
Estos miedos cumplen una función adaptativa: ayudan a los niños a protegerse de posibles peligros mientras aprenden a diferenciar entre lo real y lo imaginario. Lo importante no es eliminarlos de inmediato, sino acompañar con empatía, escuchar y ofrecer seguridad para que el niño aprenda a gestionarlos de forma gradual.
Sin embargo, cuando la ansiedad se vuelve intensa, frecuente o interfiere en la vida cotidiana —como en el colegio, en las relaciones sociales o en el sueño—, puede transformarse en un trastorno que requiere atención profesional. Detectar las señales a tiempo marca la diferencia en la prevención y el bienestar emocional.
En esta guía exploraremos los miedos y trastornos de ansiedad más comunes en la infancia, cómo diferenciarlos de etapas evolutivas normales y qué estrategias pueden ayudar a las familias a acompañar desde la calma y la comprensión.
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Miedos evolutivos en la infancia
Los miedos son una parte natural del desarrollo infantil. Lejos de ser un signo de debilidad, reflejan la maduración del cerebro y la forma en que los niños van comprendiendo el mundo que los rodea. Cada etapa del crecimiento trae consigo preocupaciones distintas, que en la mayoría de los casos son transitorias y desaparecen con el tiempo si reciben acompañamiento y comprensión.
En los primeros meses de vida, es frecuente que aparezca el miedo a los ruidos fuertes o a las personas desconocidas, ya que el bebé empieza a diferenciar entre lo familiar y lo nuevo. Más adelante, hacia el primer año, surge el miedo a la separación de los padres, una manifestación del vínculo afectivo y de la necesidad de sentirse seguro.
Durante la etapa preescolar, entre los 3 y 6 años, son habituales los miedos a la oscuridad, a los monstruos o a los animales, muy relacionados con la imaginación en pleno desarrollo. En edades escolares, los miedos tienden a volverse más realistas, como el temor a los accidentes, a la enfermedad o a que algo le ocurra a sus padres.
Reconocer que estos miedos son parte del crecimiento ayuda a las familias a acompañar sin ridiculizar ni minimizar las emociones del niño. La clave está en validar lo que siente, explicarle con un lenguaje sencillo lo que ocurre y ofrecer estrategias de calma que le permitan superarlos de manera progresiva.
👉Los miedos en la infancia, según una experta en educación emocional
Diferentes etapas
Los miedos aparecen en diferentes etapas del desarrollo y suelen estar ligados a la maduración:
- 0-2 años: miedo a extraños, separación de los padres: ¿la ansiedad por separación se da también con el padre?
- 3-6 años: miedo a la oscuridad, monstruos, tormentas o animales: Ni monstruos ni brujas, el psicólogo Rafa Guerrero explica cuál es mayor miedo de los niños
- 7-12 años: miedo a fallar, al ridículo o a no ser aceptados: ansiedad por los exámenes.
👉 Estos miedos, aunque naturales, necesitan acompañamiento con empatía y explicaciones adaptadas a la edad.

Ansiedad infantil: cuándo deja de ser “normal”
Sentir miedo o ansiedad en determinadas situaciones forma parte del crecimiento. Sin embargo, la ansiedad deja de ser una respuesta adaptativa y comienza a ser problemática cuando se presenta de manera desproporcionada a la situación real, se mantiene durante semanas o meses, y limita al niño en su vida diaria.
Algunas señales de alerta incluyen resistencia persistente a ir a la escuela, dificultades para dormir sol@, molestias físicas frecuentes como dolor de barriga o de cabeza sin causa médica clara, o una preocupación excesiva que interfiere en el juego y en las relaciones sociales. Estos síntomas suelen generar sufrimiento tanto en el niño como en su entorno familiar.
La diferencia clave está en la intensidad, frecuencia y duración. Un miedo pasajero a la oscuridad es habitual; en cambio, una angustia que provoca llanto cada noche, evita que concilie el sueño y se prolonga en el tiempo puede estar indicando un trastorno de ansiedad.
Identificar estos patrones a tiempo permite buscar apoyo profesional y evitar que la ansiedad se cronifique. El acompañamiento temprano, junto con estrategias de calma y refuerzo positivo, puede marcar una gran diferencia en el bienestar emocional y en la calidad de vida del niño.
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Entre los trastornos más comunes encontramos los siguientes ejemplos.
Ansiedad de separación
El miedo excesivo a separarse de los padres, incluso en contextos seguros (escuela, actividades). Puede manifestarse con llanto intenso, dolores de barriga o negativa a dormir solo.
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Trastorno de ansiedad generalizada (TAG)
Preocupaciones constantes por temas cotidianos (salud, rendimiento, seguridad). Los niños parecen estar “siempre en alerta” y muestran tensión o insomnio.
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Fobias específicas
Miedo extremo a situaciones concretas: perros, insectos, médicos, tormentas… El temor no es proporcional al riesgo real.
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Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC)
Pensamientos intrusivos que generan ansiedad (ej. miedo a la suciedad) y rituales repetitivos para calmarla (lavarse las manos constantemente).
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Depresión infantil
Aunque se asocia a adultos, los niños también pueden presentar tristeza persistente, irritabilidad, pérdida de interés en el juego y cambios en el apetito o el sueño.
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Señales de alerta: ¿cuándo pedir ayuda profesional?
No todos los miedos o preocupaciones infantiles requieren intervención, pero cuando la ansiedad se vuelve persistente y limita la vida cotidiana, es importante actuar.
Es recomendable consultar con un especialista en salud mental infantil si los síntomas aparecen con frecuencia, se intensifican con el tiempo o interfieren en áreas clave como el sueño, la escuela, las relaciones sociales o la autonomía del niño.
- Los miedos son muy intensos y frecuentes.
- La ansiedad interfiere en la escuela, el sueño o las relaciones sociales.
- Hay síntomas físicos recurrentes (dolor de cabeza, de estómago) sin causa médica clara.
- Se observan cambios bruscos de conducta (aislamiento, llanto excesivo, irritabilidad).
- Existen pensamientos negativos persistentes o pérdida de interés por actividades que antes disfrutaban.
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Cómo acompañar desde casa
El apoyo familiar es fundamental para ayudar a los niños a manejar la ansiedad y los miedos propios de su edad. Las rutinas estables, la escucha activa y la validación de las emociones son herramientas poderosas que fortalecen su seguridad emocional. Acompañar desde casa no significa resolver todos los temores, sino ofrecer un entorno de calma y confianza que les permita afrontarlos de manera progresiva.
- Escuchar y validar: no ridiculizar sus miedos.
- Nombrar la emoción: “entiendo que te sientas asustado”.
- Rutinas calmantes: cuentos antes de dormir, respiración profunda, mindfulness adaptado.
- Modelar calma: los niños aprenden observando cómo gestionamos nuestras propias emociones.
- Pedir apoyo profesional: psicólogos infantiles, orientadores escolares o pediatras pueden dar pautas adecuadas.
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La importancia de atender el trastorno infantil
Los miedos forman parte del desarrollo, pero cuando se vuelven desproporcionados y limitantes, es fundamental detectarlos a tiempo. La ansiedad de separación, el TAG, las fobias, el TOC y la depresión infantil son los trastornos más comunes en la infancia.
Con un entorno seguro, escucha activa y la ayuda profesional adecuada cuando sea necesario, los niños pueden aprender a gestionar sus emociones y crecer con mayor bienestar.
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